Alba MillerEstaba muy molesta. La furia latía en mis sienes mientras me dirigía a la oficina de Gabriel. Hace días no aparecía en mi casa. Mi paciencia se agotaba, y necesitaba respuestas.Al llegar a su oficina, mi ira aumentó al verlo completamente absorto en su trabajo, como si yo no existiera. Me detuve en la puerta, observándolo mientras hablaba por teléfono, ni siquiera levantando la vista para reconocer mi presencia. Sentí como una oleada de resentimiento me recorría el cuerpo. —Gabriel —dije con voz firme, tratando de mantener la calma mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.Él apenas levantó la vista, asintiendo con la cabeza en señal de que me había visto, pero su atención seguía fija en la conversación telefónica.—Dame un segundo, Alba —murmuró, volviendo su atención al teléfono, ignorándome de nuevo.Esperé, tratando de controlar mi respiración y mantener la compostura, aunque por dentro hervía de rabia. Cada segundo que pasaba parecía un insulto a nuestra relación
Estaba muy triste por la ruptura con Gabriel y me dediqué a hablar con mi prima Elisa. Buscaba apoyo en ella; necesitaba consuelo y comprensión, pero sabía que sería complicado, ya que Elisa estaba enamorada de Gabriel. Nos encontramos en un café tranquilo. Elisa me miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación. Empecé a contarle lo que había pasado, tratando de contener las lágrimas. —Elisa, terminé con Gabriel —dije, mi voz temblando—. Fue... fue horrible. Ella arqueó una ceja, y vi cómo su expresión cambiaba de preocupación a una leve irritación. —¿De verdad, Alba? —respondió, su tono más frío de lo que esperaba—. ¿Otra vez con lo mismo? Me encogí en mi asiento, sintiendo que las paredes se cerraban a mi alrededor. Elisa nunca había sido del todo comprensiva cuando se trataba de mis problemas con Gabriel. Sabía que sus sentimientos por él influían en su actitud hacia mí. —No quería lastimarlo. Pero todo se complicó tanto... —traté de explicar, aunque sabía que sona
Me sentía muy mal y no había logrado salir de la cama en toda la noche. No había dejado de llorar, pero la mañana siguiente, me levanté a desayunar. Mis hermanas, Emma y Vera, estaban en la cocina. Emma me miraba con preocupación, pero Vera no dejaba de mirarme con desprecio. Nos sentamos a la mesa y traté de comer algo, aunque mi apetito era inexistente. Emma intentaba ser comprensiva, pero Vera no perdía ninguna oportunidad para atacarme. — ¡Quiero volver a vivir con Alexis!— Ella no dejaba de gritar. —Me duele la cabeza, Vera. — Respondí intentando tranquilizarla. —Eres tú la que destruyó a nuestra familia, Alba. Gabriel se fue de la casa por tu culpa — Me acuso Vera, su tono lleno de resentimiento. Sentí una punzada de culpa y dolor, pero sabía que tenía que enfrentar sus palabras. —Sé que me equivoqué. Me dejé manipular por las personas equivocadas —dije, intentando mantener la calma—. Alex es inocente. Él no lastimó a mis papás. Yo ya me disculpé con él. Vera soltó una ri
El fin de semana llegó rápidamente y decidí ponerme mi vestido rojo, pero me di cuenta de que no me entraba. Me sentí hinchada y supuse que era normal debido al estrés y a mi falta de control en la alimentación últimamente. Mientras tanto, ayudé a Emma a vestirse y maquillarse, pero tuve que prácticamente obligar a Vera a asistir al evento. Llegamos a la mansión de mi tío, donde había muchas personas importantes, incluyendo a Alexis, quien estaba acompañado por Lila. También estaban el señor Héctor Santillan, Gabriel y su madre. Me sentí extremadamente avergonzada frente a todos ellos mientras entrábamos a la elegante mansión de mi tío. El ambiente estaba tenso y cargado, y mi incomodidad solo aumentaba con cada mirada curiosa o susurro que percibía a mi alrededor. Emma caminaba a mi lado, tratando de animarme con una sonrisa comprensiva, pero podía sentir cómo los ojos de todos se posaban en mí, llenos de preguntas no formuladas pero claramente presentes. Vera, a mi otro lado
Alexis Santillan Estaba completamente molesto; no soportaba tener a Alba tan cerca, a la mujer que me había destruido la vida. Intentaba consolarme en Lila, que no se despegaba de mí, pero no le quitaba la mirada de encima a Alba. Era como si cada segundo que pasaba cerca de ella avivara el fuego de mi resentimiento. Una parte de mí la odiaba, la despreciaba por todo el dolor que me había causado. Pero, al mismo tiempo, una fuerza visceral me empujaba a desearla con una intensidad que no podía controlar. Quería encerrarla, tenerla solo para mí y hacerle el amor desenfrenadamente, como si eso pudiera exorcizar los demonios que había dejado en mi alma. Mis pensamientos fueron interrumpidos bruscamente cuando mis hijas, Vera y Emma, llegaron corriendo hacia mí, visiblemente preocupadas. —Papá, no encontramos a nuestra hermana Alba —dijo Vera, con la voz temblorosa. —¿Qué? —respondí, sintiendo una punzada de alarma en el pecho—. ¿Dónde la vieron por última vez? —Estaba en el
Alba Estaba muy asustada, amarrada en una cama. Brad había dormido conmigo, diciéndome que todo estaría bien, que me amaba y que huiríamos juntos. Yo no dejaba de preguntarle dónde estaba mi madrina y qué era lo que había pasado. Su respuesta siempre era la misma: una promesa vacía de que todo se arreglaría. La siguiente mañana llegó. La luz del día entraba por las pequeñas ventanas, pero no traía consigo ninguna esperanza. Estaba exhausta, con el cuerpo dolorido y la mente embotada por el miedo y la desesperación. Brad se acercó a mí, con una sonrisa que en otros tiempos me habría parecido encantadora, pero que ahora solo me llenaba de repulsión. —Brad, por favor, déjame ir —le supliqué, mi voz quebrándose—. ¿Qué te he hecho para merecer esto? Déjame volver con mi familia. Brad ignoró mis palabras, como si no las hubiera escuchado. Se sentó en el borde de la cama, acariciando mi rostro con una suavidad que solo incrementaba mi terror. —Alba, todo lo que hago, lo hago por nos
Alba Miller Cuando desperté, la confusión me envolvía como una niebla espesa. La noche anterior había sido una pesadilla: el secuestro, el miedo paralizante, y luego Alexis, mi salvador, disparando a Brad para rescatarme. Apenas recordaba la forma en que Brad se desplomó, la sangre, el caos. Todo era un borrón borroso en mi mente. Parpadeé varias veces, tratando de enfocarme. Mis ojos finalmente se adaptaron a la luz tenue de la habitación y vi a mi tío Diego sentado a mi lado. Su rostro estaba surcado por líneas de preocupación, y su mirada reflejaba el miedo y el alivio de verme despertar. —Tío Diego... —murmuré, mi voz apenas un susurro. Él se inclinó hacia mí, tomando mi mano con suavidad. —Alba, gracias a Dios estás despierta —dijo con un tono que intentaba ser calmado, pero no podía ocultar la agitación en su voz. —¿Qué... qué pasó? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Necesitaba oírlo, necesitaba que alguien más confirmara que no había sido solo una horrible pesa
Alexis Santillan Me encontraba en medio de una noche inquieta, con la preocupación por Alba pesando en mi mente como una losa. Mis pasos eran silenciosos mientras me acercaba a su habitación, una necesidad urgente de asegurarme de que todo estuviera bien. Al abrir la puerta entreabierta, la vi allí, dormida bajo la débil luz de la lámpara de noche. Su rostro, bañado en sombras suaves, revelaba una serenidad que aliviaba mi angustia momentáneamente. Su cabello negro caía en cascada sobre la almohada, sus labios entreabiertos parecían susurrar sueños y sus ojos, apenas visibles entre pestañas largas, tenían ese tono de aceituna que siempre me había fascinado. Las pecas dispersas sobre su piel clara eran pequeños destellos de imperfección perfecta. No me contuve y deposite un beso pequeño en sus labios. Salí de mis pensamientos cuando mi hija Vera se acercó. —¿Que haces aquí, papá?— Pregunta ella. — Estaba preocupado por Alba —le respondí en voz baja a Vera, sin apartar la