Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.
Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz.
Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos ev
El reloj marcaba las doce del mediodía.El bullicio propio de un salón de clases lleno de estudiantes jóvenes y hormonales le despertó de su plácido sueño. Uno de sus compañeros se río de él, otro recogía sus cosas a toda velocidad. Era viernes, un viernes soleado y con una brisa refrescante, un día ideal, en sus jóvenes mentes, para ir al parque a embriagarse, jugar barajas y reírse de los demás. Sin embargo, ese día él no los acompañaría.—¡Cartagena! —Escuchó que le llamaban—. ¿Vas a acolitar en esa nota?—Sí, mija. —Respondió, desperezándose—. Vamos a comprar unas papas y de uvas a donde esos manes.El sol le hirió los ojos cuando salieron del salón. Un río de estudiantes circulaba por el patio central, concentrados en sus conversaciones, satisfechos porque por fin era viernes. Un nuevo semestre comenzaba y los ánimos y ansias de hacer las cosas bien todavía se respiraban en el aire. Su compañero se posicionó a
Esa mañana, Julieta se levantó de mal humor.Saludó a su madre, comió el sencillo desayuno, se vistió y se miró al espejo esperando encontrar una sonrisa, pero no fue así. Se miró las facciones… y recordó que él le decía que tenía los “labios de durazno”. La primera vez que lo escuchó le pareció estúpido, pero ahora un ramalazo de ternura le llenó el pecho al recordarlo.Suspiró y terminó de alistarse. Salió de casa pensativa; se subió al bus con una expresión de pocos amigos. Miró por la ventana las calles y a las personas; nada fue capaz de cambiar su carácter. Aunque no era culpa, ni de su familia, ni de sus amigos ni del mundo, esa mañana, esa precisa mañana, se sentía molesta. ¿Por qué? Cabía preguntarse. ¿Por qué? Quisiera tambi&ea
—¿Has tomado?Emilio sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. —No, —respondió rápidamente—. ¿Por qué?—Porqué… no lo sé. Pero creo que has tomado.<<A ti que te importa>> dijo una voz en su mente. <<Cállate tonto hijueputa>> respondió otra.—Tal vez lo hice por ti.—Esa no es excusa.—Es una razón.Ella se movió a su alrededor, como niebla que se desvanecía al paso del viento. Su cabello flotaba y sus labios parecían demasiado rojos, como cubiertos de sangre. Su presencia femenina parecía llenar el mundo, que parecía oscuro y desprovisto de más vida más que la de ambos. El cielo era azul, pero un azul enfermo, grisáceo, un indicativo de su estado mental en esos momentos.—Me gustaría
Era un idiota. Ese era un hecho.Sus errores sumaban un largo listado y su modo de ser, a veces despreocupado y aveces preocupándose de más, le causó problemas que le jodieron mucho la existencia en el pasado. Apenas hace un par de años, cuando salía del colegio y la juventud era más visible en él, su mal carácter tan marcado le causo peleas e incovenientes con todas las personas de su alrededor. Se había equivocado, pero todos esos errores le enseñaron una lección, y esa lecciones no las olvidaría nunca.Era un idiota... quizás un idiota que se estaba corriendo poco a poco, pero aun seguía siéndolo. Claro que eso de ningún modo significaba que no tuviese sentimientos; por lo que ahora mismo, mientras la mujer que más quería en el mundo no tenía intenciones siquiera de mirarle, una pena enorme le afectaba el corazón y le afli
Algunos podían llamarles egoístas, ellos solo se consideraban jóvenes que deseaban disfrutar de la vida mientras pudieran.Cuando ella notó que buses iban a tomar, enseguida supo a donde irían. No le pareció la mejor de las ideas, pero las intenciones de él de llevarle a sus “zonas” ya llevaban tiempo entre ambos y la verdad era que ahora se sentía segura a su lado. Segura de que la pasarían bien, de que le cuidaría y en ningún momento se atrevería dejarle sola. ¿Qué más podía que aceptar los planes locos de su novio?Finalmente se subieron y encontraron dos asientos; apenas después de sentarse él la abrazó. —Nos vamos, amor mío, —rectificó cuando el bus avanzaba—. Nos vamos para… para allá mismo.—Al sur nos vamos, —le dijo ella.—Exacto, mi vida &m
No les tomó mucho tiempo concretar su cita.Emilio recibió un par de mensajes, los respondió feliz y envió unas cuantas opciones a Julieta. Ella eligió, ambos hablaron, discutieron amistosamente y después bromearon con verse y con darse un beso que dure una eternidad. Hablaron durante un par de horas y su salida quedó concretado el sábado de esa semana. Las clases transcurrieron, los días se sucedieron uno tras otro, mientras las ilusiones de estar con su pareja llenaba el corazón de ambos. Cuando llegó el viernes Emilio estaba a punto de ir hacia el norte, ansioso por ya mirarla. La foto de perfil de ella fue revisada una y mil veces, el anhelo de sus labios le arrancó mil suspiros. El bicentenario, el lugar que los conoció como novios, fue el indicado para recibirlos una vez más.Ambos despertaron con ánimo, se ducharon y desayunaron un
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz.Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos ev