Capítulo 12.
Los rayos de luz que entran por la ventana son los culpables de que despierte. Pese a que he luchado durante años por la rutina de madrugar, esa mañana en particular no siento deseos en salir de la cama. Hasta que recuerdo lo que paso anoche y abro mis ojos con suma lentitud. Como si los parpados me pesaran.

Confieso que tengo miedo a descubrir que se ha ido. Y es que eso sería un mazazo para mí. Pero, cuando abro los ojos, lo veo ahí. A mi lado. Con su cabeza apoyada en la palma de su mano. Está despierto, observándome. ¿Cuánto lleva así? No puedo evitar preguntarme.

Después de la noche que hemos pasado no debería sentir ningún tipo de vergüenza con él. Y, sin embargo, la mañana de después, me encuentro con bastante pudor mientras soy sometida a su escrutinio mañanero.

Él también sabe que estoy despierta. Desde que abrí mis ojos y estos chocaron con los suyos no he sido capaz de apartar la mirada. Tengo que buscar algo que decir. Venga, cerebro, piensa. Piensa.

—¿He roncado mucho?
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