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Siguiendo el consejo de Lilly, Daniel se armó de valor y se acercó a Fátima. Después de todo, no podía perderla y él definitivamente no podía perder a Fátima. Así que suspiró pesadamente al llegar a la puerta principal, reflexionando sobre los acontecimientos del día y pensando en lo fuera de control que se habían vuelto las cosas.

Era obvio que la normalidad se había convertido en algo inverosímil, pero no dejaba de ser algo a lo que tenía que aspirar, aunque la tarea resultara difícil. Por un lado, estaba Lilly y por el otro Fátima, y Daniel sabía que las dos serían gratificantes si jugaba bien sus cartas.

Exhaló un último suspiro antes de entrar, sentía que estaba a punto de librar una batalla perdida, pero estaba preparado para dar batalla.

Sin embargo, todo su valor se esfumó cuando entró y la vio en el sofá, con los ojos enrojecidos e hinchados y la cara desencajada mientras le miraba. Su evidente tristeza le hizo detenerse en la habitación, congelado en un punto mientras la mir
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