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CAPÍTULO 4: ¿Y después de la universidad?
El día de mi graduación, Pedro ya tenía dos años. Era un niño hermoso que caminaba por todos lados, siempre pegado a su abuelo. De hecho, «abuelo» fue su primera palabrita. Con su cabello negro bien lacio, piel clara, una naricita respingada y unos enormes ojos azul violeta que me hacían suspirar, era literalmente mi sol. Y ahora tendría más tiempo para dedicarme a él.

Después de la ceremonia de graduación, mi jefe me llamó para tener una conversación. Era un jefe extraordinario que me había demostrado verdadero aprecio. En la reunión, él me explicó que estaba muy satisfecho con mi trabajo en la constructora, pero sabía que yo merecía mucho más, por lo que me aconsejó buscar trabajo en mi área profesional para asegurar un mejor futuro para mi hijo. Así también me garantizó que mi puesto seguiría disponible si las cosas no resultaban como esperaba, lo cual me dio total tranquilidad, y, emocionada, acepté su consejo.

Cuando le conté a Meli, inmediatamente, se ofreció a ayudarme. Habló con su papá para que moviera algunos contactos, y no pasó mucho tiempo antes de que el señor Octavio Lascuráin me llamara a su oficina, para entregarme una tarjeta, mientras me decía:

—Catarina, sé que eres una excelente profesional. Hablé con un amigo y conseguí una entrevista para ti en el Grupo Meléndez, específicamente para el puesto de asistente del CEO. Es una oportunidad en una empresa global, aunque implicaría un cambio grande: tendrías que mudarte de Campanario a Puerto Paraíso. Sé que es un paso enorme, pero creo que deberías considerarlo, dado que será magnífico para tu desarrollo profesional.

Tras esto, me indicó que enviara un correo a la dirección de la tarjeta, ya sea para declinar o para aceptar la entrevista virtual.

—Señor Lascuráin, ¡no tengo palabras para agradecerle! ¡Ustedes siempre han sido tan buenos conmigo! ¡El Grupo Meléndez es uno de los conglomerados empresariales más grandes del país! ¡Trabajar allí es un sueño! Por supuesto que aceptaré la entrevista, y, si tengo que mudarme lo haré, sé que será una gran oportunidad —le dije con convicción, pues no me vendría mal alejarme de esa gente maliciosa de mi familia, especialmente ahora que la «reina» Kelly estaba embarazada y su madre se había empeñado en pedir todas las cosas de Pedro para el bebé de esa pareja sinvergüenza.

Por suerte, mi mamá le dijo que eso era absurdo, pero que, de todas formas, sería imposible, puesto que ya le había dado todo lo que ya no le servía más a Pedro a una conocida que también estaba embarazada. Mi mamá andaba muy disgustada con su hermana, pues siempre estaba menospreciando a mi hijo, refiriéndose a él como el niño sin padre, algo que la había lastimado profundamente. Por esto, al irme de esta ciudad, solo lamentaría dejar a mis padres y a mis amigos, aunque sabía bien que ellos me apoyarían una vez más, sin dudar.

Le agradecí al señor Lascuráin y salí de su oficina.

Cuando llegué a mi escritorio y hablé con mi jefe, otro señor Lascuráin, aunque a él no le gustaba que lo llamaran así, por lo que yo siempre lo llamaba por su nombre:

—Aldo, tu hermano me consiguió una entrevista en el Grupo Meléndez.

—Lo sé —dijo él, con una sonrisa—, acaba de llamarme. Creo que deberías aprovechar la oportunidad, y, si no funciona, siempre puedes volver.

Le sonreí, y, sin decir nada más, me apresuré a enviar el correo para programar la entrevista. Rápidamente, recibí la confirmación de que la misma sería al día siguiente a las diez de la mañana, y, como ya había tomado la iniciativa de enviar mi currículum, esta sería breve.

Esa noche hablé con mis padres, quienes me entendieron, a pesar de que les preocupaba cómo cuidaría a un niño sola en otra ciudad y se pusieron a lloriquear porque estarían lejos de su nieto. No obstante, me apoyaron, como siempre, y se alegraron por la oportunidad que se me había presentado. Y yo no pude evitar pedirles que no se lo contaran a nadie.

Cuando llegó Meli, —ella iba todos los días a ver a su ahijado—, le conté todo y me ayudó a prepararme para el día siguiente.

A la hora de la entrevista, fui a la sala de reuniones de mi trabajo, luego de que mi jefe me diera permiso, me senté y esperé la llamada. Me entrevistó la señora Mariana Toledo, una muy muy amable e inteligente. Fue muy agradable, y conversamos durante dos horas, durante las cuales me dio toda la información del puesto, salario y beneficios, y al final me dijo:

—Catarina, ¡estás contratada! Me vas a reemplazar, ya que me voy a un puesto directivo en la sucursal de Londres, así que ocuparás mi cargo aquí. Por lo que me gustaría que empezaras lo más pronto posible, dado que viajo en diez días y quisiera pasarte todo antes de irme; y tampoco quisiera reprogramar mi partida. ¿Cuándo puedes empezar?

—Solo necesito que mi jefe me libere, pero creo que puedo estar allí el lunes —respondí, pensando que ya era viernes. ¿Acaso Aldo aceptaría liberarme ese mismo día?

—Perfecto. Puedes enviarme un correo confirmando después de hablar con él. ¿Tienes alguna duda?

—No, señora. Está todo claro.

—¡Excelente! Bienvenida al Grupo Meléndez, estoy segura de que te irá muy bien. Te espero el lunes.

Terminó la llamada y mi corazón latía acelerado, ¡lo había conseguido! El trabajo era excelente, el salario mejor aún y, encima de todo, tendría la oportunidad de progresar. Era un sueño. Pero era hora de correr para resolver todo.

Sin perder ni un segundo, fui a hablar con mi jefe. Se puso contento, llamó a contabilidad y mandó hacer mi liquidación de inmediato. Después de la liquidación me liberó, repitiéndome que siempre tendría un lugar para volver, si lo necesitaba, pero que sabía que me iría muy bien. Le agradecí por todo y salí.

Rápidamente, envié el correo de confirmación a la señora Mariana, diciéndole que el lunes a las ocho de la mañana estaría en la empresa, y enseguida fui a hablar con Meli y su padre. ¡Tenía que agradecerles!

Sin embargo, ahí fue Meli quien me sorprendió diciendo:

—¿Qué pensaste, que te ibas a llevar a mi ahijado así nomás? ¡Ni lo sueñes! Mi papá consiguió una entrevista para mí en Lince Mundi en Puerto Paraíso. Me voy a mudar contigo y viviremos juntas. ¿Qué te parece?

Al escuchar aquello, no pude evitar sentirme sumamente feliz. ¡Aquello era perfecto! Pero enseguida pregunté:

—Meli, pero ¿y Nando?

—Nando ya pidió en su empresa el traslado a la sucursal de Puerto Paraíso, allá también tendrá más oportunidades. Se irá en quince días. Amiga, vida nueva para los tres.

¡No cabía en mí de felicidad! Meli ya tenía todo más que planeado. Nando nos llevaría y ella se quedaría con Pedro para que yo pudiera trabajar hasta conseguir la guardería. Ya tenía tres guarderías para visitar y el padre de mi amiga ya había puesto a nuestra disposición un departamento amueblado en la ciudad. Todo era tan perfecto que hasta me daba miedo.

Al notarlo, Meli me dio un codazo y me dijo:

—¡Aprende a aceptar las cosas buenas que te ofrece la vida!

Le sonreí y, de inmediato, fuimos a casa de mis padres. Era hora de darles la noticia y despedirnos. Puerto Paraíso quedaba al otro lado del país, así que estaríamos sin vernos por un tiempo. Mis padres se alegraron, hasta que les dije que partiría a la mañana siguiente; ahí la despedida se tiñó de tristeza. Era difícil dejarlos atrás, pero era necesario. Con el salario que recibiría, ahora podría ayudarlos más. Y eso era bueno.

A la mañana siguiente, Nando y Meli llegaron puntuales. El papá de Meli le regaló una camioneta, lo que facilitó mucho hacer nuestra mudanza. Nando puso todo en la camioneta y allá nos fuimos, con todo un día de carretera por delante.

Llegamos a Puerto Paraíso ya tarde en la noche del sábado. Pedrito estaba muy cansado, aunque se había divertido mucho durante el viaje. Para él todo era novedad.

Rápidamente, nos acomodamos, pedimos comida y, después de comer, nos fuimos a dormir. El domingo recorrimos la ciudad reconociendo el lugar. Puerto Paraíso era una ciudad muy grande, llena de industrias y muy moderna. Quedaba en la costa y el puerto atraía muchos negocios, por lo que era un centro urbano de primer mundo.

El departamento donde viviríamos quedaba cerca de una de las guarderías que Meli había contactado, y eso era genial, ya que tampoco quedaba lejos de la empresa; en metro llegaría en veinte minutos. Era precioso, decorado en estilo moderno, con enormes ventanales, que lo mantenían bien ventilado e iluminado.

Por la noche, dejamos a Nando en el aeropuerto y de vuelta en la casa fuimos a descansar. El día siguiente sería un gran día: yo empezaría en el trabajo y Meli haría su entrevista virtual y coordinaría con la directora de la guardería cerca del departamento para ir a conocer y conversar.

Acosté a mi hijo, quien no tardó en dormirse. Se había divertido tanto que estaba exhausto. Observé su sueño tranquilo por un rato, confiando en que aquí tendríamos una vida muy buena. Pedro ahora tenía su propia habitación, por lo que Meli y yo acordamos comprar algunas cositas para darle nuestro toque personal.

Pensando en esto, tomé el monitor de bebé y me fui a mi habitación. Abrí una de mis cajas y empecé a ordenar todo. Cuando abrí la última, saqué de ella la caja con mis recuerdos de la noche del baile, la abrí, pasé la mano por aquel hermoso vestido y suspiré una vez más. Tomé el perfume y pensé: «¿por qué no?». A partir de ese día usaría ese perfume todos los días, después de todo, mi salario era bueno y cuando se acabara podría comprarme otro.

Con una sonrisa, guardé la caja, dejé el perfume sobre el tocador y me fui a dormir llena de expectativas con esta nueva vida que se abría frente a mí.
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