—No, no, no, no no... no es seguro a donde voy, Nahia —dijo Aaron abriendo mucho los ojos—. No puedo estar buscando a Jared y preocupándome por ti a la misma vez... —Es que no vas a tener que preocuparte por mí... a menos que creas que el acosador de mi cuñada puede estar en Bulgaria —replicó ella.
—¿Y por qué la mafia se llevaría a una periodista? —Bueno, en esta ciudad la mafia controla al gobierno —replicó Aaron, si ella tenía algo interesante que pudiera afectarlos... creo que se trataba más que de un simple caso de mala praxis. Nahia asintió y echó a andar el auto para alejarse de allí.
Nahia se quedó petrificada cuando vio a Aaron entrar en el club. No necesitaba escucharlos, la expresión de los dos gorilas gritaba "Sí, señor" y "Perdón, señor" más alto que cualquier palabra. Lo vio subir a uno de los reservados del segundo piso y se le quedó observando. Aaron, por su parte, ense
—Trato hecho —sentenció—. Te doy cuatro horas para reunir a tus peleadores. En la madrugada... empezaremos. Los dos hombres estrecharon las manos para cerrar el acuerdo, pero antes de que Aaron hiciera cualquier movimiento, aquellos cuatro hombres armados se lo llevaron a un cuarto y por todo el cl
Aaron no pudo evitar sonreír al darse cuenta de la cara de asesina en serio que llevaba Nahia. Llevaba semanas poniéndose maquillaje a prueba de agua en medio cuerpo para que no se le vieran todos los tatuajes, pero no había forma de parecer un niño bueno estando en una jaula así que... —¡Señoras y
Pero el silencio se hizo de repente cuando no entró uno sino tres oponentes a la jaula. No parecían los más peligrosos pero aun así iba contra las reglas. Aaron miró a Borisov, que lo observaba con una mezcla se satisfacción y molestia, como si estuviera feliz de haber conseguido la pelea pero no le
Nahia estaba furiosa. La chica estaba demasiado cerca de Aaron, con los brazos alrededor de él y la cara pegada a su cuello. Tenía los ojos entrecerrados y una sonrisa de satisfacción en el rostro, y Nahia sintió que una rabia repentina y desbordante se apoderaba de su cuerpo. Quería agarrar una sar
El segundo disparo le agujereó el otro pie y el hombre gritó de dolor. —Y que una cucaracha rastrera como tú —gruñó con rabia poniendo el cañón contra su mano—, se atreva a poner un dedo sobre mi familia y crea que yo lo voy a dejar pasar... bueno, ese es otro gran error. El tercer disparo le hizo