Cuando la inspectora Morales llegó para informar a Alicia que habían acabado se la encontró llorando en una esquina. La abrazó y la intentó consolar.
—¿Qué te pasa Alicia? —preguntó Vanesa Morales.
—En la última escucha he descubierto algo que no me ha gustado nada ni me esperaba— le contestó Alicia.
—Cuéntame, si quieres, te escucho.
—He descubierto que Julio Fernández es mi padre biológico.
—Lo siento. Pero piensa que tu verdadero padre es quién te ha criado y ha estado a tu lado.
—Pero me lo tenía que haber dicho. Me habría gustado enterarme por él.
—Habla con él, seguramente tenga una explicación para no habértelo dicho. Vete a casa y descansa —dijo la inspectora Morales dándole una palmadita en la espalda.
Se dieron un abrazo y se fueron las dos a su casa. Ricardo estaba esperando a Alicia, pero se había quedado dormido en el sofá y cuando oyó que se cerraba la puerta, se despertó sobresaltado.
—Hola, cariñ
Sergio Mayoral fue a la consulta del doctor Ocaña para recoger los resultados de sus análisis. Quería saber que le pasaba exactamente. —Hola Sergio, siéntate que ahora estoy contigo —le dijo el doctor. Sergio se sentó y se echó la mano al estómago porque le dolía horrores y se retorcía de dolor. —Te veo con muy mala cara, aunque los análisis no dicen que tengas nada. —Pues me duele muchísimo el estómago y me siento muy cansado — respondió Sergio —Lo único que se me ocurre es que sufras envenenamiento por algún metal pesado, pero los análisis para localizarlos tardarán unos días —dijo el doctor Ocaña. —Será una gripe fuerte, me tomaré un antigripal y ya está, gracias doctor. El médico le recetó un antigripal y le dijo que si no se le pasaba volviera o que fuera a urgencias. Sergio cogió la receta y salió de la consulta. Llamó a su amigo, el del laboratorio, para ver si le podían hacer las pruebas para detectar metales en
Sergio Mayoral se despertó atado y semidesnudo en la cama de aquella habitación. Pensó que estaba solo, por lo que intentó soltarse, pero Silvia Santana salió del baño, donde se había dado una ducha. —No, no, no, chico malo —dijo ella dándole una bofetada y comprobando las ataduras. —No eres mucho mejor que yo — respondió Sergio. —Yo lo hago con un motivo y lo que hiciste a mi hermana lo hiciste por diversión. —Te vas a arrepentir, te lo prometo. —¡Cállate! ¡Te vas a arrepentir tú! —gritó Silvia volviéndole a amordazar. La inspectora Santana se fue a visitar a su hermana al hospital. Cuando llegó vio que estaba despierta, aunque no podía pronunciar palabra alguna, pero por lo menos tenía los ojos abiertos. Ese hecho la descolocó, pues si su hermana estaba despierta no tendría sentido ya matar a Sergio. Sergio estaba pensando como escaparse y se iba a aprovechar del cariño que Silvia le tenía a su hermana Clara. Por otro
Sergio estaba planeando traicionar a Luis e iba a aprovechar su luna de miel para hacerlo. No tenía miedo por ser descubierto por lo que había hecho. —Hermana, esos pendientes, me encantan —le dijo María a Sofía cuando volvió con los niños de la «gymkana» —Me los ha regalado Jorge de una forma bellísima. Los puso como guindas en un trozo de mi pastel favorito —respondió Sofía con una sonrisa de oreja a oreja. —Así que, el fin de fiesta fue mágico —dijo la dueña de «La Perla». —Hubo magia y fuegos artificiales, hermana. —Me alegro de que seas feliz —dijo María dándola un abrazo. —Además es perfecto, pues los niños fueron también muy felices. Las dos hermanas se dieron un fortísimo abrazo y mientras Sofía subió a cambiar a los niños, María siguió con su trabajo. Una vez los niños estaban en la cama, Sofía bajó a ayudar a cerrar a su hermana, pues no le parecía justo no echarle una mano después de que ella, la noche anteri
Tras la amenaza de Sergio, Peláez volvió al despacho y le habló a las claras. Había tomado una decisión muy importante que iba a cambiar su matrimonio, pero debía ser fiel a sus ideales y ser consecuente con el error que había cometido. —¿Puedo hablar contigo, Sergio? —preguntó Peláez. —Por supuesto, pasa — respondió él con una gran sonrisa, pues pensaba que se había salido con la suya. —No sonrías tanto, que no te voy a vender mis acciones. Le he dicho a mi mujer, lo de la peruana. —Veo que no se lo ha tomado muy bien, por tu aspecto. La llamaré por si quiere separarse y quitarte hasta la camisa. Así podré tener tus acciones. —No te saldrás con la tuya, desgraciado. —¿Quién va a impedírmelo? —preguntó Sergio socarronamente —. Déjalo y preocúpate por cómo salvar tu matrimonio, perdedor. Peláez salió del despacho sin decir nada, contaba con que a Alicia se le ocurriera alguna cosa para evitar los planes de Sergio, pues no quería molesta
Sergio Mayoral había quedado con su chantajista para entregarle el coche que le había pedido, aunque su verdadero objetivo no era precisamente entregárselo. Lorena ya había vuelto de la Interpol, por lo que a Alicia le fue más fácil localizar a Sergio, pues ella podría usar la geolocalización de su teléfono, para encontrarle y poder capturarle. La inspectora jefe Morales reunió a Elías, Anastasia, Ricardo y la propia Alicia, para darles las últimas instrucciones para ese operativo, ya que iban a ser ellos los encargados de detenerles. —Hoy vamos a detener a Sergio Mayoral, por el posible asesinato de Silvia Santana y por tenencia ilícita de armas, pues según ha descubierto Lorena García, ha comprado una «Glock 45» en el mercado negro —Dijo la Inspectora Morales. —Pero, si es abogado —dijo Elías despreciando la peligrosidad de Sergio. —No le subestimes, no tiene escrúpulos y va a estar acorralado —intervino Alicia, pues le conocía a la perfecci
Tras su confesión, Sergio Mayoral fue puesto a disposición judicial, el cual decretó prisión provisional sin fianza a la espera de juicio, lo cual era normal, pues había matado a dos personas y había riesgo real de fuga. Julio Fernández no podía permitir que Sergio contase todo lo que sabía sobre él y sobre sus fondos en los paraísos fiscales por lo que mandó a Carlos a la cárcel a hacerle una visita de cortesía. —Hola, me habían dicho que tenía una visita, pero no me han informado de quién era —saludó el abogado. —Hola, me llamo Carlos y me envía Julio Fernández. —¿A qué se debe tú visita? ¿Qué quiere ese carcamal? — preguntó Sergio con tono chulesco. —Un poco de respeto por quien te ha dado la oportunidad de hacerte rico. —Más bien yo le he ayudado a poder mover de forma más segura su dinero. —Sólo quiero pedirte que no digas nada o te vas a arrepentir — espetó Carlos dándole una bofetada y llamando al guardia para salir de ahí.
Sofía se despertó y empezó a hacer el desayuno para todos, con mucha ilusión, con una sonrisa sincera de oreja a oreja y un brillo en la mirada que no ocultaba lo enamorada que estaba de Jorge y el dulce y feliz momento de la vida por el que estaba pasando. —Buenos días, mi amor —dijo Jorge dándole un abrazo por la espalda y un beso en la nuca. —Buenos días, vida mía —respondió ella girándose para darle un tierno y amoroso beso. —Tienes un brillo especial que te sienta fenomenal, cariño — comentó él. —Gracias, pero me miras con muy buenos ojos —dijo ella guiñándole un ojo—. Será porque estás en mi vida y me haces muy feliz, amor —continuó diciendo. —Vete a despertar a los niños mientras yo termino el desayuno, Sofi. Ella le dio un fuerte abrazo y un beso. Después de desayunar y prepararse, se fueron directos al colegio. De camino a él, Estrella dijo: —Que anillo más bonito, mami. —¿De verdad te gusta, hija mía?
Justo antes de ser trasladado a dependencias judiciales, Julio Fernández recibió la visita de Alicia de Santiago. —Hola, hija. Gracias por visitarme —dijo el empresario al verla. —No tienes nada que agradecerme, quería verte antes de que fueras trasladado —respondió ella. —¿Ni si quiera te vas a apiadar de mí estando detenido? —Te dije que no me iba a temblar el pulso si tuviera que detenerte yo, a parte que te lo has buscado tú solo. Yo no tengo miedo de que me pillen en nada. —Bueno, quiero decirte que te quiero y que no quiero hacerte ningún mal, por lo que no voy a decir nada de Luis. —Gracias —susurró Alicia, saliendo de la zona de las celdas. Esas palabras le llegaron al corazón. Tenía una extraña sensación, al fin y al cabo, era su padre. La inspectora de Santiago volvió a su escritorio y se quedó sentada sin decir nada y con la mirada ausente puesta en el horizonte. —Hola, amor —dijo Ricardo Bautista dándola un