Zeiren —Nací en los suburbios de la Metrópolis. Pero no el lugar que conoces. Mi hogar era la zona donde los que están arriba no se atreven a mirar. Ahí es donde viven los olvidados.—La parte oculta… —murmuró mi mujer—. He oído rumores, pero nunca imaginé que...—Es peor de lo que puedas imaginar —dije con amargura—. Mi madre y mi tía hacían lo que podían para sobrevivir. Vendían sus cuerpos. Trataban de ocultármelo, pero yo lo sabía.Ella acarició mi mejilla con delicadeza, su gesto cargado de cariño.—Mi tía me contó que, cuando mi madre quedó embarazada, nunca supo con certeza quién era mi padre; solo sabía que era un ángel. Por los clientes que recibió para esa fecha.No era que realmente me importara quien era él, pero no podía dejar de culparlo por el final de mi familia.—Un ángel que nunca estuvo. No sé quién es, ni me importa. Pero tener su sangre me marcó para siempre. Para todos los demás, soy un error. Algo que no debería existir.Los ojos de Cor se llenaron de lágrimas.
Zeiren Me sacaron la sangre y me dejaron en la sala de observación. La madre del niño ya había llamado a mi madre y a mi tía. Sabía que estaría en problemas. Me revolví en la camilla, inquieto. Afuera, podía oír los murmullos constantes del personal.—Es demasiado rápido para ser regeneración humana con tecnología —escuché al médico decir en voz baja—. Y es muy pobre para acceder a eso.—¿Y si es uno de ellos? —susurró la enfermera con miedo.—No podemos asumir nada, pero si es cierto… debemos reportarlo de inmediato.—Pero será sentenciado a muerte —replico la mujer.Mi corazón comenzó a latir más rápido. "Uno de ellos." ¿A qué se referían? Tragué saliva, sintiéndome atrapado. Intenté que mi mente no pensara en eso, solo quería que mi mamá y mi tía llegaran de una vez para que me sacaran de aquí.Mis oraciones se escucharon unos minutos después. La puerta se abrió, golpeándose contra la pared. Mi madre y mi tía llegaron corriendo. Sus ojos desorbitados, buscándome con la mirada
ZeirenLas primeras semanas en el Averno fueron una pesadilla. Dormíamos en el auto, apretados, con las piernas entumecidas. El frío de la noche filtrándose por las rendijas que teníamos que abrir de las ventanas. Mis sueños siempre terminaban en sobresalto; con imágenes de luces intermitentes y sirenas persiguiéndonos. Mi madre y mi tía apenas dormían. Se turnaban para mantenerse en guardia, observando la calle por si alguien se acercaba demasiado.Después de dos semanas, mi tía nos consiguió un lugar para quedarnos. Llamarlo casa habría sido generoso. Las cuatro paredes eran de madera prensada, encajadas a la fuerza. Las ventanas no tenían vidrio, en su lugar habían bolsas negras. Y a la puerta le colocábamos una silla para bloquearla.Tenía una sola habitación que era todo; sala, comedor, cocina y dormitorio. El único "lujo" era una estufa portátil que funcionaba cuando quería. No había baño, solo una letrina improvisada afuera. Pero, por primera vez en días, podíamos estir
Cordelia Zeiren me abrazaba por detrás, su respiración era lenta y profunda, indicándome que seguía dormido. Su brazo descansaba sobre mi cintura, cálido y protector, pero mi mente no me dejaba descansar. Seguía reviviendo todo lo que nos había traído hasta este punto: el fuego, la persecución, el ataque de los lobos… su historia...¡Dios! Como me dolía todo lo que me había contado. Su infancia fue una mierda, todo lo que pasó...Suspiré, tratando de no moverme demasiado para no despertarlo.—Vaya, vaya… hasta que te comiste a ese manjar —murmuró una voz familiar, en tono burlón, desde la esquina de la habitación.Di un pequeño respingo y me giré hacia el sonido. Fernanda estaba sentada ahora del lado de mi cama, sonriendo de oreja a oreja.—Cuéntamelo todo, querida —susurró, inclinándose hacia mí con los ojos brillando de curiosidad.Sonreí, aunque no le respondí de inmediato. Ella soltó un bufido y se cruzó de brazos.—No me hagas rogar, Cor. Vamos, quiero detalles jugosos. ¡Hast
Cordelia Lavaba los trastes con movimientos lentos, más por inercia que por otra cosa. Sentía el agua fría corriendo entre mis dedos. Suspiré terminando de enjuagar las tazas.Sin embargo, no era suficiente distracción para los pensamientos caóticos que se amontonaban en mi mente.Estaba secándome las manos cuando escuché unos pasos firmes acercándose a mí. Sin necesidad de darme la vuelta, sabía que era él.Rodeó mi cintura con sus brazos, abrazándome con fuerza. Sonreí al sentir un calorcito que ya se había vuelto familiar cuando él estaba cerca.Zeiren apoyó la barbilla en mi hombro, encajando su cuerpo contra el mío a la perfección.—¿En qué piensas, amor? —preguntó en mi oído.Su aliento acarició mi cuello y me hizo estremecerme. —En todo… en el idiota de mi hermano, en los odiosos ángeles... —suspiré, dejando caer los hombros.—Mi amor —murmuró, apretándome un poco más contra él—. No voy a dejar que te pase nada, Cor. Te protegeré, siempre.Me giré despacio para mirarlo. Sus
Zeiren La mujer y el niño estaban a salvo, asustados pero vivos. Ella, me di cuenta tarde, estaba embarazada, corrió a esconderse con el niño, listos para escapar.Mi corazón latía con fuerza, y un pensamiento me consumía por completo: regresar con mi mujer.Maté unos cuantos vampiros más que se lanzaban a atacarme mientras lo único que quería era llegar a mi Eloah. Mi piel picaba por la necesidad de tenerla de nuevo en mis brazos y escapar de ese maldito lugar.La aldea estaba sumida en un caos total. Las llamas devoraban las casas, había cuerpos por todas partes... Tanto de lobos como de vampiros. Un humo oscuro y denso oscureció el lugar, haciendo que fuera casi imposible respirar y ver más allá de un metro. Los gritos habían cesado casi por completo, reemplazados por el inquietante silencio de la muerte."Por favor, que esté bien…"Pero cuando llegué al lugar donde la había escondido, mi cuerpo se congeló.No estaba.—No… —murmuré, mi respiración acelerándose—. ¡Cordelia!El
Zeiren La oscuridad se desvaneció de golpe cuando mis pies tocar un suelo frío de mármol. Levanté la mirada, observando a mi alrededor para ubicarme. Era una sala enorme con paredes de piedra negra.Casi en el centro había un trono imponente, tallado en, lo que parecían ser, huesos y metal oscuro. Un vampiro elegante y de aspecto letal, estaba sentado allí. Su mirada afilada me recorrió de pies a cabeza.—¿Qué me has traído, Adriano? —preguntó con voz profunda.El vampiro que había dirigido el ataque en la aldea, se adelantó unos pasos, inclinándose con respeto.—Su alteza… —dijo, sus palabras cuidadosas—. Él es el nephelim.El vampiro en el trono se enderezó dejando ver qué estaba sorprendido. Sus ojos brillando con codicia. Una sonrisa se formó en su rostro. Aunque no le duró mucho. Desapareció en cuanto las puertas se abrieron detrás de mí.Dos guardias trajeron a Cordelia. Su cuerpo aún estaba débil, tambaleándose mientras la arrastraban. Sin pensarlo, me zafé del agarre de
Cordelia —Cor… Todo a mi alrededor cambió cuando la escuché. Ahora estaba en el hospital...La voz era apenas un susurro, pero la oí con claridad. Levanté la cabeza para mirarla.—Estoy aquí —le respondí, enderezándome en la silla—. No te preocupes, no voy a irme.Fernanda sonrió débilmente, su piel pálida contrastando con sus ojos que aún conservaban ese brillo pícaro que siempre la caracterizaba.—Lo sé, tonta. Eres como una maldita lapa... no me sueltas ni en mis peores momentos.No pude evitar reír, aunque el nudo en mi garganta no me dejó disfrutarlo. Ella me había prohibido llorar, y yo quería ser fuerte para ella.—Alguien tiene que aguantarte —le respondí, tratando de aligerar la tensión del momento."El momento... solo le quedaban horas..."Ella rió, pero el sonido pronto se convirtió en una tos violenta que sacudió todo su cuerpo. Me enderecé, preocupada, mientras la veía intentar recuperar el aliento.—Tranquila… tranquila… —le susurré, acariciando su cabello—. No hables