Priscilla no dejaba de mirar en dirección a la sala de entrenamiento de artes marciales. Rock se había sacado la camiseta dejando a la vista su torso cincelado a la perfección, con la piel libre de marcas o tatuajes. A su lado, en las cintas de correr, Ana, Julia y Soledad, corrían a una velocidad contaste; cada una encerrada en su mágica burbuja musical que las aislaba con sus pensamientos.
Después de la cena del jueves, con sus borracheras, desatinos y posterior resaca, se reunieron todas en casa de Ana el viernes en la tarde. Las cinco amigas la consolaron, más cuando les avisó que Ernest se había ido a un viaje relámpago en la mañana y volvía el domingo a primera hora. Ninguna tuvo que preguntarle a dónde, todas supieron de inmediato que había ido a Florida.
A petición de las brujas, Ana accedió a que los niños tuvieran pijamada en casa de Lydia, b
Shirley había tenido una idea, una que le insinuó hacía más de un año y que ahora la sacaba a relucir otra vez.La trastienda del Bon Appétit era amplia, de hecho, estaba siendo subutilizada porque la idea original era ampliar el salón comedor y agregar más mesas para ofrecer un área de brunch o un salón privado para eventos. Había sonado bien en su momento, pero cuando las otras estrategias para hacer más popular al restaurante no dieron los resultados esperados, lo abandonaron.Esa mañana de jueves, mientras desayunaban en su departamento, su mejor amiga volvía a la carga y como no pudo obtener ningún detalle jugoso de su almuerzo con Luis del día anterior, se enfocó en desglosar la idea que tenía en mente: convertir la trastienda en un salón de fiestas para despedidas de solteras.―Eso ya lo habíamos intentado, Shir ―le r
Dave estaba profundamente nervioso, se presentó a las diez de la noche del sábado en la suite indicada en el hotel Tropicana y dio dos golpecitos a la puerta para anunciar que ya estaba allí.Después de que Jane se enterara ―antes de lo pensado― de lo que estaban haciendo, todo siguió como estaba pautado, lo cual fue bueno, tomando en cuenta que esperaban que la chef estallara en furia, y había sucedido todo lo contrario.Joe le había explicado lo que debía hacer. Primero le recomendó masturbarse un par de veces ese día para que fuese más largo el proceso de eyaculación, ―entre más tardes en llegar más fácil es hacerla llegar a ella―; luego le entregó una cartera de cuero donde encontró un surtido de condones, envueltos en empaques dorados, y dos pastillas sospechosas en su respectivo blíster.―Viagra y un estimulante. ―Señ
El lunes en la mañana Carmen descubrió que su teléfono estaba abarrotado de mensajes y llamadas perdidas. Después de pasar dos horas en el paraíso llamado B-Rock, despertó a la mañana siguiente sintiéndose gloriosamente bien cogida.No pudo negar el cambio mental, la satisfacción del buen sexo le duró todo el día y ni siquiera enterarse que su hija mayor había sido multada por exceso de velocidad le quitó el buen humor. Sabía que El Aquelarre iba a ponerse intenso con las preguntas, así que mantuvo su teléfono apagado una vez que llegó a su casa y se encerró a ver televisión con su hija, y posteriormente su hijo que llegó de Los Ángeles de pasar el fin de semana con su papá. A veces se quedaba medio ida, rememorando la noche anterior y el modo en que el semental de piel oscura se movía dentro de ella arranc&a
El jueves en la noche El Aquelarre se encontró en el Bon Appétit, como era la tradición. Cada una fue por su propia cuenta, como si no pudiesen verse más que en el momento de la cena.Ana no quería ver a Soledad, que insistía en repetirle que todo iba a estar bien, encontraba desesperante ese optimismo casi fanático, cuando le insistía en que todo lo que estaba pasando iba a ser una etapa. Lydia había salido directamente del salón de belleza al restaurante, porque había ido a hacerse el retoque del tinte que se hacía cada quince días, junto a la mascarilla revitalizante especial que la ayudaba a verse lozana, aunque en el fondo se sintiera tan inspirada y motivada como una uva. Priscilla no se encontraba de buen humor, desde la fatídica noche con Anders parecía una bomba a punto de estallar; pero ni punto de comparación con Julia, que no había dicho nada de l
Julia no podía contener su emoción, había sido muy clara al explicarle a Jane qué quería, cómo lo quería y con quién; y aunque sabía que parte de la fantasía era la sorpresa, seguro que esa noche iba a divertirse.El plus: el dinero de su esposo pagaba todo.Desde la suite ático con vista panorámica en el Waldorf Astoria en la parte sur del Boulevard de Las Vegas, hasta el lindo vestido Vera Wang que Héctor le había comprado para el matrimonio de su hermana menor el año anterior, en el cual quedó claro que, a pesar de que era la esposa de él, no era bienvenida en la familia, todo corrió a cuenta de su esposo.Julia era una mantenida, pero no era tonta. Había hecho algunos movimientos financieros, tenía dinero ahorrado, había adquirido una propiedad a nombre de su hermano en Texas y un condominio en F
Tras la cena del jueves, donde casi todas confesaron sus verdades a medias Prisilla se sintió un poco menos miserable, saberse acompañada en la desgracia hizo que el sabor fuese menos amargo, sin que importara lo terrible que sonara lo que estaba pensando ―aunque se cuidaba de no decirlo en voz alta―; por eso, esa noche se devolvió justo antes de montarse en su auto, diciéndole a Julia y Ana que le llevaría un postre a Eloise y Verónica, su niñera.En eso no mintió, sí compró el postre, media docena de pastelitos de chocolate y frutas, cuidándose de pedir uno de vainilla con una cobertura de chocolate blanco y Oreos trituradas por encima. Los cupcakes estaban guardados en una cajita de color verde con el nombre de restaurante impreso en dorado en la tapa; Oscar le guiñó el ojo al entregárselos y ella no supo si sentirse avergonzada o poderosa.Ese era el debate qu
El fin de semana pasó sin novedades para Ana Scott, la rutina se asentó plácidamente después del jueves, que casi pareció que todo volvía a la normalidad y le daba un respiro para pensar mejor. Sin embargo, la realidad de lo que estaba viviendo la golpeó de nuevo, de forma despiadada, Ernest anunció ―como si nada― que debía viajar de inmediato para Florida e iba a pasar un par de días fuera de casa, pero esperaba estar de vuelta a más tardar el sábado.Ese lunes, cuando estuvo sola tras la partida de todos, se sentó en la escalera de su casa y se perdió en sus elucubraciones mientras la señora Stevenson se encargaba de limpiar la cocina.Su esposo siempre viajaba, por lo menos una vez al mes se iba a Florida o a cualquier otro de los estados donde estaba la cadena; a veces volvía el mismo día, por algo la sede contaba con un jet privado para eso, pero
Tras tomarse el último vodka de arándanos se montó en su auto y ―gracias a todos los santos― llegó al Tropicana. Quince minutos de intensa agonía que casi acaban con su cordura, había dos Anas dentro de ella, una que le repetía que no debía hacer aquello, que era una dama y tenía que comportarse como tal; la otra era una perra herida que se repetía que iba a hacer todas las cochinadas que nunca le propuso a Ernest y siempre quiso hacer.Dentro de toda mujer existía esa zorra descarada, algunas lograban acallarla y amordazarlas, otras alcanzaban a seducirla con pequeñas dosis de libertad, mientras que las más inteligentes conseguían una fusión con su ser interior, haciéndolas dueñas de su sexualidad plena. Ana se consideraba de las segundas, siempre pensó que tenía una ―más que saludable― vida sexual con su esposo, por eso no le pesaba el