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Mi familia paterna se mudó de la capital a principio de los años cincuenta, terminó en mi ciudad natal casi que por accidente, el abuelo, un calavera a todas luces, no pagaba los alquileres y se desentendía de los caseros, haciendo que un día cualquiera mi abuela se quedara en la calle con siete hijos menores, gracias a los favores de algunos familiares del abuelo localizó una casa que podían pagar, organizó la mudanza y se vinieron cuan gitanos, nadie sabía a ciencia cierta de que vivirían, pero mi abuela, acostumbrada a las penurias organizó la cosa de tal manera que todos estaban seguros que sobrevivirían, claro, por el presupuesto inicial primero estuvieron en una casa terriblemente fea, con techo de zinc y habitaciones colectivas, una para las niñas, otra para los niños y la de la abuela, el abuelo aun no aparecía, allí vivieron por un año, al tiempo ubicaron otra casa, a tres cuadras de distancia, con cuatro habitaciones, dos baños, un patio enorme, por un poco menos de la mitad del alquiler que ya pagaban, se mudaron sin preguntar mucho, la supervivencia mandaba.

Esa casa aún existe, está detrás del zoológico de la ciudad, ese mismo que fue construido como patio de juegos del dictador andino quien escogió esa zona como su residencia, por cierto mi bisabuelo paterno bajó de las montañas gracias a algunos tíos y primos que pelearon en la guerra  junto a aquel andino.

Llegó el día de la mudanza, mi padre que para esa época contaba diez años junto con un primo de igual edad, fue el primero que llegó a la casa, llevaba en una carretilla  los  enseres menos voluminosos de la familia, cuenta mi viejo, que al llegar a la casa, escucharon a través de la puerta el ruido de niños jugando adentro, les sorprendió la cosa pero por ser una época donde los muchachos andaban de su cuenta, pensaron que eran algunos vecinos jugando, cuando acercaron la oreja a la puerta para oír mejor a ver si reconocían alguna voz, golpearon desde adentro dejando sordos a ambos, acto seguido llegó mi abuela, quien  era de carácter muy fuerte, dio gritos, impartió ordenes terminantes y no quiso escuchar nada de muertos ni aparecidos, eso era superficial, lo importante era la mudanza.

Así se instalaron en esa nueva casa, se organizaron de manera similar, la diferencia más marcada entre la casa anterior y esta era que la habitación sobrante le tocaba al hijo mayor, que para ese tiempo estudiaba agronomía mientras esperaba la posibilidad de ingresar a medicina en otra facultad de esa misma institución pues no había encontrado cupo.

Esa semana comenzaron a escuchar cosas extrañas, sin embargo con los estragos de toda mudanza, la abuela los dejaba extenuados entre remodelaciones, amateur como diríamos hoy día, los que pudieron trabajar pronto se lanzaron a la calle para aportar algo a la precaria economía de la casa, los otros colaboraban en la titánica labor de volver habitable un espacio que llevaba no menos de quince años abandonado, pronto descubrieron la razón de lo barato del alquiler y del abandono de esa casa.

Para no hacer tan largo el cuento, te puedo decir que por las noches habían tres fenómenos más o menos fijos, al filo de la madrugada, un caballo se oía caminar por la calle, se detenía frente a la casa y acto seguido, se podía escuchar a un jinete desmontar, este parecía tener una prótesis pues el paso era irregular, sus pisadas se escuchaban como si tuviese una pata de palo como la de los piratas de la televisión, llegaba hasta la puerta del jardín, sonaba como si la abriese y pasara adentro, las primeras veces se alarmaron, encendieron luces, sacaron las escobas como si de armas se tratase, pero no había nada, todo estaba igual, la puerta trancada con un candado gigante seguía fijada por las cadenas que la abuela había puesto horas antes, cuentan que al final se acostumbraron  al fenómeno, aunque parezca sorprendente mi abuela decía que lo mejor era que nadie los visitaba ya que todos al parecer tenían miedo de la casa embrujada, eso lo consideraba bueno porque en tiempos de crisis económica extrema tener invitados era un lujo complicado.  Allí vivieron algunos años más, hasta que la economía familiar permitió una nueva mudanza.

Algunas noches se veía un resplandor en el patio, como de fogatas encendidas, ese resplandor venía acompañado del sonido de tropa, bufidos de hombres, ordenes de mando, carreras, como de un ejercicio de castigo, esos tan comunes en los cuarteles, ilógicos como todos los inventos de los militares, hace pocos años unos estudiantes desenterraron armas y municiones del siglo XIX en esos terrenos.

La familia estaba aterrorizada con eso, pero igual había cosas más importantes a las que hacerle frente, comer era prioridad, los fantasmas, según palabras de mi muy piadosa abuelita, se podían ir a la m****a, decía a quien quisiera escucharla.

Al final cayeron en cuenta que era el traspatio de su casa formaba parte del cuartel donde la guardia personal del general Gómez hacia vida, algunos vecinos viejos les contaron de muchos crímenes cometidos a la sombra del poder a principios del siglo pasado.

Una mañana hasta los vecinos amanecieron en la calle, durante  la madrugada se oyeron los lamentos de una mujer, intercalados por gritos en otro idioma, cuya intensidad denotaban un alto nivel  de dolor y de rabia, el fenómeno duró cuatro horas más o menos,  los vecinos salieron  a la calle, solo para darse cuenta que el tal sonido al parecer no tenía ninguna fuente visible, las señoras sin que nadie los organizase se arrodillaron a rezar por las almas en pena,  los más valientes hombres de la zona salieron armados con machetes, dispuestos a brincar la cerca del zoológico y buscar el origen de los gritos que tenían los nervios de punta a todos en la cuadra.

Con el alboroto salió el guardián del zoológico, con su uniforme de policía sin insignias, deslustradas botas altas y barba por lo menos de dos días, tranquilizó a todos, la explicación que dio era que ese día se cumplían treinta años de la muerte de Eva, una señora alemana que vino junto con su esposo, un oficial que hacía de instructor en la escuela de aviación militar, lo trajo el general en persona para que adiestrase a los nuevos pilotos, una noche como esta treinta años atrás, el hombre  encontró a su esposa en la cama con otro, el amante huyó por una ventana y el cornudo, en medio de su natural rabia, mató a patadas a la adultera.

Cuando los otros militares llegaron alarmados por los gritos nada se pudo hacer, el general ordenó que devolvieran al asesino a su país de origen, del militar no se supo más, pero en cada aniversario, el alma de la mujer aun pena por los jardines del zoológico, imagino que la mudanza de los nuevos logró que los gritos se intensificaran esta noche.

 El guardia pidió a los vecinos volver a sus casas que nada se podía hacer ya, hoy, más de cincuenta años después todavía los viejos hablan de esa madrugada, en que un espanto los despertó a todos.

Ese día la familia en pleno comenzó a hacer planes de mudanza.

Ese fue el último año en que vivieron allí, una noche, sintieron un pájaro caminar por el techo, lo espantaron, cuentan que las alas hacían un alboroto inmenso, como si el pájaro en cuestión fuese un gigante que graznaba, mi abuelo, que había logrado en virtud de su posición como padre de los niños, que la abuela le permitiese pasar la noche en el sofá, le daba con la escoba al techo, el ¿animal? Se molestaba, alzaba vuelo solo para caer unos metros más allá, en eso estuvieron un rato, hasta que mi abuela se hartó, gritó una sarta de palabrotas que no sorprendieron a nadie, le ofreció sal a los que estuviese en el techo, eso alzó vuelo, graznó un par de veces como aceptando el trato  para no volver, cuenta mi padre que al día siguiente pusieron un kilo de sal en el techo y jamás se supo más del fenómeno. El abuelo no volvió a dormir allí, pero nunca reconoció que le daba miedo la casa, él era un hombre de su tiempo, el valor no se discutía, su escepticismo ya era reconocido por todos lo que lo conocieron, sin embargo creo que esa noche descubrió que no era tan escéptico, tampoco volvió a recriminar a sus hijos cuando le contaban las historias, había sido protagonista de una y esperaba no volver a serlo jamás.

Uno de los eventos insólitos sucedió una semana de abril, antes de las vacaciones escolares, mi tío, el hermano mayor de mi papá, estaba estudiando en la acera de la casa, eran otros tiempos y los estudiantes para no molestar se reunían bajo los postes de luz a estudiar, el hampa era casi inexistente, para esos años Las Delicias eran un campo, no el caos de hoy día.

 Bien, el tipo cuenta que a media noche vio una hermosa mujer paseándose por la calle, supuestamente muy bella y él, soltero siempre a la caza de un par de bonitas piernas , le soltó un piropo, ella le sonrió, él se levantó de su silla, soltó el libro, y la persiguió como en trance -cuenta-  , cuando volvió en sí, estaba en medio del patio de la escuela cercana, la mujer desapareció por un puerta cerrada, el volvió corriendo, recogió todo para terminar en la habitación materna contando el evento.

 Mi abuela que lo conocía le prestó una colchoneta y el joven amaneció allí, nunca más estudió de noche, cuando menos no en su casa, buscó la manera y se mudó a la capital donde hizo hasta de buhonero para graduarse de médico, nunca volvió a esa ciudad más que de vacaciones, con toda la familia y en plan de fiesta.

Una semana después, en plenas vacaciones por el asueto de semana santa, estaban primos, amigos y tíos en el patio haciendo una parrilla, cuando se acabaron los cigarrillos, reclutaron a los más jóvenes de la casa para ir a comprarlos, eran apenas las ocho de la noche pero las luces de la calle estaban apagadas, por lo menos los primeros postes antes de llegar a la avenida, justo los del perímetro del parque zoológico, los niños que para la época eran mi padre y su hermano menor, montaron sendas bicicletas y fueron por el recado, el camino de ida fue normal, ambos niños asustados, fueron lo más rápido que le permitieron sus piernas, así se evitaban el paso lento por la oscuridad del sitio que ellos pensaban era el origen de los horrores.

Compraron lo encargado en una fuente de soda que estaba frente a la jaula del elefante pero al otro lado de la calle, se devolvieron.

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