Capítulo 111
A lo largo de los años, ella se había acostumbrado a vagar sin rumbo, y en ese peregrinar había crecido. Sin embargo, descubrió que, más que el sufrimiento, era la calidez lo que provocaba sus lágrimas.

Dolores abrazó a Valentina, dándole palmaditas en la espalda como si fuera una niña pequeña —¿Por qué tanta formalidad conmigo, mi niña tonta?

—Abuela, necesito decirte algo.

—Dime, ¿qué pasa?

Desde el umbral, Mateo observaba a Valentina, quien, recostada en el hombro de su abuela, dejaba caer silenciosas lágrimas mientras sus pestañas temblaban como pequeños abanicos —Abuela, no puedo seguir viviendo aquí, tengo que irme.

—¿Por qué? —exclamó Dolores sobresaltada— ¿Acaso ese sinvergüenza de Mateo te ha estado molestando? ¡Ahora mismo voy a darle su merecido!

Fausto apareció al instante con un plumero —¡Dolores, usa esto!

—Valentina, no te vayas —dijo Dolores tomando el plumero—. ¿Por qué tendrías que irte tú? ¡Que se vaya él!

Desde la puerta, Mateo suspiraba con resignación. ¿De verdad
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