Te lo dije

Phoenix sentía el viento golpeando su pelaje, el olor de los árboles y la tierra llenando sus sentidos, pero lo que más le impresionaba era el puro poder que emanaba de cada movimiento. Sus músculos se contraían y relajaban con precisión, mientras su mente trabajaba en armonía con Pryo, que se deleitaba con la sensación de libertad.

Ulrich corría a su lado, sus movimientos igualmente ágiles y poderosos. La conexión entre ellos era palpable, como si cada golpe de sus patas en el suelo resonara al unísono. El sonido de sus respiraciones pesadas, el susurro de las hojas bajo sus patas y el suave gruñido de anticipación de Ulrich eran las únicas cosas que llenaban la noche. Eran depredadores, y el bosque era su dominio.

Después de correr por un tiempo, el olor de un grupo de ciervos llegó hasta Phoenix. El aroma era inconfundible, un pequeño rebaño, probablemente pastando cerca. Ella miró a Ulrich, cuyos ojos dorados brillaban con una emoción salvaje. Sin necesidad de intercambiar más
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