Julián Castro se graduó en la universidad de Los Andes en los años ochenta, al graduarse dio clases en un liceo como profesor de castellano y compartía esa labor conjuntamente con la universidad pedagógica local, como profesor de literatura latinoamericana bajo contrato por horas para sus futuros colegas.
Con esos dos sueldos malvivía en una pensión cuya única bondad era la de poder meter a las novias en mitad de la noche gracias a que el casero, un vejete libidinoso, disfrutaba los quejidos de amor provenientes de las diferentes habitaciones, todo fue bien hasta que una novia más o menos fija de la época salió embarazada, el como buen andino, educado y formal le ofreció matrimonio, entre otras cosas por el hijo que venía en camino, a pesar de los consejos de amigos y familiares que lo desalentaban en su empeño, todos argumentaban (no sin razón) que el oficio de profesor era muy bonito, romántico quizás pero con palabras no se llenan estómagos, además “quien se casa, casa qui
Respiro profundo, este no es un tema que me agrade abordar por el mal gusto que deja en el alma, le respondo. Como sabemos soy el hijo menor, la cosa es que mis hermanos mayores son hijos de mi viejo con una señora de la que se divorció, una tipa buena gente que un buen día se aburrió de todo, descubrió que mi viejo tenía como queridas a la secretaria de uno de los negocios, a una señora que vivía en la cuadra de atrás y hasta la maestra de mi hermano, el que me sigue que para ese tiempo tendría unos diez años y la maestra apenas veinte.Luego del divorcio y las peleas, resulta que la secretaria, muy joven ella también salió en estado , hubo matrimonio con mariachis y demás, ella invitó a su madre, los primos, se bebieron hasta el agua de los floreros, seguramente la joven pensaba que se había sacado la lotería teniendo un hijo de un hombre de más de treinta con casa, carro, negocios e hijos mayores cuyo tren económico no era nada barato, lo que nunca calculó es que la vida de
Todo comienza en las montañas andinas, casualmente cerca de donde estamos en este momento, allí un joven bachiller, llamado Luis estaba recién llegado de un internado colombiano donde cursó todo el bachillerato, gracias a una beca que le consiguió su padrino de nacimiento, un doctor que se decía general y por quien su padre, Don Rafael sentía gran afecto, además claro de ser compañeros de las parrandas de aquellos años en que ambos eran mozos sin barba ni pistola, era el año 1895.Aquel compadre era presidente de la república, había ganado una larga guerra civil que lo llevó a la presidencia, allá en la capital del país, a dos meses de camino por tierra y a solo seis días si hacías el camino por mar y luego dos días a lomo de mula por un farallón muy alto que atravesaba las montañas que separan el mar de la ciudad.Terminada la guerra los compadres se recomendaban a los paisanos para encontrarles trabajo mejor remunerado, además el viejo esperaba que
Al rato el primo le comunica a Luis que debe retirarse al cuartel pues mañana sale de comisión a su pueblo, le ha encomendado investigar sobre unos guerrilleros que andan de bandoleros sin aceptar que perdieron la guerra, Luis, que también se retira recoge su abrigo y su sombrero para salir escoltado del primo, de paso le pide que lo ayude a llegar a su casa pues con lo del paseo ya se perdió, la verdad es que Caracas le produce un miedo africano, no conoce a nadie más que a los pocos paisanos y los caraqueños no le dan ninguna confianza.El primo lo lleva en un vehiculó del ejercito a hasta su casa y promete otra salida la semana entrante para que le contara como le va en el nuevo empleo que le consiguió el general, recomendándole de paso estar listo antes de la seis de la mañana, el General Gómez despacha todo muy temprano y le desagrada sobre manera la gente ociosa.Efectivamente Luis se levanta antes que salga el sol, se baña, se perfuma y se pone su mejor traj
Pero según las normas de esa familia estricta ya estaba el mal hecho, la mujer estaba embarazada, el patriarca dio la orden de esperar que la criatura naciera, así secuestraron a la muchacha del hospital luego del parto y nadie supo más de ella, el padre de la criatura, que temía por su vida, antes de volver al desierto de donde salió al otro lado del mar, se comunicó con su hermano. Este presentó a la recién nacida como propia mediante un sustancial pago al jefe civil de un pueblo perdido en la frontera, de la madre y el padre biológico de la niña no se supo más.Esa es bastante resumida la historia de mis padres. Primos, tíos y demás están regados por el país y el mundo entero, la verdad no se mucho de ellos pues jamás me interesaron la gran cosa, aunque la familia existe, ciertamente jamás tuve mucho roce con nadie, curiosamente mi hija si sabe bastante del tema, te recomiendo que le preguntes, ella con gusto podrá desgranarte toda la historia de su familia sin probl
Santos vuelve su semblante pensativo mientras trasiega un trago para comenzar su monologo genealógico; cuenta mi padre que llegó en un barco de inmigrantes, eran los años de la gran guerra y todo aquel que pudiera escapar de las penurias de la carnicería de aquellos tiempos tenía que hacerlo, mi abuelo montó a su hijo en un barco, el niño tenía apenas doce años pero para los sicilianos era ya un proyecto cercano a ser hombre.Allí se vino con unos primos que iban a la Argentina para trabajar en la fábrica de adoquines que un paisano tenía a orillas del rio de la plata, eso no le gustó al muchacho, había sido criado para ser jefe, quería aprender de otras cosas, no a ser “un obrero muerto de hambre más”, así se lo había pedido su padre antes de salir a ese viaje.En los dos meses de la travesía conoció a la mitad de los pasajeros, se hizo muy amigo de otro joven más o menos de la misma edad, a quien con el tiempo llamamos el tío Filippo, pero para aque
Santos vuelve su semblante pensativo mientras trasiega un trago para comenzar su monologo genealógico; cuenta mi padre que llegó en un barco de inmigrantes, eran los años de la gran guerra y todo aquel que pudiera escapar de las penurias de la carnicería de aquellos tiempos tenía que hacerlo, mi abuelo montó a su hijo en un barco, el niño tenía apenas doce años pero para los sicilianos era ya un proyecto cercano a ser hombre.Allí se vino con unos primos que iban a la Argentina para trabajar en la fábrica de adoquines que un paisano tenía a orillas del rio de la plata, eso no le gustó al muchacho, había sido criado para ser jefe, quería aprender de otras cosas, no a ser “un obrero muerto de hambre más”, así se lo había pedido su padre antes de salir a ese viaje.En los dos meses de la travesía conoció
Me desperté muy temprano, me vestí, tomé la computadora portátil y salí, la casa estaba en un silencio sepulcral, descubrí que la puerta del patio estaba abierta, me senté a la sombra de un gran árbol de mango que reinaba todo ese jardín trasero, encendí un cigarrillo y me dispuse a pensar en nada, intentaba imitar sin éxito a quienes meditan, ellos dicen que si pones la mente en blanco al final te relajarás lo suficiente como para poder ver con claridad lo que te rodea, eso hace falta, sobre todo en estos momentos, sin embargo fue difícil.Cuando ya tenía una hora escribiendo y pensando, salió el sol, escuché un ruido de trastes en la cocina, era Santos quien hacía la primera colada, me vio por la ventana de la cocina y me invitó un expreso italiano hecho con grano colombiano cuyo aroma era como para levantar un muerto, la verdad cigarrillo matutino sin café es como comer sin sal, por muy bien que sepa la cosa siempre existe la sensación de que algo falta.Junto a las
Al salir, un guardia se acerca con cierta premura, dice que su jefe me anda buscando y pide que lo acompañe en un vehículo que viene manejando un tipo gordo y mal encarado, nos presentamos que dice llamarse Crispulo López, lo miro con sorpresa pues lo había imaginado más o menos así, cuando su jefe mandó a buscar los cigarrillos para mí, le digo mi nombre y arrancamos por un camino de tierra entre una arboleda que hace las veces de camuflaje. Apenas arrancamos, mientras íbamos por un pedregoso camino de tierra, el conductor, no sin cierta pena, me alcanza una capucha de tela, me pide que me la ponga, asunto de seguridad dice, le obedezco con temor, me recuesto de la puerta del carro con la manilla asida por si toca escapar, de pronto la irregularidad del camino desaparece para dar paso a otro suave, casi como de autopista recién inaugurada, a la media hora más o menos de travesía el mismo