Nos vemos mas tarde.
Después de la situación con los dos oficiales que tuvieron a punto de llevarme detenida, siento que he tenido suficiente por el día de hoy. Por supuesto, le agradezco a Samuel lo que hizo por mí, al interceder y salvarme del arresto, sin embargo, nada de eso cambia la situación entre nosotros, ni siquiera el hecho de que ahora esté esperando otro hijo suyo. Respiro profundo. Sentí mucho miedo al pensar que podía ir a parar a la cárcel, que tendría que separarme de nuevo de Camila y que, una vez más, sería sometida a la terrible situación de atravesar mi embarazo encerrada tras las rejas. Es algo que no estoy dispuesta a repetir. Eso me destruiría por completo. Un sudor helado se desliza por mi espalda. ¿Quién quiere enviarme de nuevo tras las rejas? Mi padre es un cobarde y sé que no se atrevería a hacerlo, mucho menos, tras la amenaza que le hizo Horacio el día que me salvó de ser estrangulada por él. Entonces, ¿quién está detrás de todo esto? ―¿Estás bien, Abigaíl? Pregunta Hora
La situación entre nosotros es bastante complicada, estoy consciente de que no será fácil convencerla de mi arrepentimiento, pero no estoy dispuesto a desistir hasta que lo haya intentado todo. ―Lamento haberte lastimado tanto, Abigaíl, lo digo de corazón ―sus ojos azul grisáceos se fijan sobre los míos―. Juro que voy a poner todo mi empeño para ganarme de nuevo tu confianza y fe en mí, solo te pido que me des una oportunidad, que me permitas demostrarte que, a pesar de todos mis errores, mi amor por ti es real. No dice nada. Me mira por algunos segundos más y luego gira su cara para fijarla en la ventana y dar por terminada nuestra conversación. Bufo resignado. El teléfono suena en ese justo momento, estoy tentado a no responderlo, pero al ver el nombre del abogado de nuestra familia, tomo la llamada. ―Arévalo, un gusto saludarte. Me devuelve el saludo y procede a explicarme lo que está aconteciendo. ―Samuel, acabo de llegar a la clínica ―me indica en medio del ruido de sirenas y
Noto la sorpresa en los gestos de su cara. ―¿Hijos? Sonrío satisfecho. ―Sí, papá ―respondo con evidente orgullo―. Abigaíl está embarazada ―coloco la mano en su hombro y me inclino para besarlo en la frente―. Vas a tener a un nuevo nieto al cual malcriar. Una radiante sonrisa amenaza con partir su cara en dos. ―Esta es la mejor noticia que puedes darme, hijo ―menciona con emoción―. Entremos a la casa ―echa a andar su silla y se dirige hacia la entrada―. Abramos la mejor botella de champaña de la reserva y celebremos las buenas nuevas como se merece que lo hagamos. Lo sigo de cerca. A pesar de lo compleja de mi situación con la mujer que amo, me siento embargado por una gran felicidad que no me cabe en el pecho. Voy a ser padre y ese nuevo hecho, cambia las perspectivas de mi vida. Quiero que mis hijos crezcan a mi lado, pero para que eso suceda, debo convencer a Abigaíl que no hay otro lugar en el que deba estar, que no sea a mi lado. Entramos a la casa y nos instalamos en la sal
Apenas he podido dormir unas pocas horas durante toda la noche. Samuel me atrapó entre sus brazos y no pude escapar, porque estos estaban envueltos a mi alrededor como un par de tenazas que no estaban dispuestos a liberarme. Tengo ganas de hacer pipí, pero no hay manera en que pueda soltarme. Mi vejiga va a explotar si no voy de inmediato al baño. Respiro profundo y aguardo a que se dé la oportunidad para hacerlo, de lo contrario, tendré que despertarlo. Pocos minutos después, su abrazo se afloja, así que aprovecho para soltarme. No obstante, me detiene antes de que logre salir de la cama. ―¿A dónde crees que vas? Me dice con esa voz ronca y gruesa que se replica por todo mi cuerpo y se asienta en el fondo de mi vientre. Me devuelve al mismo lugar, pero esta vez me gira y me pega de frente contra su cuerpo. Suelto un jadeo al sentir sus labios rozar los míos. ―Anoche vine a ayudarte, Samuel ―menciono con un tono de voz muy débil, falto de carácter, porque su cercanía me afecta más
Una semana después Checo el teléfono y leo el mensaje que acaba de llegarme. Georgina: Acabo de volver a la ciudad, necesito hablar contigo, Samuel. Te fuiste sin decirme ni una sola palabra y hasta la fecha de hoy, no me has devuelto ninguna de las llamadas ni los mensajes que te he enviado. Puedes explicarme de una vez por todas, ¿qué es lo que está pasando? Decido responderle. Ya es hora de darle punto final a mi situación con ella. Nunca le hice promesas que no estaba dispuesto a cumplir. Ella fue uno de los tantos errores que cometí en mi vida y del que estoy arrepentido. Quizás debí aclararlo desde el mismo momento en que la prensa lo exageró todo al publicar que ambos estábamos comprometidos, dejé correr la noticia y no me preocupé por desmentirla. Estaba pasando por un mal momento. No podía superar la pérdida de la mujer que amaba e intenté olvidarla acostándome con ella. Marco su número y en menos de dos repiques contesta la llamada. ―Buenos días, Georgina. ―¿Eso es lo
―Mami, ¿quieres que me quede contigo? Niego con la cabeza. ―No, cariño, ve y disfruta del paseo con tus abuelitos ―me inclino y la beso en la frente―. No quiero arruinarles la noche. El mareo y las náuseas me han afectado durante todo el día. ―¿Podemos cancelarlo y dejarlo para otro día? No, mi hija ha estado muy ilusionada con la idea de ir al cine y disfrutar, junto a sus nuevas amiguitas, de su película favorita. ―No te preocupes, Briseida, estaré bien ―le indico para que se quede tranquila. Desde que todos supieron que estaba embarazada me han tratado como si fuera el último jarrón de la dinastía Ming―, me tomaré un té y subiré a mi habitación. Me despido de ellos. Entro a la casa para ir a la cocina y pedirle a una de las chicas que me preparen la infusión y la suban a mi habitación. Samuel no vendrá temprano, así que aprovecharé para darme una ducha e irme a la cama. Tengo tanto malestar que opto por subir al elevador para ir al piso superior, en lugar de hacerlo por las
Me siento impaciente. Requiere de toda mi fuerza de voluntad mantenerme sentado en la silla de mi escritorio y seguir trabajando mientras espero a mi abogado. Cruzo los dedos para que hoy mismo pueda tachar un nuevo punto de mi lista de asuntos sin resolver. Uno de los que me tiene más intranquilo. Cinco minutos después, bufo resignado. Lanzo el bolígrafo sobre el escritorio y me froto la cara con las manos. No hay manera de que pueda concentrarme en el trabajo. Doy por terminada mi jornada laboral. Me levanto de la silla y recorro la habitación como león enjaulado. Me quito la corbata y desprendo algunos botones de mi camisa. Al cabo de algunos minutos, suena el teléfono fijo. En dos zancadas lo alcanzo y respondo la llamada. ―Señor, acaba de llegar su abogado, el doctor Rinaldi. ¡Por fin! ―Hazlo pasar de inmediato, Cora, y tómate el resto del día libre. Rodeo mi escritorio, ocupo mi silla y espero a que llegue. La puerta se abre y casi en el acto me siento emocionado al notar l
A la mañana siguiente Observo lo magullado y rotos que están mis dedos. Duele como la mierd4, pero no me arrepiento ni un ápice de haberle dado una merecida paliza a ese miserable cobarde que se aprovechó de la inocencia de mi mujer para destrozarle la vida. ―¿A qué hora llega Arévalo? Abandono mi pensamiento y dirijo mi atención hacia mi padre. ―Debe estar por llegar. Suelto un bufido. ―¿Crees que Abigaíl esté lista para hacer esto? Respondo con un asentimiento de cabeza. ―Sí, papá, ella misma me lo pidió anoche ―no pude dormir después de lo que pasó. Pasé la noche vigilando sus sueños. Le doy gracias a Dios que el ataque no puso en riesgo su embarazo, pero juro que ese maldito me las va a pagar con creces. Ni siquiera tiene la más mínima idea del alcance de la furia de un Di Stéfano, mucho menos la de dos―. Abigaíl y yo, habíamos estado conversando sobre nosotros, definiendo el rumbo de nuestra relación, tratando de superar los obstáculos que se interponen en nuestra felicida