Me encerré en el baño, esperando que Zade me dejara en paz, pero él se quedó durante horas. No sabia por qué le importaría si estaba enojada o si pensara que él era un monstruo. Era la mano derecha de un imbécil de la mafia.

"Vamos, Pais, abre la puerta", rogó Zade.

"¡LÁRGATE!", grité de vuelta. "Y no puedes darme un apodo", agregué.

"No, no me iré a ningún lado, y puedo hacer esto todo el día", él respondió.

Puse los ojos en blanco, claramente cansada de sus juegos. "¿No tienes nadie más para torturar, quizás alguien que te deba dinero?", pregunté, molesta.

Lo escuché reír a través de la puerta. "No, Nico esta ocupado y me dejó a cargo de ti", me dijo Zade.

Me levanté rápidamente, abrí la puerta y Zade cayó de espaldas frente a mis pies. "¿Podemos salir?", pregunté, mirándolo.

Él me miró desde el suelo, irritado. "Está bien", exhaló.

Quería saltar de alegría pero me contuve. Agarré su mano, tratando de levantarlo, pero pesaba mucho. "Eh, mido 5’ 3” y peso 115 libras. ¿Podrías