La jornada continuó normalmente. Un par de bromas ligeras para distenderse de la mañana y del entrenamiento físico. Ya había terminado la exigente jornada de actualización en seguridad informática y quedaba derecho internacional e idiomas continentales por la tarde.
La unidad especial conocida como «URA» se encontraba en el ala norte de un simple y aburrido edificio de oficinas, moderno pero austero. Completamente aislado del edificio principal, la fachada justa para que nadie pudiera sospechar. Como decían en las clases de metodología en la investigación para novatos:
«si quieres esconder algo, déjalo bien a la vista de todo el mundo».
El salón central contaba con la última tecnología, cada uno tenía su lugar, pero nada de teléfonos, ni fijos ni móviles, todos muy bien separados cada uno en su compartimento, lo suficiente distante para que nadie pudiese ver lo que hacía el resto, pero manteniendo contacto visual sobre los hombros. En cambio, el jefe tenía una oficina cómoda con espacio para tres personas, pero él prefería trabajar en soledad.
Para ingresar al núcleo central primero se tenía que atravesar a los «sabuesos», así era como lo llamaban los miembros de la división. Eran nada menos que dos enormes y entrenados agentes que tenían prohibido hablar con ninguno de ellos. Antes de eso, había que pasar por el local del club de lectura en latín, esa era la pantalla. Una oficina común y corriente, con poca afluencia de personas y con un costo en los talleres descomunal, lo suficiente para que nadie quisiera inscribirse. Desde el exterior solo se veía una puerta, mitad madera, mitad cristal grueso, y en tinte amarronado con para nada delicadas letras «idioma latín» escrito en negro.
Por donde se lo quisiera mirar era anticuado y con poca iluminación. Si eres aficionado a las emociones desagradables y superabas esa primera prueba, una vez dentro se ponía mucho peor. Allí se encontraban dos malhumorados y pocos sociables agentes en vía de retiro, cursando su último año de trabajo y retirados del servicio activo, generalmente por problemas de salud o de bajos resultados. Su única diversión era maltratar a los pocos valientes que entraban a curiosear. Les encantaba hacer esperar a los clientes unos cuantos minutos antes de comenzar la orientación sobre los costos de los cursos. Como nada se despreciaba en la agencia, todo lo que sucedía allí se grababa y se utilizaba como material. Esto servía para los cursos de entrenamiento, estaba enfocado en el comportamiento y reacción de las diferentes personalidades ante conflictos. Un buen agente tenía que darse cuenta por la apariencia, por la postura corporal y por las miradas, cuál iba a ser la reacción del que se tenía enfrente; esta técnica era fundamental para el trabajo peligroso de infiltrado y para adentrarse dentro de las más complicadas organizaciones que les pudiera asignar para camuflarse.
Pasada la recepción, y solo por las dudas, se habían montado unas aulas. Dos recintos diminutos, no más de diez sillas y una pizarra antigua en cada una de ellas. Todo el lugar apestaba a tabaco rancio, cuidadosamente preparado para lograr un efecto repulsivo ni bien se traspasaba la puerta principal; aquí se probaba un delicado sistema de dos vías. Un perfumero se accionaba cuando se pulsaba el interruptor «rojo» de visitas, dos segundos antes de abrir la puerta se rociaba en forma vertical un desagradable aroma para que ante la primera bocanada se percibiese; en cambio el pulsador de ingreso de color «verde» no activaba ningún mecanismo. El problema es que era tan concentrado el aroma que con solo una rociada se adhería al cerebro, de modo que tardaba más de veinte minutos volver a percibir normalmente los olores.
—Felicitaciones Bob, último mes en el infierno —Steve no evitó que su boca se moviera hacia la derecha en una mueca mitad alegría, mitad decepción ante la incertidumbre de quien podría ser su futuro compañero.
—No tan rápido —movió su mano derecha con un gesto veloz hacía arriba— Me han otorgado la extensión por un año.
— ¿Acaso te has vuelto loco o te has intoxicado con los ácidos de la entrada? —no quiso demostrar alegría ni ningún tipo de afecto.
—El director me ha solicitado un pequeño favorcito, y como estoy necesitando dinero extra, ya sabes: tiempo extra paga doble, después de todo no eres tan mala compañía.
Ambos rieron y chocaron su taza de café como un festejo de aniversario, no fue necesario preguntar ni aclarar nada más. Regla número uno de cualquier agente en servicio o a punto de retirarse: no hacer más preguntas de las necesarias y mucho menos cuando se había mencionado la palabra «director» de por medio.
Atrás de la recepción se encontraba el vestíbulo que distribuía hacia los dos salones de clase, el primero de ellos tenía grabado en la misma tipografía que la de la puerta principal, «In magnis et voluisse sat est», eso quiere decir: «en los grandes intentos, basta haber querido», y recién luego se encontraba la entrada al pasillo que llevaba a los sabuesos. Solo un detalle más: para entrar, había que correr el fondillo del closet, únicamente de esa manera se accedía a la puerta principal. Para lograrlo había que colocar el dedo índice derecho sobre el lomo del libro «Quo Vadis», que significa: «dónde vas». Si la persona que tocaba el libro tenía el acceso permitido, se liberaba el identificador de retina. Si la identificación era positiva, quedaba solo una prueba más, la última. La validación de la vibración del sonido de voz a través de la frase «Veni, vidi, vici», nada menos que: «vine, vi y vencí»; solo si la prueba era exitosa, recién allí se desplazaba suavemente el fondo del closet y permitía el acceso.
En esta zona de máxima seguridad se encontraba el núcleo central, una amplia sala de reuniones y una entrada completamente vedada a la que solo tenían acceso el jefe y Ámbar, solo estaban autorizados el número uno y la señorita Stone.
Mary y Agnes no le perdonaban ni a la agencia, ni a la muchacha que ya hubiera ingresado con ese rango desde el primer día y además que tuviera acceso a lugares que ellas no. Las dos pertenecían a esta unidad mucho antes que ella ingresara, pero nada se comparaba con el odio visceral que sentían por la asignación del caso más importante a la novata y para peor, en exclusiva. Ámbar solo se dedicaba a investigar a los Prescott y a los Glambers, no como el resto de sus compañeros que tenían al mismo tiempo varias carpetas y debían demostrar avances en cada una de ellas, sin duda algo se traía entre manos la Señorita Stone. Agnes no se cansaba de repetirle a Mary que el jefe seguramente pensaba lo mismo. Era evidente que por la manera de tratarla también se sentía incómodo con ella.
Ámbar y el jefe no se tenían lo que podemos decir amistad. A pesar de eso eran la mejor pareja de investigadores, sino fuera por ellos la agencia hoy no sería la mejor unidad del mundo entero, ambos se hicieron indispensables; habían hecho ganar a varios Gobiernos miles de millones de dólares, en cualquier empresa privada, un logro de esta característica los haría millonarios, lástima que aquí no funcionara de esa manera.
Así y todo, El jefe no podía olvidar como se habían dado las cosas, como había llegado a Ámbar al selecto grupo de los seis, el chantaje emocional que había sufrido por parte del director para que aceptase a Ámbar, eran cosas que, por más que pasase el tiempo, estaban estancadas en alguna parte... no eran fáciles de digerir.
—Un sorbo más de ese café horrible y terminaremos intoxicados —dijo el jefe poniendo cara de dolor de estómago.
—Deberían probar con el té —acotó casi sin levantar la mirada la joven, dolida por la indiferencia y la distancia que su jefe le ponía a cada uno de los comentarios, obvio fuera del contexto del trabajo. Aún recordaba cuando le había recomendado que utilizara una mezcla casera de tea tree, más conocido como aceite de árbol, para atenuar la cicatriz que este tenía cerca de su oreja derecha y como taparla con el cabello. Todavía tenía presente en su piel el dolor que experimentó cuando él le había clavado sus ojos azules con odio y desprecio y como luego pasó casi una semana hasta que volvió a dirigirle la palabra.
El jefe volvió a su cabeza y a sus pensamientos, ¿era posible que se le hubiera pasado por alto alguna pista más o eso era todo? Miró largamente el expediente, luego a la muchacha, y casi sin darse cuenta estaba hablando en voz alta, así que un caso más de corrupción empresarial, ligada a la justicia y el Gobierno.
Una de dos, o esto se estaba volviendo tan común que solo había que buscar los nombres porque la operatoria era parecida. Algún familiar despechado para soltar la lengua, algún exsocio o mujer arrepentidos, tal vez una amante, o es en realidad lo que querían escuchar y Ámbar solo movía los hilos delicadamente para que las piezas encajaran, y tan sutilmente que los hacía lucir a todos como unos perfectos imbéciles, mientras que ella estaba cada vez más cerca de su objetivo, «su nueva vida» como le había dicho aquel día en su oficina al jefe.
—Jefe tú también con los celos —se burlaba Peter con risa contagiosa—. Pero si ya lo había explicado Ámbar, siempre lo obvio y luego lo oculto, ese es el truco, así es que lo hace, además que tiene unas cuantas neuronas más ágiles que las tuya, admítelo que eres bueno para los saltos, pero la linda es más lista que tú.
Peter se había excedido en el comentario con su superior, pero al jefe no le importó en ese momento, no quería resignarse a pensar así, pero la estadística hablaba por si sola y ya sabía lo que iba a pensar el director. Cómo era posible que esa muchacha que no tenía formación fuera la mejor de todo su equipo. Se imaginaba la cara de superioridad mientras se lo refregaría en su cara. Todos altamente entrenados y seleccionados tras años de pruebas físicas, psicológicas y de estudios en los diversos campos de la ciencia. Y, aun así, odiaba siquiera pensarlo. Ella era muy superior a cualquiera de ellos, lo superaba inclusive a él, demasiado para su ego. Hubiera sido mucho más fácil que fuera solo una acomodada y una trepadora, pero en cambio ella se merecía no solo ser parte de la agencia, sino que estaba calificada para que en un futuro pudiera dirigir su propia unidad, pero eso no pasaría mientras él estuviera a cargo.
La vida en la agencia era de lo más exigente, casi no había lugar para el esparcimiento y daba la sensación de que el entrenamiento físico y académico nunca llegaba a su fin y todo al ritmo de las investigaciones que llevaba cada uno y la principal, el caso "Plesbers" que nunca parecía terminar, ni aun descubierto a los principales actores de la red internacional, todavía les faltaba descifrar cómo se había fugado la cabeza de la misma y no pararía hasta descubrir donde estaba. Lo quería preso y mirarlo cara a cara, disfrutaría tanto el momento de verlo en la miseria y pagar por todos sus crímenes, especialmente por la muerte de su mentor, del hombre al que le debía todo y si bien ahora estaba ocupando su lugar, hubiera preferido una y mil veces que no haya sido a costa de su muerte. Si, hoy él era el numero uno de la URA solo por sucesión natural. Ese puesto estaba destinado a su jefe, tal como se lo explicaron el día de su nombramiento, pero no importaba eso ahora, no descansaría hasta vengar su muerte, y no solo Prescott lo pagaría, él se encargaría en persona de castigar a toda su familia.
La obsesión por resolver este asunto no le permitía al jefe concentrarse en otras actividades, tanto así que uno de los más destacados colaboradores de la agencia, como el Dr Koze, tuvo que llamarle la atención.
—Baja a la tierra —sonó a regaño, pero realmente fue un lindo gesto del Dr., quien solía tomarse algunos minutos en sus clases para crear lazos más cercanos con los integrantes de la agencia.
El Dr. Koze era nada más y nada menos que el mejor especialista en neurociencia y lenguaje corporal reconocido por la comunidad médica. No era común que una personalidad tan distinguida participase activamente de este tipo de entrenamientos, lo que en realidad pocos saben es que primero fue agente del gobierno y luego se desarrolló en su especialidad y que en la actualidad sigue formando parte de la unidad de campo de la URA, sus habilidades como académico le dieron el camuflaje perfecto, incluso para desempeñarse como asesor del ministerio de defensa y del mismísimo parlamento europeo.
El jefe al verse en falta se acomodó en su silla y pensó por una milésima de segundo ensayar alguna excusa para su falta de atención, pero rápidamente desestimó esta idea, ¿Para qué mentirle justo a Koze? Antes de hablar, él ya sabía lo que estaba pensando, solo podía quedar como un tonto.
Sin embargo, al jefe le ocurría algo más. Él no sabía describirlo ni entenderlo, pero claramente algo en su interior lo inquietaba. Últimamente estaba pensando muy seriamente en dejar la agencia, pero jamás le dejaría el camino libre a Stone. Miró la hora y percibió lo rápido que se le había pasado el día, le daba vuelta en la cabeza que todavía no dieran con el paradero del hombre más buscado del planeta, sin duda debería tener gente que lo estaba ayudando a permanecer prófugo y en el fondo se sentía inseguro, ya sabía muy bien que el hombre podía matar con sus propias manos sin necesidad de sus matones. Pensar que aquel día lo tuvo tan cerca, se odiaba por eso. Se sentía tan responsable por la muerte de su mentor, ni siquiera le importaba que el mismo casi muere. La duda que no lo dejaba respirar era: ¿por qué no lograban dar con él? Siempre parecía un paso adelantado. Ya después de tanto tiempo a estas alturas no podía descartar nada y empezaba a cuestionarse la actuación de la Srta. Stone. Si eres tan buena ¿cómo que justo a él no lo encuentras?
Lentamente todos se fueron retirando, solo quedaban Peter y Ámbar que estaban comentando los aportes del doctor Koze en cuanto a la orientación de los ojos en las fotos y su contraste con los momentos en vivo. Tenían serias diferencias en cuanto al porcentaje de efectividad en los impresos, así que el jefe decidió entrometerse en el debate solo para molestar a la joven.
—Que no, que no luce de la misma manera, no es efectivo. Ámbar, no seas necia, no puedes guiarte por una foto, mucho menos por un retrato o por una edición corporativa —Peter solo asentía lo que decía el jefe, no se atrevía a contradecirlo, aunque pensaba lo mismo que la muchacha, pero si algo había aprendido en estos años en la agencia, es que cuando el jefe se ponía a discutir de esa manera, casi que no había forma de hablar con él, de hecho, la única que tenía el coraje de hacerlo y que lo enfrentaba era ella.
—Admito que no tendrá el mismo porcentaje de efectividad, pero sí es posible conocer las personas y lo que han hecho con sus gestos y su postura, aun cuando estén duras como una roca. Esto lo sé casi de niña y me ha ayudado mucho en mi vida para saber en quiénes puedo confiar y en quiénes no.
No terminó de pronunciar la frase que todo se volvió un caos en el salón principal. Comenzaron a sonar al unísono todas las alarmas. Antes de que siquiera respirasen, se bloquearon todas las salidas, hasta la de emergencia. Una por una se cerraron con una pesada cortina símil metal todas las ventanas y la iluminación paso a un tono casi rojizo intermitente.
Los tres en un claro acto instintivo pegaron un brinco y se fueron hacia la sala rombo; especialmente diseñada a prueba de todas las armas conocidas y por conocer. Lista para resistir los peores ataques terroristas, con provisiones para largos meses y capacidad para alojar a cinco personas. Solo hacía falta conocer la contraseña para despejar la mesa del centro y acceder por una pequeña escalera al piso inferior que hacía las veces de bunker y tenía el mismo tamaño que el piso en el que estaban ahora ellos.
En pocos segundos ya estaban refugiados, hicieron todo lo que les habían enseñado durante tanto tiempo, podíamos decir que había sido una muy buena cobertura, sino fuera por el terrible descuido que habían cometido los tres y como suele pasar en estos casos, se enteraron de la peor manera.
—Salgan de la sala de inmediato —retumbó metálicamente una voz extremadamente furiosa.
Quedaron completamente desolados, conocían muy bien esa voz y a quien estaba tras ella. Era «Lupus», aparecía muy pocas veces, pero nunca era para dar buenas noticias.
Primero salió el jefe, en ese momento hubiera deseado que realmente fuera un ataque terrorista, tenía más chance de salir con vida a dar explicaciones todavía no sabía ni por qué.
Dio varios pasos al frente y luego se movió hacia la derecha, le costó unos segundos cerrar la boca, pero al final pudo recomponer su postura y pensó que, si le hubieran sacado una foto en ese momento, el Dr. Koze hubiera tenido material para al menos un par de clases.
Ámbar aventajó a Peter en un segundo y quedaron los dos forcejeándose en la puerta de salida. La joven era mucho más ágil y rápida, por lo que un solo instante le valió para dar un medio paso antes, eso no impidió que salieran mirándose aguda y filosamente.
El panorama era inquietante, nunca habían presenciado semejante despliegue, había dos hileras de uniformados de camuflaje urbano, armados hasta los dientes, además de los dos guardias personales de Lupus, uno a cada lado de la máxima autoridad, o al menos la que ellos conocían como máxima.
—Agentes entiendo que sabrán lo que pasa, por qué estoy aquí ¿verdad? —terminado de hablar movió ligeramente su pierna derecha y cruzó sus brazos en su espalda mientras elevaba el mentón hacia arriba. Debido a su altura le fue necesario bajar un poco la vista para ver a los agentes.
Peter dio un paso hacia adelante. Tuvo efecto inmediato, antes de apoyar su pie ya tenía un enjambre de luces rojas en todo el cuerpo. ¡Era imposible! Tenía más miras que soldados en la habitación. El jefe y Ámbar se miraron en completo silencio, se entendían perfectamente sin necesidad de hablar, así que ambos se dedicaron a visualizar de dónde provenían las luces que en ese momento los apuntaban a todas partes del cuerpo.
—Me disculpo —dijo levantando las dos manos el jefe—. Creo que se me pasó la hora. Estábamos debatiendo y hemos perdido por completo la noción del tiempo es que...
—La coherencia en determinar si la teoría del Dr. Koze se aplica a fotos, interesante debate como para perder la noción del tiempo. Me pregunto si hacemos figurar esto en el expediente de hoy y especialmente como responsable de la seguridad y el cumplimiento del protocolo de salida —el hombre hizo una pausa solo para enfatizar la siguiente frase— entiendo que estaremos de acuerdo en que usted es un completo desastre.
—No tengo excusas —dijo el jefe— el completo responsable soy yo como máxima autoridad y Peter no ha tenido más opción que...
—No, no las tiene y le recuerdo que la máxima autoridad aquí, soy yo —dijo Lupus furioso— estamos al menos de acuerdo en algo, no volverá a ocurrir. Queda suspendido una semana a partir de este momento, quedará como interino el Capitán Harsh y quiero que desaparezcan inmediatamente de mi vista ¡ahora! —Lupus gritó al decir esta última frase y se le acercó al jefe con una fiereza que hizo que Peter se hiciera varios centímetros más pequeños de lo que era— Afuera ustedes dos. Stone, usted sígame a la oficina ¡ya!
—Lo lamento jefe —se amargó Peter y una vez afuera se atrevió a preguntar — ¿Crees que Ámbar haya tenido algo que ver en todo esto?
—Espero que no, o se arrepentirá —dijo el jefe enfurecido—. Lo tomaré como unas vacaciones, me hacen falta. Si hubiéramos estado en una misión pudo haber sido una catástrofe. Realmente esta vez sí que la he fastidiado.
Peter se alejó con la cabeza baja y apresuró el paso hacia el lado contrario al que caminaba el ahora furioso y perturbado hombre.
El jefe se quedó pensando en lo que había sucedido, algo no encajaba. No era posible que en tan poco tiempo hubieran aparecido docenas de soldados, pero lo más increíble fue ver a Lupus. Se podía decir que no era un hombre de creer en casualidades, y sí, era una falta al protocolo de seguridad y por ello se habían activado automáticamente todos los sistemas por no haber pasado a tiempo por los escáneres de salida. Chequeó un momento su reloj, confirmó que funcionaba y que lo tenía sincronizado. Es más, eran pasadas y veinte y estaba en la calle, no podía haber durado todo aquello tan poco tiempo y además era desmedido semejante operativo porque Peter no había salido de la agencia. No tenía ninguna lógica y a medida que se alejaba del edificio se iba sintiendo cada vez más estúpido, obviamente todo aquello olía a Stone, hasta tenía su sello y astucia. Peter estaba en lo cierto y detrás de esa movida debía estar Ámbar y vaya a saber uno con que intenciones, pero no entendía que hacía Lupus en persona y para que montar semejante escena. Ellos podrían haberse reunido a sus espaldas, para que humillarlo de esa forma seguramente querían correrlo a un costado, pero no se los haría tan fácil, cuando la vuelva a ver tendrá muchas cosas que explicar.
Ahora sí que estaba realmente hecho una fiera. Por instinto dio media vuelta y corrió hacia el edificio, un grupo de agentes de seguridad privado le impidieron la entrada y él se quedó allí explicando que debía ingresar y que lo esperaban en una de las oficinas del piso diecinueve. Luego dijo que le habían recomendado un curso de latín. Pero claro, era un extraño, nadie conocía al grupo de élite, su entrada no estaba habilitada y ya le habían bloqueado su tarjeta de ingreso. Pensó en decir que llamasen a Lupus, pero sonaba raro, lo último que quería era generar otro conflicto y terminar detenido, solo podía pensar en Ámbar, qué estaría pasando en ese momento, algo importante sucedía, hasta había un operativo fuera del edificio y vaya a saber por qué lo habían sacado de esa manera y para peor suspendido por una semana, solo pensaba en su vuelta y todo lo que tenía para decirle a la muchacha, mientras tanto usaría su tiempo libre para hacer trabajo de campo, no se tragaba el cuento de la fuga y le quedaban unas cuantas dudas sobre el nuevo directorio de las empresas implicadas en la investigación de Ámbar.
—Bien, señorita Stone, la escucho —Lupus sonó intrigado y dejó atrás la actitud hostil con la que había ingresado al edificio.
El cuarto era pequeño por tratarse de un edificio tan amplio, pero contaba con un escritorio y un ordenador, un hermoso cuarto de baño con una tina enorme, una ventana pequeña y una biblioteca.
Ámbar le mostró unas carpetas y los documentos que tenía encriptados. Si bien estaban en un lugar completamente acondicionado para que no se escuchara nada desde el exterior, no pudieron evitar hablar en voz baja. Media hora fue suficiente para que se hubiese justificado la maniobra de distracción de la muchacha, todo planificado para montar la escena y que nadie sospechara, ni siquiera el jefe.
—Señorita Stone, si esto se comprueba, usted tiene idea de lo que puede ocurrir ¿verdad? es muy grave tener un traidor entre nosotros, pero mucho más dentro del grupo de los seis de esta unidad, lo comprende Stone ¿verdad?
—Lo sé, lamento lo vulgar de la excusa, pero tenía que estar segura si había más implicados y respetando nuestro acuerdo a pesar de que usted no cumpla con su palabra.
—No tan rápido jovencita, hemos hecho un acuerdo es correcto, pero jamás hemos puesto una fecha y yo decidiré cuándo y cómo ¿está claro?
—Cinco años le parece poco Lupus, porque a mí me parece toda una vida y usted sabe mejor que nadie que ya es hora. Necesito que me deje libre, ya ni sé quién soy.
—Me preocupa su seguridad y sobre todo hasta donde llegan los hilos de este entramado caso. Ahora lo importante es saber cuánta información se ha fugado, ¿qué tiene que ver Prescott con esto? Pienso lo mismo que usted, el jefe no está implicado en esta maniobra, pero hasta no tener más precisiones lo mejor es apartarlo y que el capitán Harsh haga su trabajo. Ambos lo conocemos muy bien y tenía que ser de una manera espectacular, es más usted y yo sabemos que a esta altura ya debe estar intentando ingresar de nuevo al edificio.
—Lo sé, lo conocemos muy bien y por eso hice todo esto. Ahora, ¿si el jefe está suspendido durante toda una semana y solo usted y él tienen acceso a abrir esta puerta? —la joven hizo una pausa y aprovecho para recomponerse, no hacía falta escuchar a Lupus porque ya sabía de sobra lo que le iba a decir.
—No voy a mentirle. Creo que lo mejor será que usted no aparezca en toda la semana tampoco, diré que la he suspendido y nadie sospechará nada, lo lamento.
El hombre se incorporó lentamente y le hizo una mínima reverencia, ni bien traspasó la puerta, esta se cerró rápidamente. Se escucharon trabar los cerrojos y una serie de engranajes hasta que sonó el último clic que marcaba el cierre definitivo hasta que un oficial de rango máximo no volviera a abrir ese cuarto.
Lupus acomodó prolijamente los documentos que le entregó Ámbar y se dirigió hacia la oficina vidriada, una vez allí se aseguró que estaba solo y que nadie pudiera escucharlo y comenzó a grabar un mensaje.
—No me preguntes cómo, pero te descubrió. Pasamos a plan Ghost, te doy una semana de ventaja. No intentes contactarme.
En el cuarto Ámbar volvió a sentirse más sola que nunca, estaba agotada, se dirigió a su cama y se acostó así vestida como estaba. Intentó llorar, pero no pudo, ya había llorado demasiado y no tenía más lágrimas.
Si bien no estaba en una cárcel ordinaria, ella seguía siendo una prisionera. Es cierto, podía salir de su celda y fingir ser una persona normal con sus compañeros, pero ella y el jefe sabían muy bien que era igual que cualquier otro condenado cumpliendo su sentencia. Además, él se lo recordaba cada día con su mirada de odio, nunca podría perdonarla, aun cumpliendo un extraordinario servicio para la organización, aun resolviendo todos los expedientes y atrapando a todos los criminales del planeta, para él siempre sería una deshonra y nunca la aceptaría como parte de su grupo. La muchacha decidió que ya era suficiente por hoy, cerró los ojos y se durmió esperando al menos tener lindos sueños en toda esta semana de soledad.
La brisa otoñal irrumpió suavemente sin pedir permiso en la habitación. Una mezcla de hierbas frescas típica de los Alpes, acompañando el canturreo de los pájaros, habían hecho más ligero el sueño de Lila Prescott. Nada como un buen descanso en sábanas de satén con perfume a nuevo. Nada como un cuarto enorme abarrotado de lujos y objetos sin sentido. Nada como un inmenso guardarropa del tamaño de una casa pequeña, lleno de vestidos y zapatos para usar uno distinto cada día del año. Nada como la falta de amor como para ser desdichado aun teniéndolo todo. La mansión de los Prescott en Balzers tenía cientos de años, pero siempre lucia de estreno. Se podría decir que el castillo de Vaduz quedaba pequeño y opaco si lo comparabas con ella. Sus pisos y escaleras de mármol brillaban más que la nieve y sus paredes, con apliques de oro, hac
No hay un solo paisaje en todo el mundo que se parezca a el salón que recreaba «primavera». Digno de una postal de Alicia en el país de las maravillas. Para ponerlo en pocas palabras y muy claras, un lugar que si hubiera visto la reina de corazones seguramente hubiera mandado a cortar la cabeza de sus jardineros por incompetentes. Así de simple, así era el jardín que había diseñado Robertino para Lila y Andrew. Salvo el centro amplio y generoso, todo era un enorme laberinto, pero muy bien señalizado. No era muy alto, estaba cortado a la altura de la cintura y podían seguirse las líneas de colores hechas por flores de época que marcaban los diferentes puntos de referencia. Los invitados se desplazaban hacia sus mesas mientras los simpá
Era toda una suerte que la boda tuviera tanto interés para los medios. Fuera del predio había una gran cantidad de camionetas de trasmisión y periodistas de espectáculos. El camuflaje perfecto para la unidad de investigaciones de delitos financieros internacionales. Una buena excusa para vestirse como un ciudadano común y corriente, aunque fuese por un día. Claro que más que un alivio era una pesadilla, hasta se necesitó ayuda externa para asesorar a los cuatros asignados al día de la operación «enlace», incluyendo al Capitán Ron Meller. —Esperemos que el muchacho no quiera pasarse de listo —señaló Ron mientras terminaba de tragar un bocado de pizza y señalando con dedo inquisidor a Jeff—. Por su bien que esos bloqueos involuntarios de sonido no sean adrede para tapar conversaciones personales. —Sam nunca haría eso Capitán, ha tra
—Intenta conteniendo la respiración y levantando la mano derecha —Emma se estiraba haciéndose más alta. —Puf, no puedo —dijo Lila. —Lila es un segundo y ya queda, mira así —Emma hizo todo el gesto rápidamente, hasta con la mirada hacia el techo como buscando ganar altura. —Última vez y si no funciona lo dejamos por hoy. La modista miraba a las muchachas y no decía palabra, ya había visto esta escena la semana anterior y la otra y la otra. Hasta el mínimo acto de probarse un vestido de novia era algo mágico para ellas. Le pareció increíble teniendo en cuenta todo lo que le habían dicho sobre Lila. — ¡Sí! ¡Lo lo
Lila se había tomado un respiro y estaba en una fastuosa habitación que se había hecho preparar solo para ella. No quería que nadie la interrumpiera por eso la cerró con llave ni bien paso la puerta. Estaba segura de que no la habían visto escabullirse, por eso le sorprendió escuchar que tocaban la puerta. — ¿Quién es? —preguntó luego del quinto golpe. No había funcionado la táctica de hacerse la que no escuchaba nada. —Soy Robertino —explicó en voz baja el diseñador —Preciso hablarte un momento Lila. La novia abrió la puerta con cara de disgusto, se aseguró que estaban solos y lo hizo pasar cerrando rápidamente la puerta. Permanecieron unos diez minutos juntos allí dentro. Robertino sal
Lenny estaba trabajando a toda velocidad, clasificaba, encriptaba y sobre todas las cosas, maldecía. De cada dos palabras tres eran inapropiadas. Suena ilógico, pero él lo hacía posible. En líneas generales se podía decir que había sido una buena jornada de trabajo para todos. Mucho material, mucho para procesar y bajar un poco la adrenalina para delinear la mejor estrategia. —Jeff qué opinas ¿lo tenemos? —dijo Ron impaciente por verlos a todos en prisión. —No aún no. Tenemos a un marido infiel, a muchos empresarios en una misma fiesta multitudinaria. Muchos accidentes y casualidades, nada concreto. ¿Qué es lo que tenemos Capitán? Lenny levantó la vista y siguió como si nada, por dentro se juró nunca más salir con esos dos, lo estaban volviendo loco.&n
Emma estaba preparando el desayuno cuando recibió un mensaje de Lila. — Qué extraño. — ¿Qué sucede? —preguntó con curiosidad Sam. —Lila me pide que vaya a buscarla por el aeropuerto, no lo entiendo. —Estamos a tiempo, te llevo —Sam si lo hacía, pero no podía decirle nada a Emma, fingió inocencia y curiosidad. —Al parecer Andrew tomó un vuelo de negocios de último momento a Pekín y regresa sola, prefiere que pase a recogerla yo.A Sam le pareció el viaje más largo de su vida. El silencio era denso y difícil, Emma estaba callada como tumba. Prefirió dejar la música un poco más alta y no decir nada fuera de lugar
— ¿Cuánto hace que está Sam? —Jeff preguntó a uno de los oficiales. —Desde las seis de la mañana, creo. Fue el primero en llegar. Por la cara está sin dormir, solo quiere hablar contigo o con el capitán, no me quiso decir mucho más. —OK, veremos de qué se trata—dijo mientras se dirigía a su oficina. El joven se había levantado de buen humor esa mañana. Le encantaba tener las cosas bajo control y así estaba saliendo el caso Prescott. Solo un selecto grupo en la investigación. No tenía ninguna duda, este sería el caso que necesitaba para impulsar su jefatura. En su cabeza imaginaba las posibles causas para que Sam estuviera temprano y sin previo aviso, se suponía que pasaría to