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A la mañana siguiente me desperté sin poder moverme. El brazo de Natanael me rodeaba con fuerza, apretándome contra él. Me resultaba cálido y familiar y casi no quería moverme, pero sabía que tenía que hacerlo. Por mucho que lo siguiera queriendo, incluso después de lo que me había hecho pasar, no podía rendirme tan fácilmente. No podía volver a darle el control sobre mí porque no sería capaz de soportarlo si decidía hacerme daño de nuevo. Con eso en mente, le aparté suavemente el brazo y me retiré de la cama.

—Buenos días. Tienes que dar algunas explicaciones—, dijo Megan en cuanto atravesé la puerta de la cocina, haciéndome dar un respingo y gritar asustada.

—¡Megan! ¡No hagas eso! — grité, poniéndome la mano sobre el corazón en un intento de frenarlo.

—Eso no importa. Explícame por qué estabas en una cama con Natanael—, respondió impaciente, agitando la mano con desdén.

—No es para tanto. Espera, ¿cómo lo sabías? —. pregunté con suspicacia.

—Bueno, cuando me desperté esta mañana y
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