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Diana y Joaquín llegaron al restaurante, el ambiente era íntimo y acogedor, con luces tenues que creaban una atmósfera mágica.Ella había alquilado la terraza, asegurándose de que estuvieran solos, lejos de las miradas curiosas. Joaquín parecía tan feliz con esta sorpresa que hizo que el corazón de Diana se acelerara.Tomaron asiento en una mesa decorada con rosas, y pronto pidieron dos copas de champán.—Gracias por aceptar venir conmigo, Joaquín —dijo Diana, con una sonrisa que escondía un torrente de emociones.Él sonrió al escucharla, esa sonrisa que siempre había tenido el poder de iluminar su mundo.—No tienes que agradecérmelo, yo quería estar aquí —respondió, sus ojos brillando con sinceridad—. Hagamos un brindis, por nuestros hijos, por los recuerdos buenos.—Y por la esperanza de nuestro amor —pidió ella, sintiendo un nudo en la garganta mientras levantaban las copas.Sus ojos se encontraron, y en ese instante, todo parecía posible. Joaquín la miraba de ese modo, ese modo que
Rodolfo abrió los ojos y, al instante, se encontró con Margot, quien preparaba sus medicinas. Una sonrisa se dibujó en su rostro.—¿Por qué haces esto? —preguntóMargot lo miró con una mezcla de sorpresa y duda.—¿Qué quieres decir?—Cuidarme.—Rodolfo… —comenzó ella, pero él la interrumpió al tomar su mano con ternura.—Te amo. No entiendo por qué te fuiste ese día. Enloquecí cuando te perdí.Margot tomó asiento frente a él, sintiendo cómo sus palabras le atravesaban el corazón, aunque sabía que eran necesarias.—Yo… pensé lo peor de ti. Creí que había otra mujer en tu corazón.La incredulidad se dibujó en el rostro de Rodolfo.—¿Otra mujer? ¡Nunca! Solo tú, Margot. Eres mi única mujer; todo lo demás es parte del pasado.Ella desvió la mirada, sintiendo el peso de su verdad.—Iba a dejar mi venganza, y sí, era por ti. Porque te amo. Me enamoré de ti, y lo que siento nunca lo sentí por nadie más. Sé que me equivoqué, pero voy a ofrecerte lo mejor de mí. Solo quiero hacerte feliz, a ti
Pilar miró a Francisco con una sonrisa maliciosa.—¿Será un varón? No importa. Esta es mi mejor venganza. Escucha bien: dile a Ronald que, si actúa ahora, se estará firmando su propia sentencia. Debe esperar unos meses más —dijo Pilar.Francisco asintió, sintiendo el peso de esas palabras, y se escabulló sin que nadie lo notara.Mientras tanto, Ronald recibió el mensaje de Pilar, dudando sobre si cumplir con la orden. Pero el miedo a Joaquín, quien había puesto precio a su cabeza, era cada vez mayor. Ronald apretó los puños.—Esperaré por ti, Diana. Pero no será para siempre.***Diana y Margot planearon el baby shower con entusiasmo, rodeadas de sus seres queridos. Entre los invitados, Margot notó a Vilma, quien se mantenía algo distante, aunque intentaba sonreír.A unos metros, Rodolfo y Joaquín conversaban con seriedad.—Sé que nunca podré reparar el daño que te hice, Joaquín. Te fallé, y lo lamento profundamente —dijo Rodolfo con voz quebrada.Joaquín bajó la mirada, una sombra de
Diana y Margot se cruzaron en el pasillo, ambas pálidas y tensas. A lo lejos, resonaron gritos que parecían venir desde la entrada.—Quédate aquí —le susurró Diana, mirando con seriedad los ojos asustados de Margot—. Voy a asomarme para ver qué está pasando.Margot sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, inmovilizando sus pies en el suelo. Intentó hablar, pero el miedo la dejó muda. Su instinto le decía que se quedara junto a Diana, que no la dejara sola, pero el pánico la tenía atrapada, incapaz de moverse.Diana avanzó por el pasillo, respirando hondo, mientras buscaba a uno de los guardias. Algo no cuadraba en el ambiente, como si hubiera alguien acechante en cada esquina. El corazón le latía con fuerza cuando, de pronto, una figura emergió de las sombras y se plantó frente a ella.Un segundo. Eso fue todo lo que necesitó para darse cuenta de a quién tenía delante. Su mente se negó a aceptarlo al principio, pensando que debía de ser una alucinación. Quizás una pesadilla, un
Rodolfo se estremeció al ver a su hermana tan vulnerable y visiblemente afectada. Sus manos temblaban mientras intentaba sostener las de Diana, quien soportaba las contracciones con valentía.—Llévala al hospital, por favor, Rodolfo —pidió Diana entre jadeos.Sin embargo, el dilema lo atravesaba: debía ocuparse también de la escena del crimen y atender a los policías que llegaban a investigar la muerte de Ronald. Con un nudo en la garganta, Rodolfo llamó a una ambulancia, que llegó rápidamente, aunque para él el tiempo parecía detenido en esa angustia.Diana lo miró, comprendiendo su pesar y tomando una bocanada de aire para calmarse.—Quédate con Margot, Rodolfo. Yo puedo soportarlo —su voz estaba quebrada, pero el valor que transmitía la hacía parecer invencible—. Llama a Joaquín y dile que venga ya mismo.Rodolfo asintió con dificultad, le dio un beso en la frente y susurró:—Apenas se calme esto, iré contigo al hospital.Los paramédicos subieron a Diana en una camilla. Al pasar jun
Diana estaba sumida en una mezcla de miedo y anticipación mientras la llevaban a la sala de partos. A pesar de haber pasado por esto antes, los recientes eventos le habían dejado una angustia profunda, y esta vez el proceso se sentía extraño y aterrador, como si fuera su primera vez.Fuera de la sala, Rodolfo esperaba junto al médico, que acababa de revisar a Diana.—Todo parece ir bien —informó el doctor con tono tranquilizador—. La labor de parto ha comenzado, y su presión arterial se estabilizó.Rodolfo lanzó un suspiro de alivio, aunque la tensión aún se reflejaba en su rostro. De repente, escuchó un grito a lo lejos. Al voltear, vio a Joaquín corriendo hacia él, su rostro reflejando una mezcla de pánico y desesperación.—¡¿Cómo está mi esposa y nuestra bebé?! —exclamó Joaquín, sin aliento.Rodolfo puso una mano en su hombro, tratando de calmarlo.—Ya está en la sala de partos, Joaquín. Pronto, muy pronto, conocerás a tu hija.El médico se acercó y le hizo un gesto a Joaquín.—Acom
Los guardias afuera de la mansión estaban inquietos, intentando entrar a la fuerza. Algo extraño sucedía, y el silencio tras las puertas era inquietante. De pronto, Francisco apareció en la entrada, su rostro inusualmente tranquilo mientras les hacía una seña para que bajaran las armas.—Tranquilos, señores. Todo está bajo control —dijo, su voz serena.—¿Qué está pasando aquí? —exigió uno de los guardias, observando la mansión y buscando alguna señal de que el CEO estuviera bien—. El señor Andrade no responde a nuestras llamadas, y escuchamos gritos.—No hay de qué preocuparse —respondió Francisco con una expresión calculada—. La hermana del señor Andrade está en labor de parto. Exigió privacidad y pidió que nadie entre o salga hasta que todo esté bajo control.Los guardias intercambiaron miradas de duda. Desde adentro, se escuchaban quejidos, como si alguien estuviera soportando un gran dolor. Dudaron, pero terminaron por asentir, convencidos por la seguridad con la que Francisco habl
—¡Esta niña no es la hija de la heredera Andrade! ¡Esta niña es…!, ¡mi hija! —gritó Francisco, su voz resonando con una mezcla de rabia y desesperación. —¡Miente! —exclamó Vilma, con los ojos desorbitados, incapaz de procesar la verdad que parecía desplomarse sobre ella como un peso insoportable.Los guardias se quedaron perplejos, la confusión pintada en sus rostros mientras la tensión en el aire crecía. Francisco apretó el brazo de Vilma con una fuerza tal que ella sintió que los huesos se le desgarraban. El dolor fue tan agudo que casi dejó caer a la bebé al suelo, un gesto que hizo que el corazón de Vilma se encogiera de terror.—Mi esposa está muy nerviosa —continuó Francisco, tratando de calmar la situación, aunque su voz estaba cargada de una amenaza implícita—, pero pueden ir a verlo ustedes mismos. La señora Larson está con su bebé recién nacido en la alcoba. Ella tuvo un varón.Dos guardias, aún incrédulos, se miraron entre sí antes de salir corriendo hacia la habitación. Pi