Capítulo once

Mi trabajo ha sido lo más importante para mí desde que me decidí a ser profesora de arte. Pintar me transporta a un mundo diferente, donde yo soy Dios y puedo trazar el camino de cada una de mis pinturas, donde el orden y el caos se mezclan de modo homogéneo y crean un resultado único e incomparable. Pintar es todo en mi vida, me hace olvidar de lo malo y me hace ver todo lo bueno que me ha sucedido.

Por más problemas y cargas que tenga, cuando tomo un lienzo en blanco y mis manos se mueven por sí solas en el, todo a mi alrededor se convierte en polvo. Me gusta imaginar que soy una pintura y que cada trazo son los caminos que tomé para llegar al final de mi vida.

Miré el dibujo en carboncillo que acababa de hacer y el silencio a mi alrededor fue sustituido por varios aplausos que me sacaron de mi burbuja y me trajeron a la realidad. Mis estudiantes veían fascinandos mi trabajo, lo que me hacía sentir feliz y orgullosa.

—Profe, usted está desperdiciando su talento aquí —comentó Esther
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