Tomando una copa de champagne de la bandeja plateada de un atento mesero, Lydia se acerca a un cuadro que retrata a unos antiguos pescadores echando las redes al mar. Le parece ver en el rostro de esos hombres una mezcla de esfuerzo y temor al estar a merced de las impredecibles aguas. Una sensación que le resulta muy familiar, ya que ha sido quizás la más habitual en estos últimos años.—Uno no puede evitar admirarse de la belleza que los artistas han plasmado con estas obras. Aunque al ver a una mujer tan bella, no puedo más que declarar que el mejor artista es sin duda Dios, solo él sería capaz de crear algo tan perfecto —declara un elegante hombre de cabello blanco parándose al lado de la mujer que ha captado su atención desde que la vio llegar a la muestra.—Pues a usted se le puede reconocer que es un artista con las palabras, ya que no creo merecer ese halago, y mucho menos poder compararme con lo que estos artistas han logrado hacer —replica Lydia con una sonrisa juguetona en
Joel observa por enésima vez la puerta de la oficina del Embajador a la que ha sido conducido no muy amablemente después de su desafortunado accidente. Custodiando la salida dos hombres de traje negro le devuelven la mirada con un considerable desprecio, y la verdad es que no podría culparlos, probablemente él haría lo mismo si tuviese que custodiar a un hombre que ha arruinado una invaluable obra.—Esa maldita lo tenía todo planeado, probablemente incluso su historia de aparente inocencia no fue más que un embuste para que bajara la guardia —murmura Joel meneando la cabeza con pesar sabiendo que tendría que haberlo visto venir.Al escuchar el ruido de la puerta abriéndose, Joel gira en la silla viendo a un hombre bajito entrando en el despacho, el cual le da una orden en italiano a los guardias que se retiran con un respetuoso asentimiento de cabeza. Soltando un pesado resoplido el extraño hombre de cabello castaño y abundante bigote se sienta en la silla desocupada, y por unos minut
—¿Son dulces estas frutillas? —pregunta Lydia a una señora de pelo negro que atiende uno de los puestos de la Feria Central.—Sí, muy dulces, solo tiene que ver el rojo brillante que tienen. Pruebe una para comprobarlo —ofrece la vendedora con amabilidad para asegurarse esa venta.—Mmm, sí, son realmente muy ricas, deme un kilo por favor —pide la mujer chupándose la punta de los dedos, saboreando el sabor dulce que aún le dura en el paladar.—Es usted muy bella, ¿Tiene que ver con las frutas? Porque nos compra todas las semanas —pregunta una curiosa niña de unos siete años aprovechando que su madre está ocupada.—Se puede decir que las frutas tienen algo que ver, además del ejercicio, y supongo que un poco de herencia —responde Lydia con una sonrisa amable contemplando a la pequeña que la mira como si le estuviese revelando uno de los secretos del universo.—¿Y cree que yo algún día podré ser tan hermosa como usted? —pregunta la niña abriendo sus ojos marrones con suma atención.—Creo
—¿Va a ordenar algo, señorita? —pregunta una mesera pasando nuevamente por la mesa de la pelirroja.—Un agua sin gas, por favor. Es que estoy esperando a alguien —responde Lydia con una sonrisa vergonzosa al ver su reloj y notar que su compañero lleva más de quince minutos de retraso.Lo único que eso logra es hacerla sentirse nerviosa y vulnerable, sobre todo al saber quien está detrás de ella ahora. Algo por lo que se ha visto obligada a modificar todos sus hábitos, cualquier atisbo de rutina que pueda volverla predecible y por ende presa fácil.Es por esa razón que no ha tenido más remedio que aceptar a Joel como un aliado, cada vez se encuentra más cerca de una guerra, y necesita contar con lo necesario para que su lado no resulte el perdedor. Aunque lo cierto es que el resultado de esa gran batalla no lo conocerá hasta el final, uno al que en verdad teme llegar.—¡Lo siento mucho, tuve algunas complicaciones y se me fue el tiempo! —se disculpa Joel tomando asiento frente a la sed
Lydia observa con ojo critico el desayuno que ha preparado para su visita, una que de haber podido habría evitado tener que contactarla. Pero las circunstancias se vuelven cada vez más adversas, obligándola a recurrir a todo recurso disponible.Ante el sonido del timbre, Lydia toma una gran bocanada de aire dirigiéndose hacia la hacia la entrada, sabiendo que ese reencuentro no resultará facil. Al abrir la puerta, su mente tarda unos segundos en reconocer a la esbelta mujer rubia que luce un abrigo de piel blanco.—¡Yanina, querida, tanto tiempo sin vernos! —exclama Lydia abrazando con una sonrisa que espera no se vea tan falsa como la siente.—¡Diez años, querida! Y si dependiese de mí hubiese preferido que pasara otra década antes de tener que saber de ti —responde la rubia apretando con cierto disgusto sus labios pintados de rojo carmesí.—Tan agradable como te recordaba, veo que algunas cosas no cambian siquiera con el paso del tiempo. Preparé un té blanco, pero quizás te venga m
—¿Encontraste algo? —pregunta Lydia a través del celular mientras cruza la calle apresuradamente.—Sí, aunque no estoy muy segura de qué es lo que hallé. El dinero depositado en esas cuentas fue transferido desde empresas ligadas a la familia Rinaldi —informa Yanina con un tono dubitativo en la voz al parecer estar estudiando aún los datos.—Pues a mí me resulta demasiado claro, el policía estaba en la nómina de Rinaldi, sería un informante o alguien que le hacia el trabajo sucio. No es ninguna sorpresa —declara la pelirroja obligándose a detenerse antes de cruzar ante el bocinazo furioso de un auto que tiene luz verde para avanzar.—Sé que eso no es nada extraño, pero lo que me llama la atención es que no hubo ningún intento de ocultar esa relación. Usualmente la mafia es muy cuidadosa de no dejar rastros de sus sobornos —indica la rubia sabiendo bien de lo que habla al haberse infiltrado en más de una ocasión en familias de mafiosos.—¿Intentas decirme que alguien pudo haber tratado
Al llegar a un motel a unos diez kilómetros de la ciudad, Joel detiene el auto, en el camino esperaba poder entablar una conversación que le brindara más información sobre la identidad de su nueva compañera. Pero cada uno de sus intentos por charlar terminaron en un rotundo fracaso con respuesta monosílabas.—No traigo un micrófono de la policía para grabar nuestras conversaciones si es lo que te preocupa —murmura el Detective bajando del vehículo, cansado de tanto silencio y evasión.—Ya lo habría notado si lo llevaras, no puedes esperar que te cuente todo de mi vida después de que casi me arrestan por haberte confiado la información sobre tu hermano —plantea Lydia siguiendo a su compañero hacia la recepción del motel para pedir una habitación.—¿Piensas seguir reclamándome eso? Creí que a esta altura ya estaría redimido, he salvado la vida, mujer —protesta Joel mirándola con asombro, ya que creía haber superado ese percance.—No soy alguien que decida confiar con frecuencia, y cuand
—Espero que una parrilla al costado de la ruta no te parezca poca cosa para ti —murmura Joel sentado a la mesa para dos en la parte exterior del local.—A esta altura comienzo a creer que tienes una imagen de mí que está muy lejos de dar en el blanco —replica Lydia sirviéndose un pedazo de carne de la tabla que le han traído.—¿En verdad? Estoy seguro de que no eres una mujer simple, una que pueda ser feliz con poco, sino mas bien una que está acostumbrada a los lujos, o mejor dicho a considerarlo como parte esencial de su vida —declara el Detective, consciente que está entrando en terreno pantanoso, pero esperando poder conseguir más información sobre ella al alterarla.—¿Intentas decir que soy una mujer superficial y materialista? Deberías ser menos directo en nuestra primera comida juntos —protesta la pelirroja tratando de ocultar el disgusto de ser tildada de esa manera.—Lo sería si fueses más comunicativa, pero al no serlo, no me dejas más opción que recurrir a mi poder de deduc