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—Todavía no puedo creer que hayas decidido quedarte después de todo—, suspiró Fátima cuando se levantó de la cama a la mañana siguiente. Había decidido que se quedaría con su amiga a pasar la noche, a pesar de ser una invitada no deseada por el anfitrión.

Kiara sacudió ligeramente la cabeza.

—Para empezar, no debería haber dicho que quería ir—, exclamó mientras se ponía unos pantalones amplios de algodón.

—Básicamente te dijo que te fueras de casa—, exclamó Fátima incrédula.

Haciendo el nudo a sus pantalones, Kiara se detuvo, echando una larga mirada a su amiga. —¿Puedes dejarlo ya, por favor? Aunque me fuera a casa, no sé cómo me las arreglaría. Ahora no puedo trabajar, así que ¿cómo podría siquiera pagar la comida y las facturas?—, suspiró pesadamente.

—Yo podría ayudarte—, dijo y Kiara resopló.

—Ambos sabemos que no podrías, así que relájate—, le dijo mientras se ponía una camiseta que casi se tragaba toda su figura.

—Ferguson es un imbécil. No lo necesit
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