Los rebeldes mudéjares se refugiaron en las inescrutables montañas andaluces, viviendo en sus entrañas cavernosas o entre los claros de sus boscosos y tupidos parajes. Abdul fue bien entrenado por Humeya en persona quien le enseñó a usar la espada y la cimitarra, a disparar con las armas de fuego y con arcos y ballestas, así como el combate cuerpo a cuerpo.
Ambos forajidos se encontraban sumidos en un duelo de esgrima utilizando sus características cimitarras bajo la luz de la luna llena. Rodeándolos se localizaban los aguerridos camaradas que conversaban ante la fogata, otros cuantos oraban y algunos se dedicaban a entrenar disciplinadamente. Sólo los vigías se mantenían alertas y previsores, al menos hasta que llegara el momento de ser sustituidos.
El tintineante entrechocar de los sables y la prestancia en la que ambos se desenvolvían llamó la atención
—Tras ello me dediqué a investigar sobre el Marqués —afirmó mientras recorría los senderos boscosos con sus dos nuevos aliados— y parece que el Marqués ya desde hace muchos años solía recolectar muchachas jóvenes entre sus vasallos, pero nadie sabe qué les hace, sólo que nunca se les vuelve a ver.—¿Y esto no ha provocado la ira popular? —preguntó Aisha molesta.—Usualmente secuestra gitanas, judías, moriscas o mendigas. Mujeres que no le importan a las autoridades, cuidándose de nunca tocar una mujer cristiana, mucho menos de la nobleza.—Bueno —adujo Omar— habrá que ponerle fin a la maldad del Marqués.Pero algo les interrumpiría en su misión. Súbitamente tres cuerdas brotaron de entre los arbustos que los franqueaban terminadas en un lazo y los
—¡Despiértate ya! —le dijo una mujer que lo zarandeaba de un lado a otro. Abdul se despertó aturdido y semidesnudo bajo las sábanas. Se encontraba sobre la cama y dentro de un carruaje gitano. Quien lo empujaba era su amante, Milena, una guapa gitana de 20 años y de cabello castaño largo y rizado, que ataviada con una blusa blanca y una larga falda roja, así como un grueso cinturón y un chaleco. Se conocieron meses atrás cuando él la salvó del maléfico Marqués de Vorja.—¿Qué sucede? —preguntó él.—Pues que unos soldados españoles andan preguntando por ti.—¿¡Por mí!? —respondió Abdul alarmado y alertándose de inmediato.—Bueno, no por ti específicamente, no eres tan importante, pero andan preguntando si hay moros dentro
En la ciudad de Granada se iba a realizar una ejecución pública en nombre del Rey para ajusticiar así a los monfíes rebeldes, uno de los últimos reductos de moros insurrectos que habían sido sofocados. El verdugo preparó los tétricos cadalsos donde serían ahorcados al salir el sol.El carcelero que los custodiaba era un sujeto gordinflón y feo, de barba a medio cortar y chimuelo. Se recostaba a tomar vino de una botella todo el día en una mesa al lado de las celdas donde estaban hacinados y amontonados los moros.—¿Es usted el celador? —le preguntó una voz femenina. El adormilado guardia levantó la mirada de mala cara, como siempre, pero al ver a la hermosa mujer frente suyo, que tenía un atractivo traje de odalisca dejando ver sus rebosantes y redondos pechos, los hombros descubiertos y el cabello suelto se quedó allí, absorto,
Una persona fuerte no es aquélla que tira al suelo a su adversario. Una persona fuerte es la persona que sabe contenerse cuando está encolerizada.Mahoma Dos flotas se enfrentaban mutuamente en una encarnizada batalla naval. Uno de los bandos lo conformaban los navíos reales de España y consistía en cinco buques de guerra fuertemente armados con cañones y acabados de fina hechura que enfrentaban con saña a cuatro galeones pertenecientes a piratas berberiscos. Desde los acantilados de la costa era posible ver como las fuerzas de ambos combatientes se disparaban ruidosas balas de cañón que astillaban los cascos y cubiertas o destrozaban los fuselajes de sus naves rivales.Dentro de los barcos piratas podía verse a los aguerridos marineros confrontando a sus enemigos en medio del terrible bombardeo. Pesadas balas de cañón irrumpí
Nasradán era un viejo y sabio místico. Un derviche sufí que gustaba de realizar extensas caminatas por el desierto para meditar quietamente en las inmediaciones abrumadores y solitarias de antiguas civilizaciones y de las interminables dunas arenosas entre cuyo silencio le parecía escuchar a Alá.Esa ocasión, al realizar sus oraciones de la tarde postrándose de cuerpo entero como estaba prescrito, a sus ancianos oídos llegó el llanto de una criatura. El místico se levantó del piso, se cubrió mejor del candente sol con la capucha que utilizaba sobre su turbante de manta, y se asió fuertemente de su largo bastón para poder caminar con relativa facilidad hacia el origen del ruido.Cerca de un verdoso oasis desértico donde cristalina agua emergía de un pozo y una serie de ramajes y árboles frutales productores de dátiles recubrían
Aisha volvía todos los días a su hogar antes de ser descubierta, pero ese día se distrajo cuando en la plaza central se escuchaba el bullicio de una multitud hablando y los soldados otomanos vociferando. Aisha se coló entre la multitud y observó a los solados que sostenían a un joven de unos veinte y tantos años encadenado. Era un muchacho apuesto y simpático, de rasgos árabes y una bien recortada barba de candado. El capitán de la guardia imperial, un viejo y curtido turco de larga barba y un ojo cicatrizado, dio una declaración a todo volumen:—Este hombre es Omar Ahmed Mahmud Ibn Farad, conocido simplemente por el nombre de Omar el Aventurero, afamado bandido y pirata. Por orden del Valí de Bagdad y la autoridad investida en él por el Sultán del Imperio Otomano, se le condena a cien latigazos y cadena perpetua en las mazmorras.Aisha escuchó los
El destino en muchas ocasiones tiene cosas planeadas para nosotros los mortales, llevándonos a caminos diferentes. La vida de Aisha cambió para siempre al día siguiente.Se dirigió a su cita de todas las tardes en el restaurante de Amina. Pero en él no encontró a ninguna de las otras aprendices sino a los soldados del Valí quienes le impidieron la entrada bruscamente. Aisha gritó llamando a su amiga, así que la bayadera les suplicó que la dejaran despedirse. Quizás logró mover una fibra de compasión en los hoscos guardias que se lo permitieron.—No te preocupes, Aisha, estaré bien. Pronto me encontraré en el paraíso al lado de Alá. Talvez me conviertan en una hermosa hurí. Sigue practicando, tienes talento.Las dos amigas se abrazaron y se despidieron para siempre. Aisha nunca volvería a ver a Amina, a quien
Andalucía, España, 1567 (diez años antes).La Reconquista había acontecido hacía muchos años ya y el tiempo en que los musulmanes gobernaban la mayor parte de España estaba prácticamente olvidado. Recuerdo incómodo de esta época eran los mudéjares, campesinos musulmanes muy pobres dedicados casi completamente a la agricultura y al servicio de señores feudales que los explotaban cruelmente. Aunque por algún tiempo se les permitió practicar su religión, hablar su lengua y preservar sus costumbres mientras se mantuvieran rigurosamente aislados de la población hispana católica, en las mentes de los poderosos se fraguaba ponerle fin a esto.Abdul, de entonces 11 años, creció en una de las denominadas morerías andaluces al lado de sus padres y hermana menor. Como los otros mudéjares, vivían en rudimentarias caba