Julia no podía contener su emoción, había sido muy clara al explicarle a Jane qué quería, cómo lo quería y con quién; y aunque sabía que parte de la fantasía era la sorpresa, seguro que esa noche iba a divertirse.
El plus: el dinero de su esposo pagaba todo.
Desde la suite ático con vista panorámica en el Waldorf Astoria en la parte sur del Boulevard de Las Vegas, hasta el lindo vestido Vera Wang que Héctor le había comprado para el matrimonio de su hermana menor el año anterior, en el cual quedó claro que, a pesar de que era la esposa de él, no era bienvenida en la familia, todo corrió a cuenta de su esposo.
Julia era una mantenida, pero no era tonta. Había hecho algunos movimientos financieros, tenía dinero ahorrado, había adquirido una propiedad a nombre de su hermano en Texas y un condominio en F
Tras la cena del jueves, donde casi todas confesaron sus verdades a medias Prisilla se sintió un poco menos miserable, saberse acompañada en la desgracia hizo que el sabor fuese menos amargo, sin que importara lo terrible que sonara lo que estaba pensando ―aunque se cuidaba de no decirlo en voz alta―; por eso, esa noche se devolvió justo antes de montarse en su auto, diciéndole a Julia y Ana que le llevaría un postre a Eloise y Verónica, su niñera.En eso no mintió, sí compró el postre, media docena de pastelitos de chocolate y frutas, cuidándose de pedir uno de vainilla con una cobertura de chocolate blanco y Oreos trituradas por encima. Los cupcakes estaban guardados en una cajita de color verde con el nombre de restaurante impreso en dorado en la tapa; Oscar le guiñó el ojo al entregárselos y ella no supo si sentirse avergonzada o poderosa.Ese era el debate qu
El fin de semana pasó sin novedades para Ana Scott, la rutina se asentó plácidamente después del jueves, que casi pareció que todo volvía a la normalidad y le daba un respiro para pensar mejor. Sin embargo, la realidad de lo que estaba viviendo la golpeó de nuevo, de forma despiadada, Ernest anunció ―como si nada― que debía viajar de inmediato para Florida e iba a pasar un par de días fuera de casa, pero esperaba estar de vuelta a más tardar el sábado.Ese lunes, cuando estuvo sola tras la partida de todos, se sentó en la escalera de su casa y se perdió en sus elucubraciones mientras la señora Stevenson se encargaba de limpiar la cocina.Su esposo siempre viajaba, por lo menos una vez al mes se iba a Florida o a cualquier otro de los estados donde estaba la cadena; a veces volvía el mismo día, por algo la sede contaba con un jet privado para eso, pero
Tras tomarse el último vodka de arándanos se montó en su auto y ―gracias a todos los santos― llegó al Tropicana. Quince minutos de intensa agonía que casi acaban con su cordura, había dos Anas dentro de ella, una que le repetía que no debía hacer aquello, que era una dama y tenía que comportarse como tal; la otra era una perra herida que se repetía que iba a hacer todas las cochinadas que nunca le propuso a Ernest y siempre quiso hacer.Dentro de toda mujer existía esa zorra descarada, algunas lograban acallarla y amordazarlas, otras alcanzaban a seducirla con pequeñas dosis de libertad, mientras que las más inteligentes conseguían una fusión con su ser interior, haciéndolas dueñas de su sexualidad plena. Ana se consideraba de las segundas, siempre pensó que tenía una ―más que saludable― vida sexual con su esposo, por eso no le pesaba el
Por una reunión de padres en la escuela, todas las amigas se encontraron en el mismo lugar. Estar en una escuela prestigiosa convertía dichas actividades en ―casi― un evento social. Solo faltaba que sirvieran cocteles con licor para que pareciera una fiesta.Todas estaban un poco confundidas por la actitud de Ana, parecía que se había sacado un enorme peso de encima; aunque su mirada continuaba siendo turbulenta, al menos la expresión enferma de su rostro se esfumó como por arte de magia.Soledad había intentado sonsacarle el motivo de su aparente estado Zen:―Solo caí en cuenta de que soy una mujer hermosa y sensual ―respondió ella con calma―. Es él quien está fallando, no yo.―¿Y ya sabes qué vas a hacer? ―preguntó Lydia a media voz, para que las restantes madres de la escuela no las escucharan.―No todavía, pero cada día estoy má
Carmen decidió que lo mejor para ella sería que su siguiente experiencia fuese es su casa. Brenda, su hija de dieciocho años iba a pasar el fin de semana en una playa de Los Ángeles, en la casa que Barry, su padre, tenía con su esposo en Malibú. Por otro lado, era el turno de Dustin de tener a su hijo, así que como era rutina, el viernes pasaría un poco antes a la escuela por Brandon y lo devolvería el domingo en la noche.Tenía su casa para ella sola, desde el viernes en la mañana hasta el domingo por la noche, por lo tanto, podría recibir a su acompañante el sábado en la tarde sin ningún inconveniente.Así que el viernes en la mañana notificó en la aplicación la dirección y la hora. Como la vez anterior, pagó por dos horas de compañía y luego salió a acicalarse un poco para la ocasión.Es
El fin de semana de Julia fue volviéndose más y más ardiente a medida que transcurría. El sábado en la noche se apareció una banda de salsa en su casa para amenizar la reunión familiar de los Rodríguez. A ella le encantaban esos ritmos calientes y tropicales, su cuerpo reaccionaba a sus acordes con ganas de bailar. Le había pasado desde muy joven, así que cuando cumplió quince se inscribió en una academia de baile.Héctor sabía que su mujer adoraba bailar, era algo que le gustaba de ella, en especial porque disfrutaba de la música latina. La idea de contratar músicos para la noche del sábado salió de sus hermanas, pensando que así incomodarían a su esposa porque no la toleraban. Del mismo modo en que se empeñaron en hacer esa “reunión familiar” en su casa, para torturar a Julia porque en las últimas ocasio
Pasaban las semanas sin más novedades que los sexys pastelitos del Bon Appétit. Pronto te enteraron que el restaurante empezaría a ofrecer servicios de eventos para despedidas de solteras; Julia no se cortó en sugerir una fiesta para el Aquelarre, incluso con motivo de brujas y hechiceras.―¿Y cuál sería la ocasión? ―preguntó Soledad con una risita incrédula.―La que tú quieras, corazón ―respondió ella dejando las pequeñas pesas en el suelo―. ¿Qué tal? La iniciación del club de las futuras divorciadas.Hasta Ana rió ante el comentario, no le había comentado a ninguna con quién se acostaba, pero desde su primera cita con Tank, se convirtió en asidua clienta. Siempre se encontraban en lugares discretos, una hora cada semana. Carmen insinuó en una conversación que se le notaba más tranquila al respec
Ana se colocó la falda y abrochó con cuidado los delicados botones de perlas; Nathan salió de la ducha, paseando su cuerpo torneado por todo el cuarto rumbo al otro extremo donde se encontraba su ropa. Ese era su tercer encuentro desde aquella primera vez, jamás pensó que iba a convertirse en una asidua clienta de un servicio como aquél, pero por más enfermo que pudiese sonar, de algún modo hacerlo compensaba el desagrado que sentía de su propio esposo.Aunque las comparaciones fuesen odiosas, no podía negar el hecho de que las hacía, Ernest y Tank eran diametralmente opuestos; allí donde la masa de músculos y trasero sexy que se enfundaba unos pantalones de mezclilla en ese instante era seriedad y sonrisas discretas, su esposo rebosaba carisma. Donde Ernest la tocaba con mimo y cariño, el gigolo se esmeraba en ser apasionado y sensual.Su marido aún le preguntaba s