—¿De qué carajos hablas Mónica? ¿Es en serio? —Dijo serio. Recordé todo, estaba tan molesta con él y conmigo misma. Me levanté y me puse la bata que tenía a la orilla de la cama. —¿Ahora no piensas hablarme? —Dijo furioso. Lo ignoré y caminé hasta el baño, me vi en el espejo y estaba todo mi maquillaje aún en el rostro, corrido y desastroso. Respiré y comencé a lavarme la cara. —¡Mónica! ¿Estás consciente de lo que me acusas? —Dijo molesto y entrando al baño. Volteé a verlo, me recosté un poco del lavamanos, aún me sentía mareada. —No dije que me obligaste, dije que trabajaste la situación y sabes que es cierto. —Te deseaba y tú a mí, no entiendo el problema. —Que yo no quería. —Tu cuerpo dijo otra cosa. —Caminó hacia a mí, pero levanté la mano poniendo distancia entre los dos. —Te dije que no quería y me trabajaste para que aceptara y en ese estado de ebriedad. —Somos esposo, Mónica, tú también querías, no es como si te hubiera violado o fueras una desconocida. —Resopló.
No sé cuánto tiempo pasó, pero yo seguía viendo su mano acariciar la mía. Me hacía sentir tan bien. Tomó mis manos entre las suyas y apretó un poco. —¿De verdad no existe una mínima posibilidad? —Preguntó con tristeza. —No dejaré a mi esposo por ti, Max. —Quité poco a poco mi mano y la coloqué en mi regazo. —Entonces déjalo por otras razones, podrías hacer eso y darme una oportunidad. —Sonrío pícaro. —¿Qué te hace creer que funcionaría algo entre nosotros? Soy tu jefa, soy mucho mayor que tú, tenemos personalidades diferentes, son demasiadas cosas. Me levanté y me puse la bata que estaba colgando del perchero detrás del escritorio, me quedé observando por la ventana, dándole la espalda. —Vete, por favor. —Crucé mis brazos. No entiendo cómo fue que llegamos al punto de hablar de estas cosas. —Nada de eso es relevante en el amor, sé que funcionaría porque lo único que importa en el amor es sentirlo, y desde que te tuve en mis brazos después del choque lo supe, Mónica, iría al f
Todo se descontroló, Max empezó a tumbar todo lo que estaba en el escritorio para subirse conmigo, nuestras respiraciones eran rápidas y rítmicas, iban juntas como si se tratase de una canción. El beso era apasionado y hermoso, parecía que estaba absorbiendo elíxir de vida, seguíamos vestidos, pero no sé por cuánto tiempo más podríamos aguantar. El hecho de que estuviéramos en el turno de la noche y que el personal estaba reducido casi en un 60% contribuyó en la confianza de ambos. Teníamos la certeza de ser casi invisible para el resto del hospital. Nos detuvimos por un momento, estábamos sin aire, nuestras caras juntas, besó mi mejilla con cuidado. —Me encantas, me encantas, siento que podría besarte por el resto de mis días. —Susurró en oído. No tenía fuerzas ni excusas, no soportaba más mis ganas y mi afecto. —Entonces hazlo, hazlo Max. —Dije suplicante a sus ojos, mientras agarraba con fuerzas su bata. Mordió su labio y volvió a besarme. Estaba prácticamente dormida en el b
—Debes soltarme ahora mismo. —Dije. —Pero, Mónica... —Respondió Max, tomándome del brazo. —Vete ya. —Lo miré seriamente. —Toma el permiso y vete a casa. Bajó la mirada. —Está bien, me iré si es lo que necesitas. —Suspiró. — Pero creo que no deberías quedarte en el hospital en estas condiciones, también estás muy afectada. —Lo único que necesito es que te vayas. —Dije zafando mi brazo. —No te preocupes por mí, el hospital es mi único lugar seguro. Me miró con tristeza. —Está bien, me iré. —Suspiró y se dio media vuelta. —Espera... —Dije y busqué un pañuelo en la gaveta del escritorio. Caminé hasta él y limpié con delicadeza su nariz, aún estaba saliendo sangre de su nariz. Miré con detenimiento y revisé un poco para ver si tenía alguna fractura. Sujetó mi mano. —Estoy bien, no te preocupes, la sangre puede ser escandalosa. —Sonrió un poco. —¿Duele mucho? —Pregunté. —Duele más aquí. —Bajó mi mano hasta su pecho. —Lo siento mucho. —Dije en voy baja. —Yo lo siento mucho má
Faltan solo treinta minutos para que se acabe mi turno, hace unas cuantas horas fue el alba y el sol ilumina cada espacio del hospital, un pequeño rayo de luz le da directamente al rostro de mi pequeño paciente, así que coloco mi mano para evitar que la luz lo despierte. Estuve junto a él un par de horas monitoreando su corazón, tratamos de descubrir una pequeña anomalía que le produce mucho dolor, pero requiere constante chequeo. Así dormido, se parece aún más a Christian, debo verlo, es una tortura porque me recuerda cada instante que debo verlo y explicarle todo. —¿Tiene hijos, doctora? —Preguntó la madre del pequeño. Me estaba mirando con mucha ternura, pero no lo había notado, estaba concentrada en el rostro de su hijo. La pregunta suele tensarme, pero sigo tan cargada de tantos problemas, que no podría tensarme más. —No, no los tengo. —Sonreí. —Su hijo parece un niño muy tierno, es encantador. —Lo miré con dulzura. —Lo es, se parece a su padre en eso. Lo tuve nueve meses den
Me alisté y coloqué la dirección en el GPS, estaba un poco lejos, tenía miedo de lo que pudiera suceder. Fueron los 25 minutos más largos de la historia, tuve que tocar la bocina un par de veces a uno que otro conductor tranquilo que no tenía ni idea de mi emergencia. Llegué, la fundación es tan imponente como la mansión de los padres de Max, muchos árboles y flores estaban llenando cada esquina. Había muchísimas personas, todos tenían un uniforme deportivo, portaban el logo de la institución justo en medio de la camisa, deben ser los pacientes o beneficiados. Bajé del auto y reconocí el coche de mi esposo, debo correr, no sé cuánto tiempo podría tener aquí. Comencé a preguntar por la oficina de Max. Estaba un poco alejada de todo, así que tuve tiempo de ver el lugar. Tenían canchas de todo tipo, básquet, futbol, voleibol, había incluso piscinas para nadar. Detrás de ellas pude observar una pequeña colina, había un grupo de personas practicando yoga. Me detuve a verlos, es increíbl
—Basta, basta, por dios. —Dije zafándome del agarre de ambos. —Dijiste que necesitabas hablar, hablemos Mónica. —Dijo Christian acercándose, estaba bajando la guardia. Podía verlo. —Creo que es mejor que esperes. —Dijo Max tomando con delicadeza mi mano. La quité mi mano con rapidez, mi esposo está justo frente a mí, yo no puedo seguirle el juego a Max... Me miró con tristeza y mi pecho se apretaba, no quiero estar en medio de los dos o jugar con sus sentimientos. Miré a Max. —Necesito hablar con él, por favor. —Dije. Max asintió. —Pueden usar mi oficina. Estaré en la sala de conferencias organizando todo. Por favor, hagan un buen trabajo. —Dijo mirando a Fabiana Rocha. Estoy segura de que Max sabe incluso más que yo. Eso me hace sentir confundida y fuera de control. Pero decidí entrar a la oficina y Christian me siguió. Cerró la puerta que estaba detrás de él. Respiré profundo e intenté organizar un poco mis ideas. —Es imperdonable, sé que lo es, no voy a excusarme. Solo
Max me estaba sujetando del brazo, en un movimiento se acercó y acarició tiernamente. Parecía que estábamos solos en la habitación, me mente no me permitía pensar en todo lo que ocurría delante de mí, ni siquiera en el hecho de que mi esposo se encontraba a tan solo unos metros de distancia. —Por favor, aplausos para mi bella esposa. —Escuché a lo lejos y las personas comenzaron a aplaudir muchísimo. —Es la mujer más encantadora que podrán conocer y además la doctora con más talento en el Minnesota hospital. Aplausos por favor. —Continuó diciendo. Max me soltó de inmediato y todos nos observaban con detenimiento. —Ven mi amor, por favor, acompáñame en la tarima. —Mi mano temblaba, por qué me llamaría hasta la tarima si sabe sobre mi pánico escénico. De todas maneras, me acerqué hasta la tarima y el me ofreció su mano para que pudiera subir. Lo hice y al ver tantas personas reunidas un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal. —Sabes que no me gustan las tarimas, odio estar con t