Capítulo 0005

Aria

—Piérdete —le exijo a Rowan en voz baja—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—No estoy aquí por gusto, querida —me dice con tono desdeñoso—. Pero nuestro querido jefe te conoce e intuye que te vas a ir.

Miro a mi compañero de trabajo totalmente estupefacta. No puedo creer que su control llegue hasta este punto.

—Lárgate de aquí —reitero—. No quiero salir contigo.

—Entonces regresa a casa y los dos nos ahorramos el horror de vernos el uno al otro. —Se cruza de brazos.

—De acuerdo, pero vete. Vete, Rowan.

Me meto de nuevo en la casa. Jackson detiene lo que está haciendo y alza los brazos, preguntándome sin palabras qué hago aquí.

—Tranquilo, solo olvidé mi cartera.

No lo dejo hablar y corro de nuevo a mi habitación. Me encuentro bastante mal y desearía solo hundirme en la cama, pero no pienso arruinar el día especial de mi hermano, así que, vigilando que Rowan no esté merodeando por la casa, me salgo por la ventana de mi habitación, la cual da hacia el patio. No me molesto en decirle nada a Jackson, él sabrá que me fui por ahí para no molestar.

El viento que hace no representa alivio alguno para mí; por el contrario, me abruma cada vez más y más. Aunque sepa que no es así, me siento extraña de caminar libremente por la calle. Al señor Elwood, desde que comenzamos lo nuestro, no me permite salir sin John o sin Rowan. Incluso en algo tan simple como lo es ir al supermercado, tengo que ir con escolta.

—Al diablo con él —mascullo enojada.

Camino sin rumbo fijo durante un rato hasta que llego a un parque, el cual está casi vacío, pero todavía hay niños jugando. Mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en mi bebé y en mi deseo de que él o ella sea feliz. No me importa qué tenga que hacer para conseguirlo, pero duele mucho el proceso.

—Vas a ser muy feliz, mi pequeño. Nada te faltará —susurro mientras me llevo una mano a la barriga.

Decido sentarme en una banca, en donde está una mujer mayor alimentando a los pájaros. No me doy cuenta de quién es, pues lleva el rostro cubierto por una pañoleta y tiene puestos lentes oscuros.

—¿Mal día? —me pregunta.

—Algo así —suspiro—, mejor dicho, mala vida.

—Oh, cariño, eso suena muy mal.

—Es demasiado malo —digo con lágrimas en los ojos—. No sé qué hacer.

—¿Por qué? ¿Qué te ocurre?

—No podría contárselo, es… vergonzoso.

—Soy una desconocida, además de mente abierta. Yo ya viví tres veces más que lo que tú has vivido.

Recargo la espalda en el respaldo y me cruzo de brazos. Las lágrimas no me permiten ver bien a la mujer, pero no me importa.

—Seguro que no se embarazó de su jefe —le suelto—. Un jefe horrible y egoísta que nunca se haría cargo del bebé.

—¿Estás embarazada de tu jefe y él no quiere hacerse cargo?

—Y se casará con otra —digo acongojada.

Hablar con una extraña es una estupidez, pero por alguna razón me siento mejor. No hay manera de que esta señora vaya a contárselo a mi jefe si no le digo su nombre.

—Guau, es un gran estúpido —comenta—. Ánimo, hija, seguro que sacas adelante al bebé.

—Eso espero, pero sobre todo no quiero que él lo sepa. No pienso arruinar su boda con la mujer que ama.

—Tal vez debas renunciar.

—Sí, eso es lo que debo hacer, pero tengo miedo.

Me llevo las dos manos al rostro y me echo a llorar. Mientras lo hago, me pregunto por qué demonios le acabo de contar esto a una completa extraña.

—No te diré que no tengas miedo, eso es inevitable —replica con ese tono lleno de sabiduría que caracteriza a algunos adultos mayores—. Sin embargo, debes seguir adelante y sin mirar atrás. Claro, podrías también intentar decirle y…

—No —la interrumpo—. Él no merece ser el padre de mi bebé. Además, piénselo, ¿qué pasaría si se sabe que tendrá un hijo con su asistente? Sería horrible, un escándalo. Esa familia se casa solo con personas de su mismo nivel.

—En efecto, es así. —Suspira—. Lo cual es lamentable, a decir verdad.

—¿Qué? Pero si yo no le he dicho…

—Por favor, acepta mi ayuda —me pide sin mirarme—. Déjame cuidar de ti y del bebé. Te llevaré a vivir conmigo y te resguardaré hasta que des a luz, o más si lo permites.

—No puedo aceptarlo —me río de manera nerviosa, temiendo que ella sea alguna traficante de órganos o algo peor.

—Quiero estar en sus vidas —insiste ella—. Soy el único camino que te queda, cariño. A menos que quieras que Alec se entere de esto. Porque lo hará, aunque no te ame, te va a buscar y encontrar si así se lo propone.

Mi cuerpo se queda helado cuando la mujer por fin se descubre el rostro y se quita los lentes. Hace mucho tiempo no la veo, pero la reconozco.

—S-Señora Elwood —resuello.

¡Es la abuela de mi jefe!

—Sí, Aria —dice asintiendo—. Pero tú puedes llamarme Julia.
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