Salen raudos del hotel y se dirigen al edificio de Fabio Garibaldi. Al llegar, no ven a ninguno de sus hombres. Los llaman repetidamente, pero no obtienen respuesta. Finalmente, deciden marcharse.
—Mejor vámonos, no me gusta esto. Tenemos que prepararnos y luego atraparé a Cristal —dice Jarret.—Jefe, ¿se va a llevar este auto? Su padre lo va a matar —le recuerda su segundo, consciente de lo que gastó en el lujoso vehículo.—No me importa, me gusta mucho. Vamos, vámonos —responde Jarret mientras se dirigen hacia la salida de la ciudad, cuando recibe una llamada.—¿Quieres saber dónde está Cristal en este momento? —pregunta Ellie.—Ellie, si tienes esa información, dímela —exige furioso Jarret.Mientras Jarret se debatía entre el deseo de obtener esa información y el riesgo de seguir los impulsos de Ellie,La habitación se cubrió con un manto de silencio, roto sólo por el suave sonido de las máquinas que monitoreaban a Gerónimo. Cristal permanecía atenta, observando cada respiración, cada suspiro de su amado, sintiendo que su lugar en el mundo estaba allí, a su lado.Luigi, que había venido a traer ropa para Cristal, las coloca sobre la mesita haciendo un gesto para ella, y Cristal agradece. Luego, él cierra la cortina y la puerta, y ordena a dos guardias que no dejen entrar a nadie, excepto a él y la jefa de enfermería. Sale después para hablar con su hermano.—Fabrizio, creo que es mejor que todos regresen a casa —sugiere, y prosigue explicando—. Gerónimo necesita quedarse algunos días aquí en el hospital, y creo que solo quiere a su esposa a su lado.—¡Yo quiero verlo! —se adelanta nuevamente Rosa, que Giovanni había ido a buscar para que escuchara el último boletín médico antes de irse—. Es mi hijo, necesito ver si está bien.—Rosa, él ahora se ha quedado dormido. Es mejor dejarlo e
En el despacho, el eco de los golpes y las súplicas de Luciano se mezclaba con el tic-tac del viejo reloj de pared. La atmósfera estaba cargada de desesperación y el miedo enredaba los pensamientos de cada uno de los presentes.—¡Yo no le tengo miedo a Gerónimo! —gritó Luciano desde el suelo, haciendo que su padre se detuviera y lo increpara furioso.—¿No? ¿Y por qué te orinabas en los pantalones cuando eras niño cada vez que lo veías? —preguntó en tono burlón.—¡Eso era cuando era un niño, papá! ¡Ahora soy un hombre! —se defendió Luciano.—Sí le tenías miedo entonces, y le has tenido toda la vida. Créeme, tienes motivos para tenerle miedo —dijo con frialdad—. Porque cuando menos lo pienses, una bala podría atravesarte la frente. Ese Garibaldi es igual que su abuelo. A pesar de que haya estado jugando y divirtiéndose con mujeres, no creas que es flojo. Todo el mundo sabe que nació con una mano de oro. ¿Sabes lo que eso significa?—No entiendo, ¿por qué dices eso? —preguntó Luciano con
Anastasio tragó saliva, consciente de que cualquier palabra mal dicha podría costarle caro ante el temperamento impaciente del Greco. Sin embargo, sabía que su deber lo obligaba a hablar, sin importar las consecuencias.—Usted me pidió que vigilara a sus hijos Maximiliano y Agapy —inició con indecisión.—Sí, ¿pasó algo con ellos? —preguntó de inmediato el Greco al escuchar el nombre de sus hijos.—Bueno…, con ellos precisamente no. Es sobre el Garibaldi —dijo, muy serio.—¿Cuál de ellos? —El Greco golpeó la mesa, furioso; odiaba que su segundo hablara de esa manera a cuentagotas.—Gerónimo, jefe —contestó Anastasio y explicó—. Anoche, los hombres de Jarret le hicieron una emboscada y por poco lo matan; lo hirieron gravemente y lo mandaron al hospital de los Garibaldi. Maximiliano y Agapy corrieron para allá, y ella no ha salido del hospital todavía. Maximiliano sí regresó a su apartamento con una chica.El Greco lo miró en silencio, su mente acechada por una mezcla de preocupación y d
Anastasio mira a su jefe mientras niega con la cabeza, asegurando que no han vuelto a poner micrófonos y que todos los cristales instalados en las ventanas impiden escuchar algo.—Creo que es tiempo de que aclaremos todo con los Garibaldi —dice finalmente.—Está bien. Retírate y no olvides mandar a cuidar el hospital de los Garibaldi; no quiero que a mi hija le pase nada —dijo pensativo—. Una última cosa, ¿localizaste al tal Jarret?—Todavía no, jefe, pero estoy cerca —contestó mientras se alejaba, dejando al Greco sumido en sus pensamientos.El Greco permaneció un momento reflexionando sobre la habitación que había presenciado tantas decisiones. Aunque las rivalidades entre familias mafiosas eran complejas, reconoció que, en tiempos de incertidumbre, a veces era necesario construir puentes con enemigos.La relación con los Gari
Mientras esperaba a que una enfermera viniera en su ayuda, Gerónimo pensaba en las conversaciones no dichas, en los pactos de lealtad y amor sellados en miradas silenciosas. La intimidad de esos momentos robados en una clínica se volvía más importante que cualquier rivalidad o juego de poder de las familias mafiosas que azotaban su cotidianidad.—Buenos días, ¿cómo te sientes, Gerónimo? —entró la jefa de enfermeras con una sonrisa y comenzó a revisarlo.—Buenos días, señorita. Me siento un poco mareado —respondió de inmediato.A medida que la enfermera lo asistía, Gerónimo se acomodó, sabiendo que con Cristal a su lado, el camino hacia la recuperación personal y familiar sería menos solitario.—Es normal que te sientas mareado —dijo ella, tomando su presión—. ¿Tú eres Cristal?
Coral se quedó mirando a Maximiliano, pensando en cómo expresar lo que tenía en mente, mientras él continuaba con lo suyo, esperando por ella.—Gracias —se detuvo, dudando antes de continuar y bajó la voz—. Si por casualidad me pasa lo de la otra vez, llama a Vicencio. Te dejaré el teléfono con su número aquí; ya le dije la contraseña de la puerta. No te preocupes, él es muy serio.—No te preocupes y duerme tranquila —respondió él, caminando hacia la puerta de la habitación—. ¿Quieres un vaso de leche tibia?—No, nunca tomo nada antes de acostarme —contestó ella.—Te lo traeré; eso puede ayudarte a dormir mejor. Yo siempre tomo uno —respondió él, decidido a ayudarla a descansar.Coral lo vio salir de la habitación y, sin saber por qué, se sint
Al terminar, vio cómo llegaban Maximiliano con sus hombres y Coral con Vicencio y otros chicos, todos vestidos de negro y corriendo.—¿Lo atrapaste, Filipo? —preguntó Coral.—Era solo un mensajero —explicó Filipo mientras se disponía a montar en su auto, pero giró para decir—. Pero si quieren, pueden acompañarme a la cacería.—Filipo —saludó Maximiliano, quien se había quedado atrás hablando con Cristal, pidiéndole que no saliera de la habitación.—Maximiliano —respondió Filipo secamente.—¿La rata a la que te refieres es Jarret? —preguntó Maximiliano.—Sí, ya Darío lo localizó; están saliendo de Roma —contestó ya al volante de su auto. —¿Vienen?—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos! —res
Todos miraban con incredulidad al Greco, que continuaba diciendo que Coral había puesto a Luciano en ridículo en la escuela porque él le tiró del cabello y creyó que podía burlarse de ella porque estaba sola, sin sus hermanos. Esto hizo que Fabrizio, al escucharlo, mirara a Carlos furioso.—¿Y qué tiene eso que ver con Leonel? —lo interrogó molesto Carlos, incapaz de creer que estuvieran hablando mal de su mejor amigo.Carlos se sentía desorientado, como si de repente el suelo bajo sus pies se tambaleara. La idea de que Leonel pudiera haber tenido motivos ocultos al aconsejar sobre la educación de Coral perturbaba profundamente sus pensamientos. Leonel había sido más que un amigo; casi un hermano en quien había depositado su confianza.—Eurípides, mi socio, es el padre de Luciano. Fue él quien chantajeó a Leonel para que todos supier