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SOBERBIA.Mientras tanto, Zade se encontraba en la manada de Lorenzo, su viejo amigo lo miraba preocupado mientras pensaba en una solución. La tensión era palpable en el ambiente, un aire espeso que predecía la tormenta que se avecinaba.—¿Quieres que vaya y hable con él? —le dijo Lorenzo, intentando ofrecer una salida pacífica al conflicto.Zade negó de inmediato, con la determinación marcada en su rostro.—No, no hace falta. Tengo que resolver esto solo, Lorenzo. No puedo dejar que tú me ayudes en cada cosa, no, este es mi deber, ahora soy un Alfa y tengo que solucionarlo yo.Lorenzo respiró hondo, su frustración, creciendo ante la obstinación de su amigo.—No soy cualquiera, Zade. Soy tu amigo. ¿Qué tiene de malo?—¿Qué tiene de malo? —repitió Zade con un gruñido—. Que voy a quedar como un débil, un idiota. No, eso no va a pasar.Lorenzo rodó los ojos y miró a su amigo con una mezcla de exasperación y preocupación.—Está bien, entonces ¿cómo piensas solucionarlo?—Le he dado dos día
UNA LUNA TERRITORIAL. La sombra de la noche comenzaba a teñir el cielo cuando Zade regresó a su manada, el corazón pesado por el recuerdo de su encuentro con Lorenzo. El fresco aire del bosque no lograba aliviar la carga de sus pensamientos. Había palabras que, una vez dichas, se convertían en flechas lanzadas: imposibles de recuperar y siempre destinadas a herir. Sus propias palabras habían sido así con Lorenzo, y ahora, el remordimiento le mordía el alma. Suspiró profundamente, su aliento formando una nube en el aire frío. Se prometió que se disculparía con Lorenzo. Recordó el consejo que le había dado: siempre hacer lo posible por evitar un enfrentamiento. Zade reflexionó sobre esta posibilidad; en el fondo, tampoco quería más guerras. Pero como Alfa, no podía permitir ser desafiado. Estaba sumido en estas cavilaciones cuando percibió la rápida aproximación de uno de los suyos. El joven Delta de la manada, corría hacia él, se transformó en su forma humana antes de detenerse frent
EN BÚSQUEDA DE RESPUESTAS. Zade se detuvo ante la puerta, su respiración era entrecortada por la mezcla de emociones que lo asaltaban. La cerradura dorada brillaba con un fulgor que parecía burlarse de su indecisión. El metal frío de la llave pesaba en su mano como si fuera el mismo destino, llamándolo a enfrentar los fantasmas del pasado. Había soñado con su madre y en su sueño ella sufría una y otra vez en manos de ese lobo al cual no podía verle el rostro. Es por eso que esa mañana tomó la difícil decisión de entrar en la habitación del antiguo Alfa, su padre. Sin embargo, no era fácil. Con un temblor apenas perceptible en sus dedos, introdujo la llave y giró. Un clic sutil rompió el silencio, y la puerta cedió. Zade empujó lentamente, el crujido de las bisagras resonó en sus oídos como un preludio a las respuestas que tanto había anhelado. La habitación estaba sumida en penumbras, solo un rayo de luz se colaba por una ventana alta, iluminando partículas de polvo que danzaban en e
¿AMAR U ODIAR? Cuando la última palabra del diario fue absorbida por sus ojos, una lágrima solitaria cayó, oscureciendo la tinta en el papel amarillento. Zade cerró el diario con un movimiento suave, pero firme, y el dolor que había estado conteniendo se desató en una oleada, mezclándose con una determinación férrea que parecía emanar de su mismo ser. —No más —susurró para sí mismo, con una voz que era una mezcla de lamento y promesa. Se levantó y regresó a la caja fuerte, sus dedos temblorosos, pero expertos buscaron más allá de los pergaminos y documentos antiguos, hasta que sus ojos se posaron en un objeto que parecía absorber la poca luz de la habitación. Era un anillo de cobre envejecido, adornado con el escudo de la manada Snow y marcado con una inicial: la letra F. —¿F de Fausto? —murmuró el Alfa, la mención del nombre avivó, las llamas de su ira. Al tomar el anillo, la impotencia y la rabia se apoderaron de él completamente. Con el diario y el anillo apretados en su puño,
DÍA DE EXPLORADORES. ―Zade… ―He estado deseando probarte desde la cena ―el Alfa gruño, mientras envolvía en un puño el cabello de Luna y la besaba sus labios ―No esperaré más. La dejó caer sobre la cama y luego se metió entre sus piernas, separó sus muslos y se adentro entre ellos. Los sonidos de placer de Luna llenaron la habitación, haciendo que el lobo perdiera el control, en especial esa noche. Su lengua se arrastró lentamente a través de sus húmedos pliegues, y el gemido ahogado de su compañera hizo que su pene goteara. Zade gruño en respuesta y envolvió sus labios en su clítoris hinchado y chupo mientras giraba su lengua. Su mano libre abrió el botón de sus pantalones y liberó su erección. Se acarició lentamente mientras su lengua jugaba con el coño de su mujer. ―Diosa, Zade… El lamento de Luna fue música para sus oídos, lamió más rápido y más fuerte; levantando su mano para hundir dos dedos dentro de ella. Luna comenzó a temblar y a estremecerse, deshaciéndose frente a él
UN TRAIDOR EN LA MANADA. Zade, Luna y Desmond apenas habían llegado a la manada, cuando su Beta los abordó nervioso. El aire en el bosque se había tornado denso, cargado de una tensión que presagiaba malas noticias. ―Alfa, ¡es importante! ―exclamó el Beta, su voz temblorosa, pero urgente ―¿Qué pasa? ―preguntó Zade con firmeza, su instinto protector se activaba ante la ansiedad palpable de su subordinado. ―La manada… está enfermando ―la voz del Beta se quebró como una rama bajo el peso de la preocupación. ―¡¿Qué?! Zade sintió cómo el corazón se aceleraba, un temor frío recorría su espina dorsal. Sin perder un segundo, Zade le entregó a Desmond a Luna y se fue con el Beta, dejando atrás una estela de inquietud. Luna, nerviosa por la situación, corrió al castillo con su hijo. Apenas llegó, le ordenó al ama de llaves que cuidara de él. ―No dejes que salga por ningún motivo, ¿de acuerdo? ―dijo Luna, su voz tratando de ocultar el pánico que sentía. ―Sí, señora ―asintió nerviosa la lob
CARTA A LA MANADA SNOW. El estudio estaba impregnado de la pesada atmósfera de preocupación y desesperación que Zade había estado cargando desde que la enfermedad se había esparcido entre los lobos. Luna, con el libro firmemente sujeto contra su pecho, llamó a la puerta y se acercó a su compañero que sabía que la necesitaba. ―Amor ―dijo ella con voz suave. Zade levantó la cabeza de entre sus manos y le dio una sonrisa, ―¿cómo está Desmond? ―pregunto Zade sin poder ocultar el agotamiento que se filtraba en su tono. Su mirada, normalmente tan penetrante y llena de vida, ahora parecía empañada por la carga de su liderazgo ―Dormido ―respondió Luna. Luna se acercó a él, dejando el libro sobre el escritorio antes de sentarse en su regazo. Era un gesto íntimo y familiar, un recordatorio silencioso de la vida que compartían más allá de las crisis. Zade inhaló profundamente, y aunque el peso del mundo parecía descansar sobre sus hombros, el aroma de Luna lo reconfortaba, le recordaba que
ESPERANDO A SU PRESA. La risa de Luna aún vibraba en el aire, una melodía contagiosa que llenaba la habitación con su espíritu libre e indomable. Zade, sin embargo, se mantenía firme, casi una estatua de frustración y orgullo herido, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus labios fruncidos en una mueca que no podía ocultar su malestar. ―¿Te parece gracioso, Luna? ―preguntó, su voz, un intento fallido de ser severo. Luna hizo una pausa, su risa, disminuyendo a una serie de pequeñas y encantadoras carcajadas mientras asentía con la cabeza. ―Es que… es que tu cara es un poema, mi amor ―dijo, luchando por hablar entre risitas. ―Si te vieras ahora mismo… ―¡Sí, disfruta! Ahora quedé como un idiota delante de tu amigo. ―Bueno, nadie te mandó a ir de troglodita a hacerle una escena ―respondió ella con suavidad, su risa desvaneciéndose en una sonrisa comprensiva. ―Solo estaba defendiendo lo que es mío. No me gusta que te toquen. Luna ladeó la cabeza, observando a Zade con ojos que