—Nena, háblame, joder… —Piero está bien. Yo estoy... —Suspiró. Blanco y negro, claro y oscuro era como ella que veía—. Peter, Carol tiene el cabello de otro color, lo lleva rubio, casi blanco, corto, muy corto y... —apretó sus párpados, otro flashback le tocaba— dijo que se había cambiado el nombre
Peter, sentado, no quitaba ojos de encima de Pilar, quien dormía. Se veía plácida, respiraba parsimoniosamente, pero su rostro demostraba por todo lo que había pasado. Tenía una de sus manos dentro las suyas, el brazos sobre la camilla acomodados a un lado de su cuerpo e intentando no dañar las vía
Peter apoyó los codos sobre la cama nuevamente y entrelazó los dedos, su boca sobre ellos, sin dejar de mirar a Pilar desahogarse, queriendo que no llorara más así. —No fui capaz de cuidarla bien —lloró ella las palabras y él se enderezó, frunció el ceño—, no fui capaz de cuidar a tu hija, Peter. T
—¿Dónde? ¿En nuestra ciudad? ¿Pero qué…? —Los hombres de Tarsis aquí lo reconocieron, lo hicieron justo al entrar a Atenas y lo aprensaron. Todo los planes de ese sujeto cambiaron, terminó trabajando para Karlos. Era eso, o la muerte. Convencido Tarsis que él había osado con entrar al país por orde
—Jefe —llamó Jaya acercándose hacia él con energía, pero al ver su semblante, se detuvo. Él la miró y retiró la mirada de inmediato, no se movió frente a la puerta de la habitación de Pilar, colocando sus brazos en jarras y suspirando para calmarse. Movió su cabeza indicándole que ya podía hablar.
—Esto no parece Amorgós. —Sí lo es. Y has silencio —exigió el chofer del bote anterior. El motor se apagó y poco a poco, dejándose llevar por la corriente, llegaron al muelle. Uno de los sujetos vestidos de negro saltó hacia las tablas y ató la cuerda en uno de los pilares sobresalientes para es
—Carol, mírame. —Gesticuló con sus dedos, señalando sus propios ojos con dos de ellos—. No lo hagas más difícil. Ya no podrás lograr nada, ningún intento por escapar te servirá. Tarsis no te dejaría viva tampoco, ¿a caso crees que sí? ¡Dame a la niña! —¡No! ¿Por qué? Debí matar a esa desgraciada c
Victoria ya no estaba en los brazos de Peter. El rubio, con sus manos, tomó a Carol por su ropa, empuñó las telas e impulsó hacia arriba para sacarla del agua. Los ojos de la rubia estaban cerrados, el mar lavó su sangre pero el estatus de su cuello y los impactos de bala eran tétricos, significaban