Raquel Martínez.
— ¿Qué? —suelto después de un par de minutos en silencio debido a la impresión que me han causado sus palabras.
— Vas a irte —repite él, sumamente calmado.
Irme... ¿Yo? ¿Con no sé quién?
No, no, no.
Eso es sin dudas una broma.
Eso es.
A papá le gusta bromear siempre.
Y es lo que está haciendo ahora.
— Papá, sabes que no me gustan este tipo de bromas.
Papá calla unos segundos, desvía la mirada a mí madre por fracción de segundos y ella le da una mirada recelosa.
Jorge suelta un suspiro y vuelve a mirarme, está vez su expresión se endurece al decir:
— No bromeó, lo harás.
— No —dice mamá de inmediato, negando—. Raquel no hará eso. No sé irá.
— Tiene que hacerlo...
— He dicho que no —repite ella, sin opción a réplica—. No la obligarás a algo que no desea por tu mala administración en la empresa. Y por tus malditos vicios.
— Expliquen que rayos sucede —exijo—. Porque no entiendo nada.
—Nos hemos quedado en quiebra por culpa de tu padre y su maldito vicio de apostar —mamá cuenta—. Y para no perder la empresa, te ha dado a ti en garantía de que si le pagará al hombre que le debe dinero.
— ¿Qué?
Desvío la mirada hacia el hombre que se hace llamar mi padre y él aparta la suya hacia otro lado avergonzado y cabizbajo, apretando su mandíbula.
— ¿Eso es verdad?
No responde, ni siquiera me mira.
— Papá...
— No tenía otra opción —suelta, murmurando—. Tuve que...
Dejo de escucharlo cuando parte de una conversación viene a mí mente justo en ese momento y todo hace click en mi cabeza.
"— ¿Es su última palabra, Jorge? —escucho como desde adentro un hombre le pregunta a mí padre."
¿Es posible...?
"— ¡Espere! —esta vez quien habla es mi padre—. Yo... Acepto tu propuesta.
— ¡Perfecto! —por su tono repentinamente alegré deduje que está sonriendo—. Entonces mañana mi chófer pasará por ella al mediodía."
— En tu oficina —murmuro, comprendiendo todo—. Esta fue la propuesta que le aceptaste a ese hombre.
Con eso logro que papá vuelva a mirarme, está vez con el entrecejo levemente fruncido en un claro gesto de confusión mezclada con sorpresa.
— ¿Cómo sabes...?
— Los escuche —confieso—. Y déjame decirte una cosa papá, no voy a irme a vivir con nadie, mucho menos con un desconocido.
— Cariño, si no lo haces pueden demandarme.
Muevo la cabeza en un gesto de negación, sin dar mi mano a torcer.
— Me pondrán una multa que no podré pagar, Raquel. ¡Puedo perder la empresa! —continua, la desesperación se hace presente en su voz—. ¡Puedo ir incluso a la cárcel!
Mi gesto cambia ante su inesperada confesión, se suaviza y pasa a uno lleno de incredulidad a la vez que mi corazón deja de bombear sangre con normalidad.
Ha dicho... ¿Cárcel?
Justamente, eso ha dicho.
No, papá no.
Él no puede ir a ese lugar. Nunca. Jamás.
No lo soportaría.
— Jorge, ya basta —le advierte mamá—. No le llenes la cabeza de...
— Estoy diciendo la verdad —papá se gira abruptamente hacia ella, furioso de que no le crea—. Erick y su padre puede enviarme a la cárcel si así lo desean. ¡Entiéndelo de una p**a vez, joder!
Lucia, mi madre, da un respingo a la vez que sus depiladas cejas se alzan con sorpresa ante el tono tan brusco con el que su esposo le ha hablado o, mejor dicho, gritado.
Nunca antes lo había hecho, nunca había usado aquel tono para dirigirse a mamá. Ni siquiera cuando se enfadaba lo hacía, mucho menos le alzaba la voz de tal manera. Y esto nos ha tomado por sorpresa, no sólo a ella, a mí también.
Mamá no se atreve a hablar nuevamente, yo mucho menos. Todo a nuestro alrededor en la sala se apodera de un sepulcral silencio. Papá se pasa las manos por la cara, inhalando y exhalando, tratando de mantenerse sereno. Y cuando se gira hacia mí y clava sus ojos suplicantes en los míos, parece mucho más calmado que segundos antes.
— Raquel, cielo, de que lo hagas depende mi libertad.
No respondo, permanezco mirando sus ojos verdes los cuales son idénticos a los míos. Papá avanza unos pasos hacia mí hasta quedar frente a frente y con sus manos toma las mías.
— Debes irte con Erick —su tono es suave, pero no deja de sonar demandante.
— No puedo, papá —repito más para mí misma que para él, convenciéndome de ello—. No lo conozco. ¡Ese tal Erick puede ser un anciano, calvo y regordete, un criminal, incluso un violador o un asesino!
— Él no es nada de eso —se apresura a decir—. Te lo puedo asegurar. Confía en mí. En tu padre.
— Y-yo...
— Por favor, cielo, ayúdame.
Cierro mis ojos ante la notable desesperación en la voz del hombre frente a mí y aprieto con fuerza mis párpados sin saber qué carajos hacer, no es una decisión fácil de tomar porque, por un lado, si acepto casarme estaría obligada a estar al lado de un desconocido que no quiero y no me quiere a mí, con el que solo seré infeliz. Mientras que, si no acepto, estaría condenando a papá a estar años en prisión injustamente.
¿Qué debo hacer?
¿Qué decisión debo tomar?
Abro los ojos, está vez los clavo en un punto detrás de mí padre. En mamá, quien al darse cuenta de la súplica en mi mirada se apresura a decirme en un tono apagado:
— No tienes la obligación de hacerlo si no quieres, cariño.
Y eso es lo contrario a lo que siento en estos momentos.
♡♡♡♡♡
— ¿Estás segura de querer hacer esto?
Dejo de doblar la prenda que tengo en mis manos en cuanto escucho su voz apagada, triste. Suelto un suspiro, dejando la camisa dentro de la maleta y al girarme veo a mamá en el umbral de la puerta.
— Si —respondo, queriendo sonar segura de mí misma, cosa que no logro.
Mi madre da unos pasos dentro de la habitación, hasta posicionarse frente a mí. Teniéndola más de cerca puedo ver su rostro a detalle y darme cuenta de que sus ojos están rojos e hinchados, no trae maquillaje así que también noto unas medias lunas debajo de sus ojos. Indicándome que tampoco pudo dormir durante la noche de ayer.
— Él no puede obligarte a hacer esto —murmura, sus ojos se cristalizan en cuestión de segundos.
— Él no me está obligado.
— No, te está manipulando que es diferente.
— Eso no...
— Si lo está haciendo —me interrumpe ante mi negativa—. Pero el amor que le tienes no permite que lo notes.
Niego con la cabeza, prefiriendo callar y me giro para cerrar la maleta llena con mis prendas que yace abierta sobre mi cama.
— Cielo, no lo hagas, por favor.
El que su tono de voz cambie a uno lleno de súplica acompañado de un fuerte sollozo hace que una punzada de tristeza se alojé en mi pecho.
No quiero irme, no de esta forma. Y menos tenerlos lejos. Sin embargo, aunque esto nunca estuvo en mis planes, es mi deber hacerlo así no lo desee.
Por lo que escuché ayer, sólo debo irme a vivir con aquel desconocido por un corto tiempo hasta que papá pagué el dinero completo, que prometió lo haría lo más pronto posible.
Giro sobre mi propio eje para mirar a mamá, y debo aguantarme las ganas de llorar que me surgen al momento.
— Debo hacerlo, sino meterán a papá a la cárcel. No puedo permitir que eso ocurra, mamá. Entiéndelo.
— Hay otras opciones para evitar que vaya a ese lugar. Hablaré con tus abuelos, ellos pueden ayudarnos.
Sonrío con tristeza, negando.
— Papá no dejará que hagas eso —expliqué—. Y ellos no lo ayudarán, sabes que siempre lo han detestado.
— Puedo convencerlos...
La callo, negando con la cabeza.
Ella suelta otro sollozo mientras su labio inferior le tiembla. Detesto verla así, y me siento peor porque sé que es por mi culpa, porque me iré.
Tomo su rostro en mis manos, con la yema de mis pulgares quitó las lágrimas que se deslizan por sus mejillas y la miro a los ojos.
— Estaré bien —la tranquilizó—. Solo serán unos meses, después todo será como antes. Y mientras no esté acá prometo que te llamaré todos los días y la mayoría del tiempo vendré a verte.
Ella niega con la cabeza, sin dejar de llorar.
— No llores más, por favor —le pido—. Entiende que esto lo haría cuantas veces sea necesario, por papá, por ti. No dejaré que a las dos personas que más amo en este mundo les ocurra algo si en mis manos está el poder evitarlo.
Mamá vuelve a sollozar cada vez más fuerte y rodea mi cuerpo en un cálido abrazo. No lo puedo evitar, algunas lágrimas bajan por mis mejillas.
— Te quiero, te quiero muchísimo —masculla—. No te imaginas cuánto, mi pequeña.
— Yo a ti también mamá —esbozo una media sonrisa, aunque ella no pueda verme.
El abrazo se extiende por unos segundos más en los que ninguna quiere separarse, hasta que mamá parece recordar algo y se aparta, pasando sus dedos por debajo de sus ojos para quitar las lágrimas. Yo la imitó.
— Ese hombre, Erick, envío a alguien a buscarte —dice mamá, frunciendo los labios en una línea recta—. Esta abajo.
— ¿Tan pronto?
— Si no quieres irte, siempre puedes retractarte a eso de irte, cielo.
— Mamá, no haré eso —digo, cansada de que no comprenda que es una decisión ya tomada—. Mejor bajemos.
Mamá asiente con la cabeza, resignada al no haber logrado que yo cambiará de parecer respecto a aquello.
Bajo la maleta de la cama y tomó la otra que está al pie de la misma, no me he llevado todas mis cosas, solo lo necesario porque al fin de cuentas no viviré para siempre con el tal Erick.
Salimos de la habitación, no sin antes haberle echado un último vistazo antes de cerrar la puerta. Y cuando bajamos a la planta de abajo veo a mi padre acompañado de un hombre de unos treinta años, su piel es morena y posee buenos músculos los cuáles pueden notarse aún por encima de su traje hecho a la medida color negro.
— Te estábamos esperando —dice papá, al verme llegar a su lado—. Él es William, te llevará a la casa de Erick.
— El señor la espera —dice el hombre, con voz ronca y serio.
Muevo la cabeza en un gesto afirmativo.
El sólo hecho de saber que en breves minutos veré al dichoso Erick me hace sentir nervios.
— Déjeme ayudarla con las maletas —da un paso hacia mí y no me deja decir nada, me las arrebata sin ningún problema de las manos.
— ¿Nos vamos? —pregunto.
— Sí.
Tras esa afirmación, el hombre sale de la casa arrastrando las maletas consigo.
Tomo una bocanada de aire y la expulso mientras aguanto las ganas de llorar otra vez cuando me giro hacia mis padres.
— Los voy a extrañar —les dejo saber, sonriendo—. Cuídense mucho.
— Nosotros a ti también, cariño —me dice papá.
— Te amamos.
— Yo más.
Y los abrazo a ambos al mismo tiempo, dejando un beso en sus mejillas.
Después de despedirme de ambos salgo de la casa sin mirar atrás, no quiero arrepentirme de lo que haré si volteó a ver sus ojos llenos de lágrimas y tristeza.
Al frente William me espera fuera de una camioneta gris con los vidrios polarizados, al parecer guardo ya mis maletas en el maletero del coche porque no las veo por ningún lado. Cuando me acerco, me abre la puerta trasera del coche y poco después ya estamos saliendo de la zona residencial donde he vivido toda mi vida.
El camino es un poco largo, yo permanezco en completo silencio al igual que el moreno y tratando de distraer la mente paso todo ese rato leyendo en una aplicación que descargue recientemente un libro llamado Asfixia.
Un poco de ficción no me cae mal en estos momentos llenos de nerviosismo por lo que ocurrirá de ahora en adelante.
William detiene el coche después de más de veinte minutos y esto solo significa una cosa: hemos llegado a mi nuevo hogar. Si es que así puedo llamarle.
Miro por la ventanilla del coche y quedo boquiabierta al ver semejante casa que tengo al frente. Es el doble de grande que la de mis padres y mucho más hermosa, con paredes hechas completamente de cristal al frente del primer y segundo piso, lo cual me permite ver parte de la casa por dentro.
William se baja del auto y me abre la puerta para que baje y es lo que hago sin dejar de mirar la nueva zona residencial donde viviré. El resto de casas son igual de grandes, pero sin dudas, ninguna supera a esta.
El moreno saca las maletas de la parte trasera del coche justo cuando otro hombre con un traje igual y un auricular en su oreja se acerca a nosotros para ayudarle.
Es otro empleado de Erick, pero este además de ser de piel blanca, es más joven, pero menos musculoso que el moreno que me ha traído.
El moreno, William le pide que lleve las maletas a la casa y este obedece, rodeando la casa para entrar por la puerta de servicio.
— Sígame, por favor —me pide, caminando hacia la entrada principal de la casa.
Obedezco, yendo detrás de él. Cuando entramos a la casa el moreno antes de marcharse al segundo piso, me pide que tome asiento y lo esperé allí.
Me siento en el sofá negro con forma de L, que es a juego con la decoración con colores neutros del sitio. Saco mi celular del bolsillo delantero de mi pantalón y noto que tengo más de dos llamadas perdidas de Addy.
También algunos mensajes, entre ellos uno de ella, comentándome lo fantástico que la pasaron anoche. No tengo ánimos de hablar con nadie, mucho menos de contarles lo que ha ocurrido, así que simplemente apagó el celular y me distraigo mirando todo a mi alrededor hasta que unas pisadas me hacen guardar el celular y levantarme al ver a William bajar las escaleras.
— Pase al despacho, el señor la espera ahí.
— ¿Dónde...?
— Hacia allá —me señala un pasillo a la izquierda—. La última puerta.
Asiento con la cabeza.
— Gracias.
Me giro sin esperar respuesta alguna de su parte y camino hasta donde me indicó.
Me detengo frente al despacho, de aquí puedo oír una voz masculina al otro lado de las puertas dobles. Y mi nerviosismo aparece, con ello aquella pregunta que ronda mi cabeza desde anoche hace acto de presencia.
¿Será esta la solución correcta?
Y, como siempre, me respondo a mí misma de forma automática:
Si. La es.
Suelto un suspiro, reuniendo valor y abro la puerta del despacho, cuando entro la cierro detrás de mí. Y al llevar la mirada al frente veo a un hombre de espaldas hacia mí el cual por estar hablando por su celular no se ha dado cuenta de mi presencia.
— Te dije claramente lo que tenían que hacer —le escucho decir—. ¡¿Cómo carajos pudieron equivocarse con algo tan sencillo?! —grita, enojado o eso me parece.
El hombre permanece en silencio durante cortos segundos escuchando lo que le dicen al otro lado de la línea telefónica. Y yo me planteo el volver a la sala para no quedar como una metiche por escuchar conversaciones ajenas.
— No, no quiero un p**a excusa más —me da la impresión de que interrumpe a quién está hablándole—. Estoy cansado de tu ineficiencia, de que seas un maldito inútil que nunca hace nada bien —hace una breve pausa—. Cállate, Rick. Buscaré a personas con los cojones que a ustedes le faltan. Tú y tu séquito de imbéciles están despedidos.
Si antes pensé en irme, ahora era demasiado tarde. Justo después de decir esa última palabra el hombre giro sobre su propio eje colgando la llamada.
Da un paso al frente, pero al levantar su mirada sus ojos esmeralda se encuentran con los míos y se detiene de golpe.
Me quedo quiera en mi lugar, sin saber cómo reaccionar. Le sostengo la mirada, abriendo mis ojos como dos inmensos faroles y mi boca se entre abre por la sorpresa.
Es el chico buenísimo de ayer.
No puede ser.
*** si mi mandíbula no cayó al suelo, es gracias a que está atada a mi cabeza.—¿Tú? —logro decir, con voz casi audible.Erick me sonríe, coqueto.—Es un gusto volver a verte, Raquel.Frunzo mis labios en un línea recta, poco contenta.—He de suponer que fuiste el imbécil que creyó que soy un objeto y que se atrevió a obligar a mi padre que me diera como garantía de pago.—No creo eso —aclara—. Pero si fui yo.Clavo las uñas en las palmas de mis manos, sintiéndome repentinamente molesta por su cinismo.—¿Por qué haces esto? —pregunto—. ¿Qué ganas teniéndome aquí?Él guarda sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón y da varios pasos hacia mi, quedando más cerca. Y me da una sonrisa de medio lado.—Mucho —se limitó a responder.—Eso no responde por qué haces todo esto, idiota.Erick soltó una pequeña y suave risa, provocando que hunda mis cejas sin comprender que es lo que le causa tanta gracia.—¿Qué? —espeto.—Te recomiendo uses un tono más… cordial al hablarme, preciosa —pide,
Raquel Martínez. Despierto por culpa de mi celular el cual lleva minutos sonando.La alarma... Olvidé quitarla.Estiró mi mano con pereza hasta alcanzar el celular en la mesita de noche y quito la molesta alarma, dejando después el móvil en su sitio.Vuelvo a dejar mi cabeza sobre la almohada y cierro mis ojos con la intención de dormir otro rato más, pero desisto en hacerlo cuando dieron unos toques a mi puerta.Suspiro levantándome resignada de la cama, me coloco mis pantuflas rosas y camino hacia la puerta.— Buen día —saluda la mujer frente a mí con una sonrisa cuando le abro.— Hola Claudia —bostezo inconsciente. — ¿Qué sucede?—Solo vengo a avisarle que el joven Erick la espera en el comedor para desayunar con usted.— ¿Ahora? Claudia asintió.—Pero está demasiado temprano, además no tengo hambre.— Él siempre desayuna a esta hora —dice. — Y no tiene mucho tiempo por lo que me ordenó que hiciera que bajarás sí o sí.Suspiro derrotada.— Bajaré en unos minutos.— No tarde.Cier
Narra: Raquel.Me coloco la ropa y peino mi cabello, haciéndole ondas a las puntas de manera rápida para llevarlo suelto. Me maquillo de forma no tan llamativa y me echo perfume.Me observo en el espejo de cuerpo completo y, a decir verdad, para arreglarme de manera rápida quedé estupenda.Salgo de la habitación y bajo a la planta baja, donde me espera Erick quien luce un traje negro echo a la medida con una corbata azul marino y camisa de botones blanca. Y he de admitir que no se ve nada mal.Como si supiera que estoy ahí, él alzó la mirada hacia mí y a medida que me acerco a él, su mirada verdosa viajó por todo mi cuerpo hasta clavar sus ojos en los míos.— ¿Estás lista? —pregunta.— Sí —asiento, mi expresión seria.—Vámonos.Camina a la puerta de la casa y camino detrás de él.Salimos y su camioneta está frente a la casa, bajamos los pequeños escalones de la entrada antes de subirnos al coche y él mismo comenzó a manejar.Durante el camino ninguno pronunció ni una sola palabra, y e
Una vez que llego a la sala me encuentro con una chica que no he visto antes en la casa.Ella está limpiando la repisa que está arriba de la chimenea, sin embargo, no trae puesto el uniforme que le he visto a la servidumbre.Al notar mi presencia, ella dejó de limpiar y llevó sus manos detrás de su espalda.— Buen día, señorita —dice ella, sonriendo.La chica es de mi estatura, tal vez unos centímetros más baja, sus ojos son de un color verde opaco, su de piel blanca bronceada ligeramente, su cabello castaño oscuro y por su apariencia le cálculo un par de años mayor que yo.— Buen día —respondo, amable—. No te había visto antes, ¿Quién eres?— Recién llegué —explica—. Soy Sandra.Miro por encima de su hombro y noto como Claudia viene hacia nosotras, cuando se acercó habló.— Señorita Raquel —sonríe al verme—. ¿Cómo ha dormido? — De lo mejor —sonrío, sin poder evitar que los recuerdos de la noche anterior me vengan a la cabeza.—Veo que conoció a mí ahijada, ella estará un tiempo acá
Tanto Erick cómo yo volteamos, encontrándonos con Sandra quien viene caminando hacia nosotros con una sonrisa, una que se esfumó de su rostro cuando el antes mencionado habló. — Jefe para ti —enarcó una ceja, serio—. Ya te lo he dicho. — Perdón —posa su mirada en el suelo, desilusionada por alguna razón—. Pero pensé que... — Que nada —le corta, grosero—. Así que mejor lárgate de mi vista antes de que te despida por inepta. — Erick seas tan duro —intervengo—. Ella sólo... — Tu cállate —espeta, sin mirarme si quiera—. No te metas. Y ahí gente. Ahí está devuelta el hombre grosero y malhumorado que es siempre. Una muestra más de que lo bueno dura poco y está no es la excepción. — ¡A mí no me hables así! —elevo la voz, molesta—. Y te informo que si lo haré, ella no merece que la trates así. El ojiverde me dio una mirada recelosa a la vez que un músculo de su mandíbula se tenso. Camino hacia mí y con más fuerza de la necesaria me tomó del brazo para llevarme con él a su despacho.
Raquel Martínez.— Hola Joel —lo saludo, esbozando una media sonrisa.— Hola —me devuelve el gesto—. Qué gusto verte otra vez.Tomó asiento a mi lado, giró su torso hacia mí y apoyó su brazo del respaldo del banco.— ¿Cómo estás?— De lo mejor —miento.— ¿Segura? —cuestiona, levantando una ceja.Muevo la cabeza en un gesto afirmativo, mirando el suelo. Pero mi mente me falla, recordando las palabras de Erick y lo estúpida que soy, mis ojos se llenan de lágrimas que me niego a soltar.Joel colocó su mano en mi mentón para así obligarme a mirarlo.— ¿Te ocurrió algo?— No, tranquilo.— No llores —me pide, y es en ese momento que noto como una lágrima baja por mí mejilla—. A ver, sé que a penas nos conocimos hace unos días. Pero puedes confiar en mí, Raquel.Dudo entre si contarle o no, sé que a penas nos conocemos, pero algo en su mirada me dice que es así como dice él, por lo que inhalo, exhalo y procedo a decirle todo, desde lo que sucedió con mi padre hasta lo que sucedió hoy.Él per
Erick Collins.Me encuentro en mi oficina revisando unos reportes de algunos empleados respecto a la construcción próxima que haremos.Hace tan solo minutos Raquel se marchó a la casa, puesto a que estaba cansada y como agotó mi paciencia la dejé ir.También estoy agotado así que no espero a terminar y guardo los documentos en mi maletín para culminar con todo en casa, y salgo de mi oficina sin más. Ya alrededor de esta hora todos los empleados ya se están yendo a sus casas, por eso mismo me encuentro con varios al subirme al elevador.Una vez afuera de la empresa un taxi se detiene frente a mí a los segundos, de éste de bajan una pareja de ancianos. Me acerco con la intención de subirme al taxi, abro la puerta del mismo, pero del otro lado de la calle escucho algo que llama mi atención.— ¡Suéltame! —grita una voz femenina, una totalmente aterrada.Esa voz...Miro en la dirección de donde proviene la voz femenina y confirmo lo que pensé en cuanto escuché el grito.Raquel.Está en la
Capítulo con escenas +18. Si no te gusta leer ese tipo de cosas, sin problema alguno puedes saltarte esa parte. Pero si decides leer el capítulo completo, entonces será bajo tu responsabilidad.<3 <3 <3 <3Raquel Martínez. Me quito el vestido amarillo que llevaba puesto y lo dejo sobre la cama con la intención de envolver una toalla alrededor de mi cuerpo ahora semidesnudo para ir a darme una ducha. Cosa que no hago puesto a que cuando hago un ademán de tomar la toalla que yace sobre mi cama unas manos rodean mi cintura, provocando que dé un pequeño salto por el susto.Giro sobre mi propio eje, encontrándome con unos penetrantes ojos color esmeralda mirándome con auténtico deseo.— ¿Q-Qué es-estás haciendo aquí? —tartamudeo nerviosa por su cercanía.— Quise venir a hacerte un poco de compañía —sonríe con fingida inocencia, recorre con su dedo índice mi cuello, dejando después besos húmedos por el mismo sitio los cuales hacen que mi piel se erice y mi corazón bombee sangre con frenes