Capítulo 2
Para evitar que la empresa sufriera más daños, la noticia de la muerte de mi papá seguía siendo aún un secreto.

Pero yo ya se lo había dicho a él.

Con solo abrir nuestra conversación, se habría dado cuenta de que algo andaba mal, pero no lo hizo.

—¿De verdad te importa tanto por qué no contesto mis llamadas? ¿Por qué no tomaste la iniciativa de contactarme?

Mi tono era sombrío.

—Yo... he estado ocupado en la empresa...

—¿Ocupado tal vez con tu amante?

No quería seguir escuchando sus excusas pendejas, me di la vuelta para irme.

Él de inmediato me agarró de la muñeca y me susurró:

—Ana está bastante enferma, ¿qué ganas peleando con ella? ¡Tú ya eres la señora Fernández!

—Pues, si Ana está enferma, pues que se trate, ¿y eso qué tiene que ver conmigo?

Solo me causaba risa.

Al ver que intentaba zafarme y marcharme, Alejandro endureció aún más su tono.

—No olvides que solo yo puedo salvar la empresa de tu padre ahora.

Lo miré con calma.

—Si te suplico que salves la empresa, ¿lo harías?

—¡Mi padre tuvo el accidente mientras te perseguía en su coche, rogándote que lo ayudaras!

—El conductor ebrio ya pagó por lo que hizo, pero el verdadero culpable realmente eres tú, ¡solamente tú!

Ana, que no podía contenerse, soltó una risa sarcástica con un toque de desafío.

—Dices que tu papá está en el hospital, ¿quieres que le mande algunos suplementos para que se recupere?

—Alejandro se casó contigo solo porque lo obligaste y porque la empresa lo necesitaba. Pero, siempre me ha amado a mí.

—Así que, si quieres dinero, ¡olvídalo!

Antes de que terminara de hablar, mi furia explotó por completo y cacheteé a Ana.

—No hace falta, algunos suplementos tienen un sabor tan rancio y repugnante que solo Alejandro podría soportarlo.

Ana quedó aturdida por el golpe, y antes de que pudiera reaccionar, Alejandro intervino de inmediato.

—¡María, te has vuelto loca, atacando a alguien de esa manera tan agresiva!

—¿Qué pasa, no puedes hablar sin ese tono sarcástico?

—¿Ahora que necesitas dinero, estás exagerando tu actuación? ¿Verdad?

Cuando intenté acercarme de nuevo, Alejandro se interpuso entre nosotras.

—¡Alejandro, no me toques!

—No he dicho nada de ti, ¿por qué te pones a la defensiva?

Ana llamó temerosa a los guardias de seguridad que estaban en la puerta.

—¿Qué esperan? ¡Deténganla ya!

Los guardias de seguridad del Grupo Fernández al instante me inmovilizaron.

Mi cabeza quedó presionada contra el frío suelo.

—Diles que me suelten. —Miré fijamente a Alejandro.

—María, estás equivocada, acabas de golpear a Ana, ¡pídele disculpas! —Me miró con frialdad.

—¡Sigue soñando!

—Ella es una rata de alcantarilla que nunca verá la luz, ¿y tú crees que merece una disculpa?

Ana fingió en ese momento no escucharme y le dio una palmadita en el hombro a Alejandro.

—Déjalo así, Alejandro. Apresúrate a divorciarte de ella, ya viste cómo es realmente.

Alejandro sorprendido me miró.

—María, si le pides disculpas, puedo hacer como que nada ha pasado.

—¡Eso es algo absolutamente imposible!

—Y además, ¡me divorciaré de ti!

La cara de Ana se volvió aún más pálida.

En ese preciso momento, se aferró a lo importante, "¡El divorcio!"

Solté una risa sarcástica: —Felicidades, por fin llegó el día que tanto esperabas, ¿estás feliz?

Una sonrisa furtiva apareció en los labios de Ana, aunque la disimuló con sagacidad.

En su interior debía estar eufórica.

Intenté luchar, pero fue todo en vano.

—¿Crees que la familia Fernández es algo a lo que puedes entrar y salir cuando quieras?

—¡Al principio eras tú la que insistía en casarte conmigo! Me dijiste que me amarías para siempre, ¿y ahora ya te aburriste?

Alejandro sacó de repente su celular, soltando una risa burlona, con la intención de amenazarme.

Lo había hecho antes; para obligarme de esa manera a reconocer mis errores y disculparme, era capaz de no volver a casa durante un mes, de ignorarme durante dos.

Pero ahora, en realidad yo ya no lo quería.

Él hacía tiempo que había perdido el poder de amenazarme.

—¡Asistente Vicente, los fondos que te pedí que recaudaras ya no son necesarios por el momento!

Miré a Alejandro despectiva.

Cuando supe que la empresa tenía problemas, fui a rogarle.

Desde el principio, él siempre supo lo que me importaba.

Pero aquello que me importaba demasiado, a él nunca le interesó.

—María, discúlpate con Ana, y puedo darle a la empresa de tu padre el dinero que necesita.

Me reí con desprecio.

—Alejandro, si no me disculpo, ¿de verdad no ayudarías a la empresa de mi padre?

Después de un largo silencio, Alejandro respondió con un simple.

—Sí.
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