23

Era el día de la cena y Kiara seguía sin hablar con Martiniano. Sus palabras habían reposado en sus pensamientos durante toda la noche, privándola así del sueño. En el fondo, comprendía su enfado, pero seguía sin poder evitar sentirse dolida. ¿Qué derecho tenía él a sentirse herido? Él no tenía ningún interés inicial en el bebé y la había arrastrado a su casa contra su voluntad. Si alguien debería estar molesta por algo, debería ser ella.

Sabrina entró en la habitación cuando Kiara estaba haciendo la cama. Aunque la puerta estaba abierta, se detuvo y llamó a la puerta, esperando permiso para entrar del todo.

Kiara sonrió al verla con su pijama de Dora.

—Pasa—, le dijo y Sabrina caminó hacia ella y luego se abrazó a sus piernas.

El acto cogió a Kiara por sorpresa.

—¿Estás bien, Kiara?—, le preguntó, mirándola.

Kiara sonrió.

—Lo estoy—, le aseguró, usando suavemente la mano para alisarle el pelo.

—¿Estás segura?— le preguntó levantando una ceja.

—Estoy segura—, dijo
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