SamanthaEsto es el colmo. Hace un rato veníamos tan bien: Cristian y yo íbamos agarrados de las manos, riéndonos de los chistes malos de Will, cantando a todo pulmón cualquier cosa que sonara en la radio. Era como si viajáramos en un circo ambulante. Pero ahora... ahora esto parece un funeral. Literal. Todos vamos en silencio, como si alguien se hubiera muerto, y la incomodidad es casi palpable en el aire.Finalmente, llegamos a la playa. Will estaciona la camioneta con cuidado, pero yo soy la primera en bajar. Necesito caminar, tomar aire fresco, y, sinceramente, poner algo de distancia entre Cristian y yo antes de decir algo de lo que pueda arrepentirme. Por suerte, nadie me sigue. Agradezco que respeten mi espacio, porque ahora mismo no quiero hablar con nadie.Camino por la arena, sintiendo cómo se hunden mis pies descalzos en ese calor agradable que emana del suelo. Cristian es un tonto, eso está claro. Vinimos aquí para disfrutar, para relajarnos y divertirnos, pero él está arr
Samantha. Al girarme, ahí está: un muchacho joven, que no parece el típico idiota que haría algo así. Se ve de mi edad, y su expresión mezcla sorpresa y nerviosismo.No puedo creer el descaro.—Hola, tienes un lindo trasero… —empieza a decir, pero no lo dejo terminar. Mi mano vuela directo a su nariz con toda mi fuerza.Escucho a varias personas acercarse, murmurando sorprendidas. Antes de que pueda reaccionar, aparece Cristian. No sé en qué momento llegó, pero lo veo abalanzarse sobre el tipo y comenzar a golpearlo con furia.—¡Cristian, basta! —grito, pero mi voz se pierde en el caos.De pronto, otros chicos se meten en la pelea, lanzándose sobre Cristian. Williams y Jonathan no tardan en unirse, defendiendo a Cristian como si esto fuera un duelo de honor. En cuestión de segundos, la situación se transforma en un auténtico ring de pelea.—¡Deténganse! —grito desesperada, pero parece que nadie me escucha.Las chicas y yo intentamos separarlos, pero es inútil. En ese momento, veo a l
Samantha. En este momento, desearía que la tierra me tragase o, al menos, que algún milagro me diera la fuerza suficiente para no abofetear a Marcos por ser tan imprudente.Cristian aprieta mi mano con más fuerza de la que me gustaría. Me siento nerviosa, y mi estómago se retuerce al notar su tensión. Por favor, que no pase nada... que no pase nada. Lo miro y su expresión está peor que antes. Hay algo más que enojo en sus ojos: veo desilusión, incluso algo de dolor. Mi corazón se oprime al sentir esa mirada, y una culpa punzante comienza a carcomerme.—¿Nos vemos? —repite Cristian con voz baja y peligrosa, dando un paso hacia Marcos. Ese tono no es una pregunta; es una advertencia que incluso a mí me pone los pelos de punta.—Sí, quedamos en tomar algo. Como no me contestó, aprovecho ahora para preguntarle —responde Marcos, con una tranquilidad absurda, como si no sintiera la bomba que está a punto de explotar frente a él.Le hago señas a Marcos para que ¡por favor! deje de hablar, p
SamanthaLorenza me mira expectante, esperando a que diga algo. Yo, por mi parte, estoy muda, incapaz de procesar su pregunta. ¿De verdad dijo eso? Salió demasiado directa, y ella no suele ser así.Estoy a punto de responder, pero justo en ese momento aparece Marcos, interrumpiendo la conversación en el mejor momento posible.—Sam, te traje esto para que estés más cómoda —dice mientras se acerca con algo de ropa en las manos. Sin embargo, se detiene en seco al notar la presencia de Lorenza.—¿Le vas a dar de mi ropa? —le dice ella, con una sonrisa burlona que rompe la tensión del momento.—Es solo un préstamo —responde él, extendiéndome la ropa.—No es necesario, estoy en la playa —respondo, intentando rechazar la oferta.—Acéptala, ¿no ves que él quiere que te la pongas? Ya que estás demasiado sensual, y seguro que no puede evitar mirar semejante monumento de mujer que eres —dice Lorenza, soltando una risita traviesa.—Te estás pasando, Lorenza. Cállate —espetó Marcos, molesto.—¿Qué
SamanthaQué cosas de la vida... De todas las mujeres que existen en este planeta, tenía que ser ella la que estuviera junto a él. ¿Pero qué hacen juntos? ¿Desde cuándo se conocen? La rabia y los celos nublan mi mente; es imposible pensar con claridad en este momento. Lo mejor será irme, no puedo soportar un segundo más aquí viéndolos juntos.Empiezo a caminar rápido, ignorando el dolor punzante en mi pie. Cada paso duele como el demonio, pero no me importa. Lo único que quiero es alejarme lo más posible. Escucho voces llamándome, pero las ignoro, mi determinación es más fuerte.De repente, ella aparece frente a mí, bloqueándome el paso. Antes de que pueda esquivarla, siento las manos de Cristian tomándome por los brazos y acercándome a él con firmeza. Forcejeo, intento zafarme de su agarre, pero no lo consigo.—Cristian, suéltame. Quiero irme. ¡Déjame! —espeto molesta, moviéndome con fuerza contra sus manos.—No lo haré. —Su voz es baja, pero cargada de una mezcla de autoridad y súpl
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue