Sin saber que todos los Garibaldi que habían sido notificados se acercaban desde diferentes direcciones a su ubicación, el miedo no tenía lugar en ellos, pues la fidelidad a su causa y el deseo de salvar a uno de los suyos superaban cualquier angustia.
A su llegada, vieron con preocupación cómo, poco a poco, los atacantes se acercaban al auto de Gerónimo, que había dejado de disparar, y se concentraron en impedir que los enemigos llegaran a su vehículo. Cristal vio a Guido y corrió hacia él.—Guido, necesitamos llegar a donde está Gerónimo, lo van a matar si no hacemos algo. ¡Mira, ya casi lo alcanzan y debe haberle pasado algo, no dispara! —le decía mientras señalaba a dos hombres que intentaban acercarse a Gerónimo.—Lo sé, Cristal, lo sé —respondió Guido, desesperado por ayudar a su único hermano, mEn ese momento, Ellie entró por la puerta llorando, acompañada de sus padres. Se dirigió hasta donde estaba Rosa y se abrazó a ella, quienes habían sido llamados de camino a la clínica. Cristal estaba de pie, llena de sangre de Gerónimo, junto a Guido, Coral y Maximiliano; solo miraba la puerta del salón de operaciones, como si su vida dependiera de ella. Todo su cuerpo se estremecía, pero no se movía de su posición, como si no escuchara nada más. Toda su concentración estaba en esa puerta. Guido la abrazó en silencio, se quitó el saco y se lo colocó sobre los hombros.—¡Fuera de aquí! —gritó de pronto Rosa, que había logrado soltarse de su esposo y se acercaba a Cristal—. ¡No tienes nada que hacer aquí, desvergonzada!Cristal, firme, no permitió que las palabras hirientes de Rosa la desconectaran d
Todos se quedaron mirando fijamente a Cristal, quien se había interpuesto delante de Ellie, que la miraba con furia. Maximiliano era el más asombrado; su hermana, de naturaleza delicada y tímida, nunca se había enfrentado a nadie, y ahora la veía erguida, con una mirada fulminante sobre su rival. Ellie, buscando apoyo, miró a Rosa.—¡Cristal, deja de hacer el ridículo y permite que pase la prometida de mi hijo! ¡No eres nadie para impedirlo! —le gritó Rosa, acudiendo en auxilio de Ellie, que sonrió burlonamente ante ella.—¡¿Quién te crees que eres?! —gritó Ellie, intentando colarse delante de Cristal, pero esta la detuvo nuevamente—. ¡Suéltame, desvergonzada! ¿No tienes a tus hombres y todavía quieres quitarme al mío?¡Plaf, plaf! Se escucharon dos fuertes bofetadas que hicieron que todos miraran h
Salen raudos del hotel y se dirigen al edificio de Fabio Garibaldi. Al llegar, no ven a ninguno de sus hombres. Los llaman repetidamente, pero no obtienen respuesta. Finalmente, deciden marcharse.—Mejor vámonos, no me gusta esto. Tenemos que prepararnos y luego atraparé a Cristal —dice Jarret.—Jefe, ¿se va a llevar este auto? Su padre lo va a matar —le recuerda su segundo, consciente de lo que gastó en el lujoso vehículo.—No me importa, me gusta mucho. Vamos, vámonos —responde Jarret mientras se dirigen hacia la salida de la ciudad, cuando recibe una llamada.—¿Quieres saber dónde está Cristal en este momento? —pregunta Ellie.—Ellie, si tienes esa información, dímela —exige furioso Jarret.Mientras Jarret se debatía entre el deseo de obtener esa información y el riesgo de seguir los impulsos de Ellie,
La habitación se cubrió con un manto de silencio, roto sólo por el suave sonido de las máquinas que monitoreaban a Gerónimo. Cristal permanecía atenta, observando cada respiración, cada suspiro de su amado, sintiendo que su lugar en el mundo estaba allí, a su lado.Luigi, que había venido a traer ropa para Cristal, las coloca sobre la mesita haciendo un gesto para ella, y Cristal agradece. Luego, él cierra la cortina y la puerta, y ordena a dos guardias que no dejen entrar a nadie, excepto a él y la jefa de enfermería. Sale después para hablar con su hermano.—Fabrizio, creo que es mejor que todos regresen a casa —sugiere, y prosigue explicando—. Gerónimo necesita quedarse algunos días aquí en el hospital, y creo que solo quiere a su esposa a su lado.—¡Yo quiero verlo! —se adelanta nuevamente Rosa, que Giovanni había ido a buscar para que escuchara el último boletín médico antes de irse—. Es mi hijo, necesito ver si está bien.—Rosa, él ahora se ha quedado dormido. Es mejor dejarlo e
En el despacho, el eco de los golpes y las súplicas de Luciano se mezclaba con el tic-tac del viejo reloj de pared. La atmósfera estaba cargada de desesperación y el miedo enredaba los pensamientos de cada uno de los presentes.—¡Yo no le tengo miedo a Gerónimo! —gritó Luciano desde el suelo, haciendo que su padre se detuviera y lo increpara furioso.—¿No? ¿Y por qué te orinabas en los pantalones cuando eras niño cada vez que lo veías? —preguntó en tono burlón.—¡Eso era cuando era un niño, papá! ¡Ahora soy un hombre! —se defendió Luciano.—Sí le tenías miedo entonces, y le has tenido toda la vida. Créeme, tienes motivos para tenerle miedo —dijo con frialdad—. Porque cuando menos lo pienses, una bala podría atravesarte la frente. Ese Garibaldi es igual que su abuelo. A pesar de que haya estado jugando y divirtiéndose con mujeres, no creas que es flojo. Todo el mundo sabe que nació con una mano de oro. ¿Sabes lo que eso significa?—No entiendo, ¿por qué dices eso? —preguntó Luciano con
Anastasio tragó saliva, consciente de que cualquier palabra mal dicha podría costarle caro ante el temperamento impaciente del Greco. Sin embargo, sabía que su deber lo obligaba a hablar, sin importar las consecuencias.—Usted me pidió que vigilara a sus hijos Maximiliano y Agapy —inició con indecisión.—Sí, ¿pasó algo con ellos? —preguntó de inmediato el Greco al escuchar el nombre de sus hijos.—Bueno…, con ellos precisamente no. Es sobre el Garibaldi —dijo, muy serio.—¿Cuál de ellos? —El Greco golpeó la mesa, furioso; odiaba que su segundo hablara de esa manera a cuentagotas.—Gerónimo, jefe —contestó Anastasio y explicó—. Anoche, los hombres de Jarret le hicieron una emboscada y por poco lo matan; lo hirieron gravemente y lo mandaron al hospital de los Garibaldi. Maximiliano y Agapy corrieron para allá, y ella no ha salido del hospital todavía. Maximiliano sí regresó a su apartamento con una chica.El Greco lo miró en silencio, su mente acechada por una mezcla de preocupación y d
Anastasio mira a su jefe mientras niega con la cabeza, asegurando que no han vuelto a poner micrófonos y que todos los cristales instalados en las ventanas impiden escuchar algo.—Creo que es tiempo de que aclaremos todo con los Garibaldi —dice finalmente.—Está bien. Retírate y no olvides mandar a cuidar el hospital de los Garibaldi; no quiero que a mi hija le pase nada —dijo pensativo—. Una última cosa, ¿localizaste al tal Jarret?—Todavía no, jefe, pero estoy cerca —contestó mientras se alejaba, dejando al Greco sumido en sus pensamientos.El Greco permaneció un momento reflexionando sobre la habitación que había presenciado tantas decisiones. Aunque las rivalidades entre familias mafiosas eran complejas, reconoció que, en tiempos de incertidumbre, a veces era necesario construir puentes con enemigos.La relación con los Gari
Mientras esperaba a que una enfermera viniera en su ayuda, Gerónimo pensaba en las conversaciones no dichas, en los pactos de lealtad y amor sellados en miradas silenciosas. La intimidad de esos momentos robados en una clínica se volvía más importante que cualquier rivalidad o juego de poder de las familias mafiosas que azotaban su cotidianidad.—Buenos días, ¿cómo te sientes, Gerónimo? —entró la jefa de enfermeras con una sonrisa y comenzó a revisarlo.—Buenos días, señorita. Me siento un poco mareado —respondió de inmediato.A medida que la enfermera lo asistía, Gerónimo se acomodó, sabiendo que con Cristal a su lado, el camino hacia la recuperación personal y familiar sería menos solitario.—Es normal que te sientas mareado —dijo ella, tomando su presión—. ¿Tú eres Cristal?