CAPÍTULO 3: UN DESCUBRIMIENTO HORRIBLE

CAPÍTULO 3: UN DESCUBRIMIENTO HORRIBLE

6 meses después…

Hay días peores que otros, pero hoy es uno de esos días en que todo lo que sucedió hace seis meses regresa a mí como si hubiera sido ayer.

Un día como hoy murió mi padre, y es el mismo tiempo que llevo siendo una mujer inválida. Al principio había albergado la esperanza de poder recuperar mi movilidad. Pensé que si me esforzaba podría caminar de nuevo, pero esas esperanzas murieron. Los médicos aseguran sin atisbo de duda que no podré caminar nunca más.

Cada día que pasa me siento más débil, agotada, con sueño y casi sin energías, pero sigo viviendo por la pura voluntad de liberarme de la culpa.

Sé que mi padre murió por mi culpa, si esa noche no hubiésemos discutido, si tan solo lo hubiera escuchado… ahora estaría conmigo y yo no estaría en esta situación.

—Señora. —La mucama llama mi atención.

Me giro con la silla para mirarla.

—Sí, dime.

—Le han enviado esto.

Ella me entrega el paquete envuelto en un bonito y sencillo papel marrón, atado con una cuerda rústica. Desde que tuve el accidente constantemente he estado recibiendo regalos. Al principio creí que los hacía Ethan, mi estúpida mente quiso creer que era su manera de disculparse por lo mal que me había tratado, pero pronto me di cuenta de que no era él.

No tengo idea de quién los envía porque no hay remitente, no vienen acompañados de ningún mensaje, solo son libros, a veces alguna película o serie, postales, flores y dulces. Quien sea que lo hace tal vez no tiene idea de lo bien que me hace sentir. Al menos alguien se acuerda de que existo.

Abro el empaque con cuidado de no romperlo. Esta vez se trata de un libro. Una historia de amor, al parecer.

—Gracias —susurro al viento abrazando el libro contra mi pecho.

Paso la tarde leyendo, hasta que escucho risas y pasos en el living. Como todos los días, Lilian viene a verme, ella es la única que se ha preocupado por mí, porque Ethan… él solo finge ante los demás, ante nuestros amigos o gente de la empresa; ante su padre, antes de que sufriera aquel ACV.

Sé que debería decirle algo a alguien, pero me lo he soportado callada por la empresa de mi padre. Se supone que nos habíamos casado para unir los dos imperios, pero ahora que estoy en silla de ruedas él es quien controla todo.

Aun así, me he encargado de hacer mis propias averiguaciones, y he descubierto cosas preocupantes. Cosas que ya no puedo seguir pasando por alto.

Me acerco al living y noto a Lilian entrando del brazo con mi esposo. Al verme se separan.

—¡Sophie! ¿Cómo te sientes hoy? —saluda con amabilidad.

—Igual que todos los días —respondo sin muchos ánimos.

—Fui a ver a tu padre en el cementerio, le dejé las flores como me pediste —informa.

Ethan suspira.

—Yo voy a tomar algo en la cocina mientras tú llevas a mi esposa arriba —le dice con seriedad.

Lilian asiente y enseguida manda a buscar a los sirvientes que me llevan a la habitación. Luego de dejarme con cuidado sobre la cama, ella comienza a preparar los medicamentos que debo tomar e inyectarme.

—Eres tan afortunada —dice de pronto—, a pesar de todo tienes un marido que se preocupa por ti.

Me río, pero con una ironía detrás. Ni siquiera mi madrastra tiene idea de lo cruel que es Ethan conmigo cuando ella no está.

—Gracias por cuidarme Lilian, realmente te has convertido como en una madre para mí.

Ella me sonríe.

—Toma, bebe esto.

Me entrega las pastillas, las paso con un vaso de agua. Justo antes de que me ponga la inyección recibe una llamada. Con una seña de sus manos sale de la habitación para poder hablar. Me quedo esperando que regrese, pero el tiempo pasa y ella no lo hace.

Luego de un rato decido ir a buscarla. Acerco la silla a la cama y con mucho esfuerzo logro pasarme sola. Abro la puerta de mi cuarto y recorro el pasillo, pero si están abajo no podré llegar.

No obstante, escucho su risa proveniente del cuarto de mi esposo. La habitación matrimonial que compartimos por unos pocos meses. Me acerco con cuidado, pero, antes de llegar escucho unas palabras que me hielan la sangre.

—Esa tonta ingenua —se burla—. Se cree que realmente me preocupo por ella, ¿puedes imaginarlo? Una parásita que ni siquiera puede caminar, y yo, fingiendo ser su madre amorosa. ¡Qué patética!

Siento como si un puño invisible me golpeara en el estómago. Las palabras me dejan sin aliento. Debo estar escuchando mal, porque esto no puede ser verdad. La risa de Ethan secunda sus palabras.

—Pero se está convirtiendo en un problema, Lilian. Ya me contaron que ha empezado a hacer preguntas, meterse en asuntos de la empresa. No puede seguir así. Si descubre demasiado… —Su voz se apaga en una amenaza implícita.

Mi corazón se detiene por un segundo. Me acerco más, impulsada por una desesperada necesidad de confirmar lo que temo.

Me acerco al marco de la puerta y, con el corazón en la garganta, asomo la cabeza. La visión que me recibe me destroza: Lilian está recostada en la cama, desnuda, envuelta en los brazos de Ethan, su cabeza descansa sobre su pecho.

¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude confiar en ella?

Todo en mi interior se rompe al ver a la mujer que consideraba mi amiga, mi confidente, mi única familia, acostada con mi esposo. Quiero gritar, quiero llorar, pero el shock me deja sin palabras, sin aliento. Me quedo allí, paralizada, mientras ellos continúan hablando como si yo no existiera, como si mi vida fuera un juego para ellos.

—No te preocupes, cariño —dice Lilian—. Con las medicinas que le inyecto, se quedará en esa silla de ruedas para siempre. Es como mantener a un perro bien domesticado.

Ethan asiente, pero su expresión se oscurece.

—Eso está bien por ahora, pero no es suficiente. Si sigue interfiriendo, necesitaremos hacer algo más… definitivo. Debió haberse muerto en ese accidente, igual que su padre. Fue un desastre que sobreviviera.

Mis ojos se llenan de lágrimas, no de tristeza, sino de una ira ardiente. Ellos planearon el accidente, querían que muriera junto a mi padre. Y ahora, están discutiendo cómo acabar con lo poco que queda de mi vida. La rabia me da fuerzas, y antes de que pueda pensar, empujo la puerta con todas mis fuerzas, entrando en la habitación.

—¡Maldit0s! —grito.

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