CAPÍTULO 22: SU LUGAR. Enzo revisaba los balances de los clubes en silencio, concentrado en los números, cuando la puerta se abrió de golpe. Levantó la mirada, pero su semblante no cambió al reconocer a Malena.—Enzo —dijo la mujer acercándose con una sonrisa—, llegué tan pronto como pude.Él la miró durante un instante sin prisa, luego dejó los papeles sobre el escritorio y se recostó en su silla, cruzando las manos sobre su abdomen.—Revisa la despensa. Haz una lista de lo que haga falta y encárgate de traerlo mañana —respondió; su tono era seco, carente de cualquier emoción.Malena se tensó por un momento, pero no dijo nada. Sin embargo, la sorpresa brillaba en su mirada; ese era un Enzo distinto al que conocía. Hasta hacía un mes, habían sido amantes. Ella había ocupado su cama incontables veces, creyendo que tenía un lugar privilegiado en su vida.«¿Es por esa mujer? ¿Por la que ahora es su esposa?», pensó con rabia contenida. Su pecho vibró con el ardor de los celos, pero rápid
CAPÍTULO 23: MANTENERTE SATISFECHO.—Ni lo pienses, Lana. Si te atreves a buscar a otro, lo mato. Y te aseguro que lo haré frente a ti, para que entiendas lo que pasa cuando juegas conmigo.La amenaza era directa, casi cruel, pero la voz de Enzo tenía un filo seductor que la estremeció. Sin embargo, Lana se plantó frente a él, negándose a ceder terreno.—¿Y qué harás después? ¿Seguirás buscando a otras para compensar? Porque no pienso quedarme sentada mientras me humillas otra vez.Enzo inclinó la cabeza hacia ella, aspirando su olor con los ojos cerrados, como si quisiera grabar su esencia en su memoria. Cuando volvió a abrirlos, su mirada estaba cargada de un deseo voraz que apenas podía contener.—No te equivoques, amore mio. No hay nadie más porque no necesito a nadie más. Pero si quieres amenazarme con otros hombres, solo recuerda que yo no comparto. Si alguien se atreve siquiera a mirarte como yo lo hago, lo destruiré, ¿entendiste?El tono dominante de Enzo subió a Lana y, al mis
CAPÍTULO 24: TODO TIENE UN PRECIO. Los empleados estaban formados frente a Svetlana, atentos a cada palabra que salía de sus labios. —Asegúrense de que el ala este esté lista antes del mediodía. Quiero que los arreglos florales estén frescos y, por favor, revisen que la plata esté impecable. Además, necesito que el salón principal quede despejado. María, ¿puedes encargarte de supervisar la limpieza? María asintió rápidamente. —Por supuesto, señora. Svetlana esbozó una pequeña sonrisa. —Gracias, ya pueden volver a sus labores. Los empleados se retiraron con diligencia. Justo cuando ella alzó la mirada, lo vio. Enzo estaba recostado contra uno de los pilares del salón, con una expresión entre divertida y cautivadora. Tenía esa sonrisa suya, medio arrogante, medio encantadora, que siempre lograba ponerla nerviosa. Ella sintió el calor subiéndole a las mejillas. —¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó, tratando de sonar serena. Enzo se separó del pilar y caminó hacia ella, y cuando
CAPÍTULO 25: AGUDIZANDO SENTIDOS. La habitación estaba envuelta en una penumbra cálida, y Svetlana estaba inmovilizada, con una venda cubriendo sus ojos y sus manos y pies atados firmemente a los postes de la cama. Su respiración era rápida, y su corazón latía desbocado. Cada pequeño sonido la hacía tensarse, aumentando esa sensación de vulnerabilidad que no podía controlar. —¡Enzo! Esto... esto es demasiado —su voz tembló, aunque trató de sonar firme—. No pensé que se trataría de que me ataras. Intentó forcejear con las correas en sus muñecas, pero no tuvo suerte. Las cintas eran resistentes, firmes, como si hubieran sido diseñadas para no ceder. —¡Maldita sea, suéltame! Silencio. No hubo ninguna respuesta, y eso la ponía aún más nerviosa. No podía ver nada, estaba completamente inmovilizada, y la desesperación empezaba a hacer mella en ella. —¿Enzo? —llamó con un tono más ansioso—. ¿Me estás escuchando? ¡Enzo! Finalmente, su voz resonó en la habitación, calmada, segura, pero
CAPÍTULO 26: MAR DE SENSACIONES.―Eres una cosita hermosa, Lana.Gruñó Enzo antes de posicionarse en su entrada. Cuando lo hizo, un gemido bajo y lleno de satisfacción salió de los labios de Svetlana. Él empujó lentamente, como si quisiera retrasar el momento y torturarla todavía más.―Enzo… deja de jugar ―se quejó Lana, a punto de explotar si él no la tomaba como ella quería.―Pero qué impaciente, amore… sin embargo, voy a complacerte. Te lo has ganado.Entonces comenzó a embestirla con fuerza, entrando en su cuerpo una y otra vez hasta que Svetlana no se molestó en contener sus gritos. Sus movimientos se volvieron salvajes, necesitados, ansiosos. Incluso él consideraba que nunca tendría suficiente de ella.―Joder… Lana, te sientes tan bien. Tan apretada, tan mojada… Eres mi maldita obsesión.Enzo siguió embistiéndola y, de repente, se detuvo. Comenzó a desatar las correas, liberando primero sus muñecas y luego sus tobillos. Lana sintió una especie de liberación. Se quitó la venda si
CAPÍTULO 27: NADIE VENDRA A SALVARTE.El lujoso auto negro se detuvo frente al hospital. Uno de los guardaespaldas abrió la puerta trasera y Lana salió con una sonrisa breve, aunque un tanto tensa. Sus ojos se dirigieron de inmediato hacia la entrada, mientras su corazón latía con fuerza descontrolada. Le dio un asentimiento de cabeza al guardaespaldas antes de caminar hacia la entrada.El hombre la siguió de cerca, como una sombra. Lana suspiró, resignada. La advertencia de Enzo aún flotaba en su mente, pesada y constante. «No te separes de los guardaespaldas, monella».Y mientras cruzaba el vestíbulo, sus pensamientos la traicionaron y, de repente, recordó los últimos momentos con él. Las palabras de Enzo desaparecieron, reemplazadas por imágenes vívidas: sus manos firmes recorriéndola, su cuerpo cediendo bajo el suyo con una intensidad que encendía cada rincón de su ser.Se mordió el labio al recordar cómo él le hacía el amor, cada vez más feroz, como si intentara grabarse en su p
CAPÍTULO 28: NADIE VENDRA A SALVARTE (II) La mirada de Svetlana se endureció, aunque su corazón latía con tanta fuerza que sentía que podría estallar. Dio un paso atrás, manteniendo la distancia con Ricardo, pero sus manos comenzaron a temblar.—Aléjate, Ricardo. No sé qué estás haciendo aquí, pero esto no te va a salir bien.Él dejó escapar una carcajada oscura, llena de desprecio. El olor a alcohol llegó hasta ella.—¿De verdad crees que me importa cómo termine esto? —dijo con voz cargada de burla y odio—. Después de lo que me hiciste... ¿de verdad crees que voy a dejarte ir tan fácilmente?Lana tragó saliva, intentando mantenerse firme.—No intentes nada —dijo—. Los hombres de Enzo están abajo. Subirán en cuanto vean que no bajo.Ricardo entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa torcida.—¿Y qué? —respondió, acercándose peligrosamente a ella—. Que Enzo se entere me importa una mierda, Svetlana. Lo que me importa es que tú pagues por lo que me hiciste. Por haberme humillado en esa i
CAPÍTULO 29: INSTINTO ASESINO. Svetlana sintió que el aire la abandonaba. El miedo la envolvía como una sombra fría y asfixiante. Por más que peleaba, por más que intentaba apartarlo, Ricardo no se movía. Sus labios la aplastaban con violencia, invadiendo su espacio, robándole todo rastro de voluntad. Su aliento apestaba a alcohol, y eso solo hacía que el pánico dentro de ella creciera. —¡Déjame! —gritó. Ricardo no escuchaba, o tal vez no quería escuchar. Sus manos, ásperas y torpes, comenzaron a recorrer su cuerpo sin permiso, como si tuviera derecho a hacerlo. Svetlana sintió náuseas, pero también una chispa de furia que se encendió en su interior. Peleó, pateó, arañó, pero él era más fuerte. La sujetaba con firmeza, riéndose entre dientes, como si su resistencia fuera un juego. —Deja de hacerte la difícil, Svetlana —murmuró con voz pastosa—. Sabes que te gusta... no te hagas la santa ahora. Ella sintió cómo las lágrimas comenzaban a arder en sus ojos, pero no iba a rendirse. N