Los días del invierno transcurrieron veloces, entre el frío y la constante de que llovería ese día pero que el anterior. La gente de Quito se refugió en sus casas cuando el temporal así lo ameritaba, reparó canaletas dañadas, lidió con granizo y con lluvia torrencial, con ríos de agua que no se terminaban de ir porque los sifones estaban tapadas de basura que ellos mismo arrojaron. Los padres advirtieron en vano a sus hijos que no jugaron en el agua y luego les pusieron mentol en el pecho cuando estos enfermaron, los trabajadores salían a sus jornadas cubiertos con ponchos gruesos y el viento de las noches provocó estremecimientos en más de uno.
En los barrios altos de la ciudad, donde la vida era más simple y a la vez más compleja, las personas miraban como la neblina llegaba en las tardes. De vez en cuando el sol aparecía en el cielo, asomando como un chiquillo tr
Un día más de sus improvisadas vacaciones, con su novia lejos, sus amigos chuchaqui y una dejadez preocupante, Emilio miraba el techo de su habitación, como un idiota. Releyó los mensajes que envió a su novia, suspiró y sonrió mientras se entristecía, en una ironía que solo podía ser causada por el amor naciente en su pecho. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la última vez que vio a Julieta? Demasiados, por supuesto, y la soledad ya le cobraba factura.Ni siquiera se había cambiado de pijama. Ese día se encontraba solo en casa, debido a que su madre y hermanas salieron al centro de salud, por lo que el silencio era su fiel compañero y los pálidos rayos de sol le tocaban el rostro sin provocar calidez. La computadora mostraba una pantalla negra y si bien Emilio quiso acercarse, prenderla y distraerse viendo vídeos, estaba muy lejos.
“En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho.Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón.Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y a
No les tomó mucho tiempo concretar su cita.Emilio recibió un par de mensajes, los respondió feliz y envió unas cuantas opciones a Julieta. Ella eligió, ambos hablaron, discutieron amistosamente y después bromearon con verse y con darse un beso que dure una eternidad. Hablaron durante un par de horas y su salida quedó concretado el sábado de esa semana. Las clases transcurrieron, los días se sucedieron uno tras otro, mientras las ilusiones de estar con su pareja llenaba el corazón de ambos. Cuando llegó el viernes Emilio estaba a punto de ir hacia el norte, ansioso por ya mirarla. La foto de perfil de ella fue revisada una y mil veces, el anhelo de sus labios le arrancó mil suspiros. El bicentenario, el lugar que los conoció como novios, fue el indicado para recibirlos una vez más.Ambos despertaron con ánimo, se ducharon y desayunaron una sencilla comida. Salieron
En los seis meses me hallo a mí mismo, Habiendo comenzado una innombrable locura… Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura. <<Me quedó medio medio bonito>>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde apenas y se dejaba
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte. —Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos que Emilio tenía que descubrir todavía—. Te tardaste. —El bus, mi vida, —Emilio no perdió tiempo para explicarse— ya sabes como e
El celular vibraba, una, dos, tres veces. Los mensajes intercambiados por la joven pareja iban desde un lugar al otro, desde la Argelia hasta Carapungo, convirtiendo la lejura en la cercanía; convirtiendo la comunicación, mediante las maravillas tecnológicas, entre un hombre y una mujer que de otro modo no podrían haber hablado,en algo posible. Hace cincuenta años, el único modo hubiera sido con cartas y misivas, con mensajes que llegarían después de un mes; en la era de la tecnología, esa era relación se volvía posible. ¿No te parece que ya deberíamos de “mimir”? El mensaje de Julieta hizo sonreír a Emilio, que se apresuró a contestar. La noche es joven, amada mía. Avísame cuando estés acostada y entonces… nuestro sábado. "Nuestro sábado". Tras enviar la respuesta, Emilio se acomodó en el sillón viejo y desgastado que le servía como cama, mirando las luces nocturnas que se filtraban por la ventana y se perdían
Era un idiota. Ese era un hecho. Sus errores sumaban un largo listado y su modo de ser, a veces despreocupado y aveces preocupándose de más, le causó problemas que le jodieron mucho la existencia en el pasado. Apenas hace un par de años, cuando salía del colegio y la juventud era más visible en él, su mal carácter tan marcado le causo peleas e incovenientes con todas las personas de su alrededor. Se había equivocado, pero todos esos errores le enseñaron una lección, y esa lecciones no las olvidaría nunca. Era un idiota... quizás un idiota que se estaba corriendo poco a poco, pero aun seguía siéndolo. Claro que eso de ningún modo significaba que no tuviese sentimientos; por lo que ahora mismo, mientras la mujer que más quería en el mundo no tenía intenciones siquiera de mirarle, una pena enorme le afectaba el corazón y le afligía la existencia misma. ¡No era perfecto! ¡Nunca pretendió serlo! ¡No podía! Él solo era un ser humano, ta
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después. Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo. Poco a poco notaba que era más alto, que tenía más bello en el cuerpo, que miraba a las chicas de forma distinta. Sus intereses cambiaban, y en el colegio encontraba a