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Helena tenía dificultades para concentrarse en su trabajo. Llevaba una hora sin teclear una nueva entrada. O, más concretamente, cuando sus ojos miraron el reloj de su escritorio, cincuenta y tres minutos...

Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, soltó un gruñido de frustración. Dejó el bolígrafo y se cubrió la cara con las manos. Se había dicho a sí misma que no iba a hacerlo. No iba a ser la tonta de ayer. Mirando la hora tan de cerca, contando las horas, los minutos y los segundos que faltaban para que él llegara. Si es que llegaba. La decepción amenazaba con abrumarla de nuevo, pero apartó a Henry y sus promesas vacías de su mente y decidió volver al trabajo.

Con las cejas fruncidas, trató de encontrar la siguiente serie de facturas y recibos en la que se suponía que tenía que trabajar. Levantando los trozos que tenía sobre la mesa, se dio cuenta de que pronto tendría que hacer algo con el desorden de su escritorio. Sólo llevaba allí un par de días y ya estaba lleno de papeles
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