Capítulo 6
Joaquín estaba atónito. "¿A los 16 años? "

En su círculo social, Luciana era respetada no solo por su belleza, sino porque desde pequeña había sido una estudiante sobresaliente, graduada de una universidad prestigiosa. Era la mujer más destacada de toda la alta sociedad de Nueva Celestia.

Por eso era digna de Mateo.

La belleza por sí sola no bastaba; la belleza combinada con educación era la verdadera carta ganadora. Cuanto más alta la clase social, más se valoraba la educación de una mujer.

La ligera admiración que Joaquín había sentido por Valentina se desvaneció, y su voz se llenó de desprecio:

—¿Realmente dejaste de estudiar a los 16?

Valentina miró a la orgullosa Luciana y sonrió serenamente:

—Sí, efectivamente dejé de estudiar a los 16.

—¡Qué coincidencia! —exclamó Joaquín con sarcasmo—. Mateo también "dejó de estudiar" a los 16, pero es que ya había conseguido dos maestrías de Harvard, ¡un logro histórico! Mientras que tú ni siquiera terminaste la preparatoria, ¡ja, ja!

La risa burlona de Joaquín resonó con fuerza.

Luciana mantenía su aire de superioridad.

Todos menospreciaban a Valentina.

Mateo permanecía de pie, alto e imponente, la luz del pasillo realzando sus rasgos aristocráticos mientras miraba a Valentina.

Durante estos tres años, Valentina había sido una simple ama de casa dedicada a él. Era normal que no tuviera títulos.

Pero Valentina, lejos de mostrarse avergonzada o intimidada, le devolvió la mirada con sus ojos cristalinos y brillantes, sonriendo con gracia:

—Sí, qué coincidencia.

Algo en esas palabras hizo que el corazón de Mateo se agitara inexplicablemente.

Notó que los ojos de Valentina eran realmente hermosos, llenos de vida y expresividad.

—¡Valentina! —Camila llegó corriendo y, al ver a Luciana, se enfureció—. ¿Estás molestando a Valentina otra vez?

—No la molestamos —respondió Luciana con arrogancia—. Solo queríamos ayudarla a encontrar trabajo.

—¿Ustedes? ¿Buscarle trabajo a Valentina?

—Sí, aunque no tenga estudios ni título, haremos lo posible por encontrarle algo digno.

Camila rio con ironía:

—¿Acaso saben quién es Valentina? Ella es...

—Camila, vámonos —la interrumpió Valentina, sujetándola del brazo.

Camila se contuvo, pero miró a Luciana como quien mira a un payaso:

—Ya te arrepentirás de tus palabras.

Se marcharon juntas.

—¡Qué actitud! —se indignó Joaquín—. ¿Cómo puede ser tan arrogante alguien que dejó la escuela a los 16? Yo me moriría de vergüenza.

Luciana permaneció tranquila. Nunca había considerado a Valentina digna de ser su rival.

Enojarse con Valentina sería rebajarse.

—Déjalo, Joaquín —sonrió—. La ignorancia da valor.

—Mateo, divórciate de ella cuanto antes. No está a tu altura.

El rostro de Mateo permaneció inexpresivo. Miró a Luciana:

—Vámonos.

—Sí —asintió ella.

Los tres salieron juntos.

Al salir del bar, una voz los detuvo:

—¡Señor Figueroa!

Era el director Sergio Sanz de la Universidad de Nueva Celestia.

—Director Sanz, ¿qué lo trae por Nueva Celestia? —preguntó Mateo.

Luciana sentía gran respeto por el director. Aunque siempre había sido una estudiante destacada, no había logrado entrar a esta prestigiosa universidad.

—Vine por un seminario —sonrió el director—. Qué casualidad, tu compañera también está en Nueva Celestia.

Mateo se detuvo:

—¿Mi compañera?

—Sí, la Universidad de Nueva Celestia tiene dos leyendas: tú eres la primera, y ella la segunda. Como tú, obtuvo dos títulos a los 16 años. Una genio brillante. Lamentablemente no coincidieron, ella se graduó algunos años después.

—¡Vaya! —exclamó Joaquín con curiosidad—. ¿Es tan brillante como Mateo?

El director sonrió mirando a Mateo:

—Están a la par.

Mateo arqueó una ceja. Nunca había conocido a una mujer que estuviera a su nivel.

Era la primera vez que Luciana oía hablar de esta compañera que igualaba a Mateo. No sentía rivalidad con Valentina, pero esta genio desconocida la perturbó instantáneamente.

¿Quién era?

El director sacó su teléfono:

—Te enviaré su WhatsApp. Está en Nueva Celestia; como su superior, podrías orientarla.

—De acuerdo.

Cuando el director se marchó, Joaquín insistió:

—¡Agrégala rápido! Quiero ver cómo es.

Mateo abrió WhatsApp.

El nombre era una simple letra: V.

El fondo, completamente blanco.

—¿Qué significa V?

Mateo no lo sabía. Envió la solicitud firmando como "Mateo Figueroa".

Aún esperaba confirmación.

—¡Cuando te acepte, preséntamela! —exclamó Joaquín emocionado—. ¡La admiro tanto!

Luciana, molesta por la atención que recibía esta desconocida, se alegró al ver llegar la limusina Rolls-Royce conducida por Fernando Herrera, el secretario privado de Mateo.

—Mateo, el coche está aquí.

—Adiós, Mateo, Luciana —se despidió Joaquín.

En el lujoso interior del Rolls-Royce, Fernando preguntó respetuosamente por el retrovisor:

—¿Adónde vamos, señor?

—A la oficina.

Luciana observó a Mateo. Las luces de neón de la ciudad se reflejaban en su rostro a través de la ventanilla, como una película en blanco y negro, aristocrático y misterioso.

—Mateo —dijo con amor en la mirada—, ¿qué pasó con Valentina? No te habrás fijado en ella ahora que está guapa...

Mateo la miró con indiferencia:

—Es mi esposa, sería normal que pasara algo. ¿No fuiste tú quien me la dejó?

Luciana sabía que seguía reprochándole haber huido al extranjero cuando quedó en estado vegetativo, dejando que Valentina la sustituyera.

—Mateo, fue Valentina quien insistió en casarse contigo, no tuve más remedio que cederte...

—¿Realmente crees eso?

Luciana guardó silencio.

Se mordió el labio y respondió enfadada:

—Sí, te abandoné hace tres años. Si eso te molesta, ¡terminemos! Solo tienes que dejarme.

Se dirigió a Fernando:

—¡Fernando, detén el coche!

Intentó bajarse, pero Mateo la sujetó de la muñeca y la atrajo hacia su pecho.

—Luciana —suspiró con indulgencia—, te aprovechas de que te consiento.

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