Nadie lo vio venir. Cuando habían entrado al juicio había muchas personas en la escalinata, pero el juicio era un acto público y al parecer Jackson se estaba encargando de cubrirlo y transmitirlo demasiado bien, porque cuando salieron de aquella primera vista, las personas afuera del tribunal podían contarse por miles ya... e indudablemente no todas iban por la paz.Antes de que nadie se lo imaginara siquiera, aquel huevo salió del anonimato de la multitud y golpeó a Sandor a un lado de la cabeza. Ese acto simple exacerbó a los demás y muy pronto aquella lluvia de huevos, la mayoría no en su mejor estado, cayeron como una avalancha sobre Sandor.Tardó solo un segundo en que el caos se desatara. No podía ver a todos, pero al más cercano que vio con un huevo en la mano Sandor se le echó encima y le cayó a puñetazos.Gritos. Reclamos. Maldiciones. Sus abogados tratando de contenerlo, el público atacando y al final la policía del juzgado se vio obligada a intervenir, mandando a Sandor y a
Mar y Alan se sentaron en el auto, uno al lado del otro, con los hombros rozando y sus manos enlazadas. Estarían solos por algunos minutos más y luego se verían envueltos de nuevo en la vorágine del juicio.En las escalinatas se había aglomerado de nuevo una multitud y Mar logró reconocer algunas caras de las chicas de la Fundación. A lo lejos vieron a Jackson con su cámara, y aunque no era de los tantos periodistas que los acosaban mientras caminaban, sabía que su voz era la que más peso tenía.De pronto, Alan rompió el silencio.—Todo saldrá bien —dijo con seguridad. Mar asintió en silencio, apretando su mano para darse fuerzas porque sabía que siempre podía contar con él, ya se lo había demostrado de sobra.Lo días habían pasado veloces, uno tras otro, y ahora estaban de nuevo en aquella sala para continuar el juicio. Llegaron al tribunal a la hora prevista, y allí estaba él, Sandor Dragonov rodeado de sus abogados, cuyos rostros variaban entre el verde vómito y el blanco traslúcid
La jueza tuvo que llamar al orden, por supuesto, porque no estaba bien que una persona gritara en el estrado de aquella manera, pero honestamente casi casi se le había adelantado porque ella estaba a punto de hacerle la misma acotación al abogado.—¿Tengo que decir "objeción"? —preguntó Connor.—No, no es necesario, Licenciado Sheffield —respondió la Jueza Adams—. Señora Guerrero por favor siéntese. Licenciado Willougby... procure reformular su pregunta para que yo pueda comprenderla mejor.Willougby carraspeó molesto pero se acercó de nuevo.—Es simple Su Señoría. Mi cliente jamás había sido un hombre violento hasta este momento. No hay indicios de que jamás haya maltratado a la señora Guerrero, y el único testigo que tienen según ella llegó mucho después de los sucesos y mi cliente definitivamente no estaba cerca —exclamó como si fuera evidente que le habían tendido una trampa o algo así—. ¿Por qué debemos confiar más en ese testigo que en la palabra de mi cliente?—¡No se trata de
Una granada de mano sin espoleta y lanzada en medio de aquella sala habría creado menos caos que aquella mujer entrando.Sandor se puso más pálido que la muerte cuando la vio. Había jurado que tenía más sentido común, mucho más que atravesar medio país para ir a ponerse contra él en un juicio por custodia.—Bueno, si se necesitan pruebas, quizás yo pueda ayudar con eso —dijo con una sonrisa fría y maquiavélica que le heló la sangre a cada persona en aquella sala.—¡Objeción, Su Señoría...! —Se levantó Willougby con la expresión desencajada, pero la Jueza lo calló con tres mazazos sobre su estrado.—¿Pero Objeción por qué? ¡Si es que todavía no sé ni quién es la señora! ¡Haga el favor de sentarse, licenciado! —replicó la Jueza Adams.Pero aunque ella no sabía quién era la recién llegada, Mar fue capaz de reconocerla al instante, y comprendía la incredulidad y el azoro en el rostro de Sandor.—¿Podría hacer el favor de presentarse? —le medio ordenó la jueza educadamente y la mujer camin
Había un duelo de miradas en aquellos ojos. En los de Sandor había incredulidad y consternación, porque Nhora siempre había sido una mujer callada y correcta; en ningún momento había esperado que lo traicionara de aquella manera, mucho menos que se atreviera a ayudar a sus enemigos a acusarlo por la agresión hacia Marina.Pero en el mismo momento en que la vio a los ojos lo supo: ella ya se había enterado, ya sabía que Brima y él querían sustituir a Kristof como el futuro heredero de los dos clanes.Pronto los murmullos fueron demasiado fuertes como para que se acallaran por sí solos y la jueza llamó al orden una vez más.—Señora Vantchev, no cometeré el error de tratarla como a una mujer despechada —aseguró—, pero le recuerdo que está jurando sobre la biblia y que en pocos días esos análisis de ADN revelarán toda la verdad. ¿Está dispuesta a mantener su declaración?Nhora levantó una ceja decidida.—¿Me está viendo pestañear? —respondió.La jueza respiró profundo, porque pasarían al
La psicóloga no podía decir que jamás hubiera visto a un niño llorar con tanta desesperación como aquella o a unos padres, biológicos o adoptivos, tan angustiados por el llanto de un niño. Sin embargo eso era lo normal para ella, era su trabajo. Así que le pidió a Alan que se sentara con él en uno de los sillones de su oficina y ella se sentó en el suelo frente a ellos.Sin siquiera decir una palabra, sacó una pequeña mandolina y empezó a cantar una canción muy suave. Pasaron largos minutos en los que Mitch no dejaba de llorar, pero finalmente se fue calmando.Su mirada de desconfianza no se transformó en una de curiosidad, ni siquiera al escuchar a la psicóloga cantando. Solo era muy evidente que no quería estar allí. Sin embargo cuando la música paró la doctora extendió el instrumento hacia él y lo puso en sus manos.Mitch tocó primero una cuerda, luego otra, y luego se puso a jugar sin soltarse del cuello de Alan, como un monito.—Mira cuántos instrumentos interesantes tengo aquí,
Mar miró a Alan como si le hubiera salido otra cabeza. O sea, lo de su ex lo había entendido, pero ¿otra más? —¿Y tú cuántas hijas fuiste dejando regadas por ahí? —lo increpó haciendo que a él se le cortara el aliento. —¡A ninguna! ¿¡Cómo preguntas eso!? ¡Siempre me he cuidado muchísimo, claro que no voy dejando hijos regados! —respondió Alan abriendo mucho los ojos. —¡Pues por tu bien espero que sea cierto porque después de esto si te vuelves a salir del tiesto te juro que solo te voy a dar dos opciones: la C y la Doble C! —rezongó Mar. —¡Jesús! ¿Y esas cuáles serían? —Castración o Cinturón de Castidad. Tú ya vas eligiendo cuál te gusta más —le advirtió Mar y del otro lado se escuchó una risa ahogada, como advertencia de que Gus todavía estaba al teléfono. "Bueno, ¿vienen o grito?", preguntó Gus. —No grites. Ya Vamos —le dijo Mar antes de despedirse y colgar. Se giró hacia Alan y lo vio hacer un puchero. —Te juro que no sé de qué se trata esto, nena, de verdad que no... Mar
¿Aquello era una locura? ¡Sí, indudablemente! ¿Iban a adoptar a la pequeña Jana? ¡También, indudablemente! Porque el corazón de ninguno de aquellos dos seres daba para abandonar en un orfanato a una niñita que había sufrido tanto en tan poco tiempo. Mar la abrazó, tomándola de las manos de Alan y limpiándole la carita. —Ya mi cielo, no llores. Nosotros te queremos mucho, y te vamos a cuidar siempre, ¿verdad que sí? —La niña hizo un puchero sin comprender y se abrazó a su cuello, mientras Gus entraba en el consultorio para enterarse del desenlace. —¡Yo doy fe sobre la tumba de cada Papa que Alan no fue! —exclamó Gus levantando la mano izquierda mientras se ponía solemnemente la derecha sobre el corazón—. ¡Y juro que en todo momento lo estuve vigilando y la Zorraia no lo conocía antes de...! —¡Ya cállate, Gus, no te ensucies más! —lo regañó Mar y él se quedó medio helado y medio espantado hasta que vio la sonrisa en la cara de Alan. —No hagas papelazos, ella ya sabe, estamos bien