SamanthaMi mente da vueltas, intentando asimilar lo imposible. Cristal y Harry... ¿primos? Es algo que jamás habría imaginado. Podría pensar en cualquier otra posibilidad, pero nunca que fueran familia.—Por favor, Harry, entiéndeme... No puedo —suplica Cristal, al borde del llanto, aunque lucha desesperadamente por contenerse.—¿Por qué no puedes? Y no me vengas con la excusa de que lo amas o algo así, porque no te creo nada —responde él, cruzándose de brazos, con un tono cada vez más molesto, cargado de incredulidad.—Tengo mis razones, Harry. Me prometiste que no se lo dirías a nadie. Espero que cumplas, por favor... No puedes hacerlo —insiste Cristal, su voz quebrada por la desesperación evidente.—Ya no sé si seguir guardando ese secreto. Ese hombre no me da buena espina. Además, es casado, con hijos. ¿Cómo puedes meterte con un hombre casado? —la recrimina con dureza, su voz cargada de rabia y decepción.Cristal agacha la cabeza, visiblemente avergonzada, pero luego la levanta,
SamanthaTodavía no puedo asimilar la noticia que nos dio Rebeca: la abuela Regina no puede tener esa horrible enfermedad. Me niego a creerlo. Esa palabra, "cáncer", me retumba en la cabeza como un eco maldito que no quiere apagarse.Rossy y yo estamos en la habitación con Alex. Ella no ha dejado de llorar, con el rostro escondido entre las manos, los hombros temblando por la angustia. Es completamente comprensible. Enterarte de que alguien a quien amas tiene los días contados es devastador.Trato de mantener la compostura, pero siento el nudo en la garganta apretándose cada vez más. La habitación está sumida en un silencio incómodo, roto solo por los sollozos de Alex.—Esto no puede estar pasando —dice Alex entre lágrimas—. Ella siempre ha sido fuerte. Nunca se ha enfermado de nada grave. ¿Por qué ahora? ¿Por qué ella? Ella es buena.Rossy se acerca a ella y le toma las manos, aunque sus propios ojos están vidriosos.—No lo sé, Alex, pero... tenemos que ser fuertes por ella. No podem
SamanthaUna semana después….Estos días he estado con Alex y Rossy, pasándolos junto a la abuela. Ella dice que lo hacemos por su condición, que no quiere que la veamos así, que no quiere dar lástima. A pesar de que intentamos explicarle una y otra vez que no es así, ella no nos cree. Alex ha pedido perdón mil veces por no haber estado a su lado estos años, por haberla abandonado.La abuela trata de hacerse la fuerte, pero una noche, pasé por su habitación y la escuché llorar. Me partió el alma. No pude resistir, salí de la casa y lloré hasta que ya no me salían más lágrimas. No le mencioné nada a Alex porque sé que eso la haría sentirse peor.Ahora estamos discutiendo porque ella quiere que me vaya, que tengo que darle compañía a Cristian. Pero yo siento que mi lugar está aquí, con ella, apoyándola. Estos días no he ido a la casa de Cristian, ha sido él quien ha venido a visitarme.—A ver, ¿por qué no quieres que me quede? —le pregunto.—¡Qué terca eres, mujer! Entiendo que quieras
SamanthaAbro los ojos, sin saber cuánto tiempo ha pasado. El frío del suelo se ha filtrado en mis huesos, pero no me atrevo a moverme. Todo regresa a mi mente como una bofetada: el roce repulsivo de Arturo, su presencia oscura invadiendo mi paz. Mi cuerpo comienza a temblar de forma incontrolable. El miedo se aferra a mí como un parásito imposible de arrancar.El sonido de la puerta abriéndose me sobresalta, y el terror me consume. ¿Ha vuelto? ¿Arturo regresó? Mi respiración se corta mientras las manos me tiemblan.Pero entonces veo a Cristian entrar, su rostro iluminado con una sonrisa que pronto desaparece al encontrarme tirada en el suelo. Su expresión cambia rápidamente a una mezcla de alarma y angustia.—¡Mi reina! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás así? ¿Estás bien? —Su voz se quiebra con preocupación.Antes de que pueda decir algo, me lanzo sobre él, aferrándome como si mi vida dependiera de ello. Lo abrazo con desesperación, buscando refugio en su calor, en su presencia firme. La
SamanthaQuizás debería regresar. Tal vez estoy exagerando, actuando como una inmadura. Pero no me importa. Estoy harta. Alguien tiene que poner en su lugar a esa estúpida de Cristal.Ya le dejé claro que me dejé en paz, pero no entiende. Sigue con su mierda como si nada. ¿Qué tendrá en ese diminuto cerebro suyo? ¿Mierda? Sí, eso sería la única explicación lógica para las estupideces que hace y dice.Tiro un grito de rabia y frustración, golpeando el volante sin control. Mis manos tiemblan mientras descargan la ira que me quema por dentro. Estoy demasiado molesta y creo que voy a cometer una locura.El camino se desvanece bajo las ruedas mientras piso el acelerador sin piedad. Ya estoy llegando a su casa. No me tomo la molestia de estacionar bien; apenas apago el motor y me bajo rápidamente.Camino con pasos firmes hasta la puerta, pero está cerrada con seguro. Mis nudillos golpean la madera con fuerza, una y otra vez, desesperada.—¡Cristal, sal ahora, estúpida! —grito con rabia. Mi
SamanthaDebería sentirme mejor después de lo que acabo de hacer. He puesto en su lugar a Cristal, le he dejado claro que no quiero verla ni a ella ni a su amante cerca de mí. Pero la verdad… no me siento mejor. Ni un poco.En este momento, lo único que siento es lástima. Algo que no debería estar pasando. Algo que me molesta sentir. Su actitud me desconcierta. Debería defenderse, gritarme, escupirme en la cara si quisiera, llamarme de todas las formas ofensivas que le encanta usar contra mí. Pero no lo hace. ¿Por qué demonios no lo hace?Gregorio se acerca rápidamente y la ayuda a levantarse. Ella se aferra a él, lo abraza con fuerza mientras llora, y él la consuela como si nada más importara en este mundo. Y yo… siento un nudo en la garganta.Envidia. Eso es lo que siento. No por algo material, sino porque Cristal tiene algo que yo nunca tuve. Un padre. Uno que la protege, que la defiende, que la abraza cuando llora. Yo no tuve a nadie. Nadie que me ayudara cuando me caía, que me le
SamanthaMi cabeza va a estallar. El dolor es insoportable, como si un martillo golpeara mi cráneo sin piedad. Juro que no vuelvo a beber. Nunca más. Abro los ojos con esfuerzo y miro a mi lado. Cristian no está. Suspiro pesadamente y me incorporo con dificultad, llevándome las manos a la cabeza. Necesito un calmante urgente… Siento que voy a morir. Literalmente.Con el cuerpo aún pesado, arrastro los pies hasta el baño. Abro el botiquín con la esperanza de encontrar algo que me alivie, pero está vacío. ¿Dónde demonios están los medicamentos? Maldición. Ahora tendré que ir al otro baño a buscar.Camino con torpeza, sintiendo cada paso como un castigo divino. ¿Por qué bebí tanto? En el fondo, lo sé. Era eso o enloquecer. Arturo jodiéndome la existencia, Cristal metiéndose en donde no la llaman, lo de la abuela… Todo se me vino encima como una avalancha. Y yo, en vez de enfrentarme a todo, terminé ahogándolo en alcohol.Cuando por fin encuentro la pastilla y me la trago con un poco de a
SamanthaUn susurro en mi oído me hace abrir los ojos. Parpadeo lentamente y lo primero que veo son los hermosos ojos de Cristian observándome con una sonrisa pícara.—Es hora de despertar, dormilona —murmura con voz ronca, mientras acaricia mi mejilla con ternura.Somnolienta, niego con la cabeza y entierro la cara en la almohada. Él no se rinde y vuelve a asentir, como si así pudiera convencerme. Yo, fiel a mis principios de pereza extrema, niego con más fuerza.—Si no lo haces… pues no tendrás otra dosis de amor como anoche —advierte con una sonrisa traviesa.Me congelo. ¿Qué acaba de decir este descarado?Levanto la cabeza de golpe y lo miro con los ojos entrecerrados. Cristian me devuelve la mirada con una expresión de reto, con los brazos cruzados y una ceja arqueada, como si realmente fuera capaz de cumplir semejante amenaza.—¿Serías capaz? —pregunto, escandalizada.—Es posible… —responde, encogiéndose de hombros con una indiferencia que no le creo ni un segundo.—¡Eso es crue