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Santos vuelve su semblante pensativo mientras trasiega un trago para comenzar su monologo genealógico; cuenta mi padre que llegó en un barco de inmigrantes, eran los años de la gran guerra y todo aquel que pudiera escapar de las penurias de la carnicería de aquellos tiempos tenía que hacerlo, mi abuelo montó a su hijo en un barco, el niño tenía apenas doce años pero para los sicilianos era ya un proyecto cercano a ser hombre.

Allí se vino con unos primos que iban a la Argentina para trabajar en la fábrica de adoquines que un paisano tenía a orillas del rio de la plata, eso no le gustó al muchacho, había sido criado para ser jefe, quería aprender de otras cosas, no a ser “un obrero muerto de hambre más”, así se lo había pedido su padre antes de salir a ese viaje.

 En los dos meses de la travesía conoció a la mitad de los pasajeros, se hizo muy amigo de otro joven más o menos de la misma edad, a quien con el tiempo llamamos el tío Filippo, pero para aque

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