¡Harold se sintió como si estuviera a punto de derrumbarse al oír estas palabras!

Cuando vio que los guardaespaldas de Donald se adelantaban y se precipitaban hacia él, se asustó tanto que inconscientemente dio unos pasos hacia atrás y gritó: "Sr. Webb, ¡¿qué está haciendo?! ¡Nosotros... lo hacíamos por usted! Está bien si no aprecia lo que hemos hecho por usted, pero ¿¿por qué quiere romperme los dos brazos?!".

Donald estalló de ira y dijo: "¡Si te atreves a decir que lo hacías por mí otra vez, te romperé también las dos piernas!".

Harold estaba horrorizado. Antes de que pudiera huir, ya había sido presionado firmemente contra el suelo por unos cuantos guardaespaldas altos y musculosos.

Los guardaespaldas de Donald no eran hombres buenos, y como su jefe ya había dado su orden, no dudarían para nada.

Por lo tanto, tan pronto como Harold fue empujado al suelo, uno de los guardaespaldas recogió un ladrillo del suelo y lo golpeó contra el hombro de Harold.

Harold gritó de dolor, per