—No entiendo qué la habrá llevado a actuar de esa manera—prosiguió Cecilia—. Pero está claro que algo le he hecho que la ha molestado, y supongo que tiene que ver con los días que me ausenté cuando falleció mamá... Desde entonces me trata con frialdad e indiferencia. Como si no quisiera verme ni en pintura.—¿Pero qué estás diciendo? Te fuiste esos días para despedirte de tu madre, Cecilia. Nadie con un mínimo de sensibilidad te lo echaría en cara, o peor aún, te lo cobraría. ¿Qué clase de persona hace eso?—Lo sé—admitió su compañera de trabajo con un sollozo ahogado—. Sheyla debe estar pasando por un momento muy duro. Me reprochó que había escogido la peor ocasión para dejar el trabajo. Se mostró muy desilusionada conmigo.—Harper notó que una ira descomunal le invadía las venas. Le apeteció recorrer la oficina como King Kong y destrozar la mesa de su jefa a golpes hasta hacerla añicos. Si Sheyla quería agredirla y desvalorizarla, ella no iba a rendirse por eso. Pero abusar así de l
Chris escuchó con atención el relato de Harper, que le contó cómo Sheyla la había hostigado y manipulado, y cómo sospechaba que hacía lo mismo con Cecilia. Al principio, Chris no podía creer lo que oía y soltaba improperios entre dientes, pero luego su expresión se tornó en una de repugnancia.—Harper, esto es muy grave… ¿cómo has aguantado tanto sin decir nada?—No quería causar problemas. Pensaba que lo mejor era seguir adelante por el bien de la empresa, y reconocía que Sheyla había sido una buena profesional en el pasado.—Quédate con la empresa. Lo primero son las personas. No me importa lo eficiente que sea Sheyla si luego se dedica a sembrar el terror entre sus compañeros.—Al principio, albergué la esperanza de que se le pasara la racha, o de que pudiéramos llegar a un entendimiento que nos beneficiara a las dos. Pero pronto me di cuenta de que Sheyla era de esas personas que nunca cambian. De esas con las que es imposible negociar. Era como mi ex novio, Mark, una narcisista v
Harper estaba en estado de shock. Su cerebro se había dividido en dos: una parte que vivía el horror, buscando desesperadamente una escapatoria o un refugio, y otra parte que observaba la escena, tratando de comprender qué estaba pasando. Y esas partes no se comunicaban entre sí.Por eso Harper tardó en procesar las palabras de Mark.—No te vas a librar de mí, perra. No me puedes cerrar la puerta en la cara si quiero verte.Mark quería intimidarla, hacerle ver que no había nada que se le resistiera. También quería humillarla, demostrarle que él siempre sería superior a ella.Tenía la boca seca y el sudor le corría por la cara.—Claro—confesó con voz entrecortada—. Has logrado entrar a verme. ¿Cómo lo hiciste? Era imposible que supieras el código de la puerta.—Usé una tarjeta de emergencia.En el edificio, cada departamento contaba con dos tarjetas de emergencia, por si surgía algún contratiempo o alguien perdía su clave. Una estaba en una habitación tras el mostrador del portero; la
Brake sintió un escalofrío de terror y rabia que le recorrió el rostro, mientras el impulso de matar se desvanecía y el dolor de la bala le atravesaba hasta el estómago. Intentó incorporarse, pero la debilidad le venció y se desplomó en el sofá, con los puños crispados en el aire. La sangre manaba de su herida, empapando su camisa y dificultando la visión de Harper.Harper no soltó la pistola ni un segundo. Corrió a la cocina y cogió unos trapos limpios. Dejó el arma sobre la mesa del costado y le rasgó la camisa a su marido, sin importarle los botones que saltaban por los aires.—Harper —jadeó él, luchando por respirar—, ¿Mark te ha tocado? ¿Te…?—No te preocupes por mí—Harper apartó la sangre que manchaba su piel y reveló la herida, un agujero diminuto y perfecto. Sin embargo, no vio ningún rastro de la bala saliendo por el otro lado, lo que significaba que se había desviado al entrar y se había alojado en algún lugar de su vientre, dañando sus órganos vitales… Un nudo se le formó e
Brake se recuperó rápidamente de la herida de bala, gracias a la intervención de los médicos y a la fuerza de su voluntad. Aunque estaba bajo custodia policial, le permitieron recibir visitas en el hospital. Harper y Hannah, la hija de Harper de seis años, que ya consideraba a Brake como un padre, iban a verlo todos los días.—Hola, papá —le dijo Hannah, abrazándolo con cariño.—Hola, princesa —le dijo Brake, besándole la cabeza.—¿Cómo estás hoy? —le preguntó Harper, sentándose a su lado.—Mejor, gracias. Ya casi no me duele.—Me alegro. Te hemos traído algo —le dijo Harper, sacando un dibujo que había hecho Hannah.—¿Qué es? —preguntó Brake, curioso.—Es nuestra familia —explicó Hannah, señalando el dibujo—. Estamos tú, y mamá, y yo, y el perro.—¿El perro? —repitió Brake, sorprendido.—Sí, el perro que vamos a tener cuando salgamos de aquí —dijo Hannah, con ilusión.Brake se rió, y le acarició el pelo.—Es un dibujo muy bonito, Hannah. Me encanta. Gracias.—De nada, papá. Te quiero
—Así que se acabó lo de ustedes—comentó su madre.—¡No te equivoques! Aún tienes que cumplir tu parte. Exige que Brake reciba lo que le corresponde por las actrices de su empresa que quieren debutar en las grandes películas, y que Lontly se olvide de cobrar más. Y si haces eso, demostrarás que quieres intentar arreglar las cosas entre nosotras.Harper no iba a permitir que Brake Black fuera humillado ni explotado otra vez.— ¿Y vas a seguir con Black?—Sí, es mi marido, mamá. Y aunque me envíe el divorcio, no pienso firmarlo.Su madre esbozó una leve sonrisa.—Quizás sea lo mejor para todos, después de lo que él me reveló sobre ti.—¿Qué te reveló?Dorothea movió la cabeza.—Black me hizo prometer que no te lo diría. Y he decidido que ya no me voy a meter. Aunque…Harper soltó una carcajada nerviosa.—¿Aunque qué? Vamos, mamá, no seas cruel. ¿Ahora que por fin tienes algo que me interesa, vas a dejar de meterte?—Hay algo que te tengo que decir. He escuchado a dos hombres declararme s
Black se sentó, pero siguió mirando a la fiscal con odio.La fiscal continuó:—Señor Black, usted ha demostrado ser un traidor, un mentiroso y un irresponsable. Usted ha violado las leyes del gobierno de Paraguay y ha puesto en riesgo la seguridad nacional. Cómo aliado más antiguo del excelente gobierno del Paraguay, Dinamarca ordena la pena máxima. Usted no merece la compasión ni el perdón. La fiscal se dirigió al jurado.—Señoras y señores del jurado, les pido que hagan justicia. Les pido que declaren culpable al señor Black y que lo condenen a cadena perpetua.La fiscal se sentó y miró a Black con satisfacción.Black sintió un escalofrío. Sabía que sus posibilidades de salir libre eran nulas. Sabía que su vida estaba en juego. Pero lo único que le importaba era Harper y Hannah. Lo único que quería era abrazarlas y decirles que las amaba.El juez le preguntó a la defensa si tenía algo que decir.El abogado de Black, que a la vez es su mano derecha y su mejor amigo, se levantó y cam
El jurado se retiró a deliberar. Harper y Hannah se abrazaron con fuerza, esperando un milagro. La fiscal los miró con desprecio, segura de su victoria.Pasaron unos minutos que se hicieron eternos. El jurado volvió a la sala y se sentó en sus puestos. El juez les preguntó si habían llegado a un veredicto.El portavoz del jurado se levantó y dijo:—Sí, señoría. Hemos llegado a un veredicto.El juez le pidió que lo leyera.El portavoz del jurado dijo:—En el caso del señor Black, acusado de traición al Paraguay y de violar las obligaciones del contrato de matrimonio, el jurado lo declara...Antes de que pudiera terminar la frase, Hannah se soltó del abrazo de Harper y salió corriendo hacia el estrado. Se metió entre los jurados y se puso a llorar y a gritar:—¡No! ¡No se lleven a mi papá! ¡Él no es malo! ¡Él es bueno! ¡Él me quiere!Todos se quedaron sorprendidos por la irrupción de la niña. El juez le ordenó que volviera a su asiento, pero ella no le hizo caso. Siguió hablando:—Mi pa