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—¿Así que has terminado? ¿No hay nada más que hacer? ¿Así sin más?

Helena asintió antes de darse cuenta de que nadie podía verla, habló.

—Sí. Y ni siquiera tuve que mover un dedo. No me dejaron. El jefe de mudanzas se limitó a mirarme la barriga y a decirles a todos que no me molestaran. Fue un detalle—, dice mientras recorre con la mirada su nuevo apartamento. La emoción casi la abruma. Todo estaba exactamente donde ella quería y aún quedaba espacio para que pudiera revolcarse por el suelo si quisiera. No es que pudiera en su estado actual, pero la opción estaba ahí. Ahogando un chillido, se pasó la mano por el vientre mientras los chicos se retorcían y se revolcaban también en respuesta a su excitación. —Este lugar es perfecto. No puedo creer que consiguiera cogerlo cuando salió al mercado.

—Sí, es genial—, respondió Gail con la misma emoción. —Me alegro de que por fin hayas utilizado tu fondo fiduciario. Ahora puedo dormir tranquila. Así que...— La repentina vacilación de Gail hizo
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