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CAPÍTULO 5: Mi nuevo jefe es muy estresado
A la mañana, siguiente, llegué a la empresa, puntual, a las ocho de la mañana. La señora Mariana me recibió con una cálida bienvenida y se encargó de presentarme a todo el equipo. Todos fueron extremadamente amables conmigo, aunque el jefe aún no estaba en la oficina, ya que se encontraba de viaje y regresaría hasta el fin de semana.

La oficina era impresionante. Un diseño moderno que combinaba perfectamente el blanco, con el acero inoxidable y los detalles en verde. Lograba ser profesional y acogedora a la vez, con un toque de elegancia que me cautivó por completo.

Y me sentí particularmente satisfecha por mi elección de vestuario: un traje negro impecable, con una blusa de satén verde oscuro y unos tacones negros que complementaban el conjunto a la perfección. Consciente de que ahora trabajaría directamente con el presidente de la empresa, sabía que debería mantener ese nivel de elegancia todos los días.

A media mañana, recibí un mensaje de Meli, en el que me informaba que había logrado programar una cita con la directora de la guardería cerca de nuestro departamento para la hora del almuerzo. Me acerqué a la señora Mariana, le expliqué la situación y le pregunté, con amabilidad, si sería posible salir a esa hora, comprometiéndome a regresar puntualmente.

—¿Entonces tienes un hijo? ¿Qué edad tiene? —me preguntó con una sonrisa.

—Tiene dos años. Es un niño muy inteligente. No fue planeado, ¡pero es la razón de mi vida!

—¿Cómo se llama?

—Pedro.

—Pedro. Un nombre fuerte. No estás casada, eso lo sé, pero ¿y el padre de tu hijo, siguen juntos?

Al escuchar esta pregunta, mi corazón se hundió, ¿cómo podía explicarle que no sabía quién era el padre? Pero, dado que yo no miento, decidí responder con la verdad. Mientras se lo contaba, ella me miraba con seriedad, sin el más mínimo rastro de juicio en sus ojos.

—Tienes mi respeto, Catarina —me dijo, cuando terminé de hablar—, no es fácil ser madre soltera, y es muy difícil contar verdades como esta que sabes que despertará el juicio de los demás. Gracias por tu confianza y por tu honestidad. Ahora ve a resolver lo de la guardería, continuamos en la tarde, no hay prisa.

Mi admiración y respeto por la señora Mariana no hacía más que crecer. Era una mujer de unos cincuenta y cinco años, cabello rubio muy claro y los ojos azules casi transparentes. Es una mujer bella y elegante, pero, sobre todo, muy acogedora. Nos llevamos muy bien. Durante el resto de la mañana me llenó de información sobre el trabajo, mientras yo iba anotando todo para no olvidarlo.

A la hora del almuerzo salí del edificio y Meli ya me estaba esperando en la puerta con Pedro. Me subí al auto y fuimos a almorzar antes de ir a la guardería.

Meli y yo adoramos la guardería y Pedro ya estaba socializado, corriendo con sus nuevos amiguitos. ¡Era un niño muy extrovertido! ¡Y eso me hizo muy feliz! ¡Mi hijo estaba contento! Desistimos de ver las otras guarderías, pues esta era excelente y quedaba muy cerca de casa, a tan solo tres cuadras de distancia, por lo que rápidamente hicimos la matrícula y arreglamos todos los detalles. Tras lo cual, la directora sugirió que dejáramos a Pedro hasta el final del día, ya que se estaba divirtiendo y así ya podía ir adaptándose, y Meli y yo acordamos que ella se encargaría de recogerlo al final del día.

Meli me dejó en la empresa nuevamente y me dijo que volvería a casa para prepararse para la entrevista de trabajo que sería a media tarde. Volví a mi oficina, antes que la señora Mariana, y, tras ocupar mi escritorio, comencé a repasar todo lo que ella ya me había informado. En ese momento, el teléfono sobre la mesa sonó y no supe qué hacer, pero ese sería mi puesto, por lo que, sin perder tiempo, contesté con la voz más profesional posible:

—Grupo Meléndez, presidencia, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?

Al otro lado de la línea, escuché un silencio sepulcral, seguido de un largo suspiro.

—Pásame a Mariana —vociferó alguien, con voz fuerte y ronca, denotando una gran impaciencia.

Me asusté, pero me controlé y respondí:

—Disculpe, señor, pero la señora Mariana aún no ha regresado del almuerzo. ¿Puedo ayudarle en algo, o desea dejar un recado?

—¿Quién habla? —inquirió el hombre, aún más impaciente.

—Mi nombre es Catarina, y soy la nueva asistente del señor Meléndez.

—Pero yo no te conozco. —Parecía que se ponía más impaciente conforme hablaba.

—Es que hoy es mi primer día, señor. ¿Desea dejar un recado?

—Dile a Mariana que me llame en cuanto ponga un pie en la oficina.

—Perfecto, señor. ¿Me diría su nombre?

—¡Parece que soy tu jefe! —dijo bruscamente y colgó el teléfono.

¡Vaya, qué hombre tan estresado! Esto no estaba en la descripción del puesto.

Inmediatamente, se me hizo un nudo en la garganta, ¿ya le había causado mala impresión a mi jefe? Si era así, ¡estaba bien jodida! Y no pude evitar pensar que no iba a durar en este trabajo. Poco después, llegó la señora Mariana y le transmití el recado con cara de preocupación. Sin embargo, ella me miró sonriendo, como si entendiera mi temor, y preguntó:

—¿Estaba tranquilo?

—Estaba a punto de tener un colapso nervioso —respondí, sin poder evitarlo, mientras alzaba la mirada—. Seguramente tenía la yugular palpitándole en el cuello.

—¡Ustedes dos se van a llevar muy bien! —dijo ella, tras soltar una carcajada—. Vas a domar a la fiera, estoy segura.

Pero yo no estaba tan segura. ¡Tal vez ni siquiera debería deshacer las maletas, aquel hombre me iba a comer viva!
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