Pilar sacó su cara del agua después de haber aguantado la respiración. Necesitó por fin de ese baño relajante que la siesta de su pequeño le permitió darse con gusto. No podía dejar que su momento de relajación se arruinara con toda su angustia, además de saber que Pierito despertaría en cualquier m
Sintió un poco de nervios. No había nadie a su alrededor. Solo unas pocas personas que dejó atrás en la plaza del pueblo a quienes saludo con un levantamiento de su mano, rogando por no tener que comunicarse, ya que no sabía hablar griego. El gorgojo de un bebé llegó a sus oídos y sonrió. Se posicio
—Sé que hay cosas que no dirás, Pilar, lo sé. ¿Sabes? Te vi en la televisión y pensé... Rayos, ella es aguerrida. ¿Sabes por qué lo pensé? Porque si tu vida ha sido tocada por la mafia, entendí perfecto porqué has sido siempre tan reservada. Yo misma escondí mucho en mi vida, Pilar, lo sabes. Me esc
Pilar tragó grueso y sintió cómo los poros de su espalda y sus brazos se abrieron. —Se ve claramente que estabas asustada. Fue lógico para mí que ese hombre te obligó a estar allí y el idiota de mi estúpido amigo nunca lo vio así, hasta ahora. —Pilar tragó grueso—. No sé cómo sucedió, no sé por qué
La mencionada no prestó atención. Miraba la pantalla de su celular y fruncía el ceño, mientras se texteaba con alguien. —¿Lenis? ¿Sucede algo malo? —Estoy conversando con la niñera. Apenas allá son las 20:00 horas, quería saber cómo estaban los niños y me está informando que la hija de Peter está
Llovía en La Ciudad. A cántaros. Y Pilar observaba la lluvia caer a través de un ventanal con forma horizontal, un gran panel de vidrio que bien podría hacer las veces de pared, sentada en una esquina de esa larga cornisa. Su vista no era específica, ni siquiera veía las gotas rodar sobre el vidrio.
—Fue Carol —interrumpió el abogado, asintiendo para afirmar ese gran dato que acaba de lanzar. —¿Qué? —Pilar casi queda sin palabras—. ¿Su esposa le...? George carraspeó con su garganta. —No es su esposa, Pilar, lo sabes, ¿verdad? Solo han firmado un concubinato. Ella arrugó su rostro, aún sor
Ellos seguían mirándose mientras la lluvia a sus espaldas no cesaba, tiñendo el cielo de un melancólico gris. —Jamás dudé de ti. Aunque no lo creas, le di la razón a Lenis: tú debías tener una poderosa excusa, algo guardado que te obligó a estar en Grecia aquella vez y a alejar a Peter de ese asunt