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Diciembre 2004

Aunque habían pasado casi tres años del suceso en el callejón Mark no lograba quitarse de la cabeza que algo no olía bien. Por alguna extraña razón Steve no acababa de hacérsela, no lo engañaba. Tenía que existir alguna forma de descubrir que ella ocultaba sus agresiones. Pero no podía hacer nada estando lejos.

Morgan vivía un infierno peor de lo que Mark podía imaginar pero no podía pedir ayuda. No hablaba con sus padres, no tenía amigos. Steve era un maestro en el arte de agredir sin dejar marcas. Pedir ayuda a su padre era estar dispuesta a ser humillada de nuevo, a someterse a su violencia emocional y verbal. Morgan había dejado de nadar en la piscina del club al que estaban asociados, su espalda era una muestra de las cientos de agresiones de su esposo. Sus pequeños abusos se tornaban cada vez mayores.

Los cigarros eran su forma perfecta de enseñarle quien estaba a cargo. Muchas veces pensó en pedir ayuda pero sus padres le dirían que había fracasado y eso la aterraba.

Aprovechando que Mark estaba en la ciudad, Steve organizó una cena para mantener apariencias.  Durante la misma, Morgan se mantuvo silenciosa alegando que estaba cansada.

Fue tarde aquella noche que supo, le iban a golpear.

—Estúpida, con tu actitud has levantado más sospechas.

—Lo siento.

—Tendré que castigarte.

 En ese momento extendió sus brazos para protegerse de los golpes. El cinturón le dio a lo largo del cuerpo en al menos seis ocasiones. Minutos después Steve abandonó la casa pues después de cada golpe iba en busca de flores para pedirle perdón.

Morgan se puso de pie con mil costos y se acercó al baño, con movimientos torpes y lentos debido a los golpes.  Por suerte pudo apoyarse en la pared mientras llenaba la tina y así con el agua calmar el dolor. Después de unas horas Steve volvió a casa y al verla tan golpeada se puso a llorar.

Algunas veces era como tener una doble personalidad y lo odiaba pues lastimaba a Morgan sin razón alguna. Poco después fue al médico quien comenzó a tratarle para la bipolaridad y la vida de ambos inició una calma absoluta. Morgan se alegraba por él pero no lo amaba más, ese sentimiento había muerto durante cada golpe recibido, pero le aterraba pedirle el divorcio y desestabilizarlo por lo que se quedó a su lado tres años más.

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