Perla.Estuvimos en la fiesta solo un rato, ya que Leonor tuvo que irse a su casa y yo decidí irme a mi habitación para mirar algunas cosas que Leonor me dejó.Leonor me habló de casi todos los invitados qué estaban en la fiesta y los negocios qué tienen en conjunto con el señor Greco, además de conocer a algunos de ellos.Mirando la laptop—qué le pertenece a Leonor—, escucho dos toques a la puerta.—¡Adelante! —vocifero desde mi lugar.La puerta se abre de inmediato y veo entrar a Lidia y Angela, con sonrisa traviesas en el rostro. Están usando sus pijamas, lo que indica que ya están en su hora no laboral.—¡Hola, señorita Perla! —saluda Angela quien se sienta a mi lado.—Tu me debes una explicación, mujer —expresa Lidia—. Cómo es posible que hayas llegado con un traje de camarera y de pronto te desapareciste y regresaste con un traje muy llamativo, como toda una señora del círculo Greco.—La verdad si te viste así —dice Angela con una sonrisa y asintiendo.—¿En serio? —cierro la tap
Perla —¡Vamos a comprar ropa nueva! —dice Leonor con emoción mientras que enciende su auto—. Yo también me voy a desahogar —se coloca unos anteojos oscuros. —Me parece genial, Leo —miro por el reflejo del retrovisor la camioneta negra que ha empezado a seguirnos. Los escoltas qué deben vigilarme. Eso no hay que olvidarlo. —Hace tiempo que no renuevo mi armario —dice ella quien luego me entrega unos anteojos oscuros—. Para que los uses. Agarro los anteojos y me los coloco —¿Iremos nuevamente para la tienda de tu hermano? —Sí, pero primero vamos a ir al centro comercial —informa mientras conduce—. Tus lentes se ven bien —dice con una sonrisa y concentrada en el camino. —Gracias —respondo y miro mi reflejo en el espejo. La verdad si se ven muy bien. —Vamos a colocar música de chicas —refiere Leonor, mientras mira la pantalla de su reproductor. De inmediato empieza a sonar una canción de Christina Aguilera, y Leonor no tarde en empezar a moverse mientras canta y sigue conducien
Perla Leonor me mira con curiosidad, sus ojos reflejaban una mezcla de interés y compasión. Vuelve a hablar. —¿De dónde eres realmente? —todavía me sigo haciendo la pregunta de cómo llegaste a las manos de Fabiano Greco. Tomé un respiro profundo, preparándome para abrir una parte de mi vida que rara vez comparto. —Soy de Seattle —comienzo a decir, sintiendo cómo las palabras se deslizaban lentamente—. Nunca conocí a mi padre. Mi madre… bueno, ella nunca me quiso. Siempre estaba ocupada con sus propios problemas, y yo era más una carga que una hija para ella. La verdad nunca me ha querido. Leonor levanta las cejas y asiente, sus ojos nunca apartándose de los míos. Me hace sentir una extraña mezcla de alivio y tristeza al continuar. —La única persona que realmente me cuidaba era mi abuela. Ella era mi todo, mi refugio. Pero… —mi voz se quiebra un poco—, ella murió hace unos años. Desde entonces, he estado sola. El silencio que sigue es pesado, pero también liberador. Había com
Perla Casi me ahogo con mi propia saliva. Vuelvo a tragar y tomo un sorbo de capuchino para pasar la locura, que Leonor acaba de insinuar. Niego con rapidez. —No, no. Estás equivocada —le sonrío—. Es que es de ni siquiera pensarlo. —¿Quién conoce más a Fabiano Greco entre tú y yo? —levanta una ceja, agarra helado y come lentamente, sin despegar sus ojos azules de mi persona. Con cuidado, dejo la tasa del capuchino sobre la mesa y la vuelvo a mirar. —Tú, por supuesto —le confirmo, por qué obviamente jamás podría decir que no a eso. Traga suave y se acomoda en la silla. —Mira —entrelaza las manos, mirándome con atención—. La regla de ellos es quitarse de encima la piedra del zapato. Tú, eras la piedra en el zapato de Fabiano al presenciar lo que viste —explica—. Quizás no has comprendido con qué clase de hombre estás tratando, pero tanto Fabiano como cada uno de los hombres y mujeres que viste el día de ayer, resuelven todo con la muerte, Perla. Así funciona todo con ellos
Perla Cuando llego a la villa, el aire se encuentra cargado de una tensión que no puedo ignorar. El chofer, un hombre de rostro serio y mirada impenetrable, me abre la puerta de la camioneta. Llegué sola, por qué Leonor se fue en su auto a su casa. —Gracias —le sonrío. —El señor Fabiano la necesita en su despacho. Dice que es urgente —avisa con voz firme, sin mirarme a los ojos. —He… Sí, está bien. Ya vuelvo por las bolsas —le aviso. —No se preocupe, señorita Perla. Las llevaré por usted. Extrañada lo miro. —Está bien, gracias —con una afirmación, sigo adelante para entrar a la casa por la puerta principal. Mi corazón empieza a latir con fuerza mientras camino por los pasillos adornados con lujosos tapices y obras de arte. Cada paso resuena en la silenciosa opresiva villa Greco, y no puedo evitar sentirme como una prisionera en un palacio dorado. ¿Qué necesita Fabiano de mí esta vez?, ¿he hecho algo malo? La incertidumbre me carcome, a cada paso que doy. Al llegar a la
Perla Despierto debido a la alarma de mi teléfono, sin abrir los ojos, estiro la mano y agarro el teléfono para desactivarla, luego enciendo la luz de la habitación y abro los ojos, para encontrarme con el techo blanco, seguido, un estornudo. Me siento en la cama y enseguida veo la habitación repleta de bolsas de compras y ramos de flores. Me di el tiempo de leer todas las notas y hasta leí en varias, propuestas de matrimonio, ¿no es una locura? Lo más loco es que la mayoría de los hombres que asistieron a esa fiesta enviaron flores; soltero, con y sin esposas, aunque solo excluyo a los amigos de mi jefe y por supuesto, a mi jefe. Me estiro perezosamente, sintiendo el suave crujido de los huesos de mi cuerpo. Al girar la cabeza, veo mi teléfono y lo agarro para desbloquearlo y mirar la pantalla, revelando la hora: las seis en punto. —¡Ay, no! —pronuncio, recordando de inmediato la salida al club con Angela y Lidia. Me incorporo rápidamente, apartando las bolsas que hay sobre el
Perla Salgo del despacho de Fabiano con una mezcla de emociones y pensamientos, por supuesto, disgustada por lo que ha decidido Fabiano por mí, deseando que se acabe lo más rápido posible el mes. Mientras avanzo mis tacones resuenan en el suelo de mármol, creando un eco que parece acompañar mis pensamientos, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a la conversación que acabábamos de tener. Me trata como si yo fuera de su propiedad, como si no tuviera derecho a tomar mis propias decisiones, sé que estoy bajo vigilancia y en periodo de prueba, pero no a ese punto. Le juré que jamás diría algo. Y lo digo en serio, a pesar de saber quién es, estoy dispuesta a quedarme trabajando para él. Al llegar a la puerta de mi habitación, extiendo la mano para abrirla, pero me detengo al ver a Angela salir de su habitación. Su sonrisa amplia y sus ojos, se posan en mí con una mezcla de sorpresa y admiración. —Perla, te ves hermosa con ese vestido rojo —dice, su voz suave y sincera—. ¡Guau, qué
FabianoLa luz tenue de las lámparas colgantes apenas ilumina la sala de juegos, donde el humo de los cigarrillos forma una niebla espesa que flota alrededor de la mesa de billar. Mis amigos y yo estábamos sumidos en una conversación acalorada entre diversos temas sobre nuestros negocios y otros asuntos tribales. Las risas de vez en cuándo son fuertes, y los vasos de whisky se llenan una y otra vez. Es una noche más en nuestra rutina de todos los domingos, pero mi mente está en otro lugar, por más que quiero solo sumergirme en la conversación con mis amigos. Mientras hablamos de nuestros últimos movimientos y discutíamos estrategias, no puedo dejar de pensar en Perla. En la Perla, con su cabello negro como la noche y esa sonrisa que puede desarmar al más duro de los hombres. Esta noche y todas que vendrán será para mi imposible de no recordarla, usando ese vestido rojo, revelador y hermoso, que acentúa cada curva de su cuerpo. Ahora es imposible sacarla de mi mente.En verdad se veía