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Mi difícil llegada a la vida

Hoy veo con claridad que mi vida siempre fue difícil, incluso antes del momento de mi concepción; en realidad eso siempre me ha parecido extraño porque si me pongo analizar mi caso, es como si todas las cosas del destino y de la vida se hubieran alineado en mi contra para impedir mi existencia, sin embargo creo que Dios siempre me protegió porque tenía una misión especial para mí, y por eso me concedió una especie de ángel protector, alguien que me amparó en la tempestad y me dio la fuerza necesaria para luchar por mi vida hasta que logrè llegar a este mundo.

El caso es que desde que mis padres unieron sus vidas por medio del vinculo  del matrimonio, soñaron con la idea de tener un hijo, trataron mucho tiempo de lograr su propósito por medio del método  convencional   y tras mucho intentar se dieron cuenta de que algo andaba mal, si bien mi madre lograba embarazarse, a los pocos meses de la concepción sufría de perdidas espontaneas, las cuales le provocaban fuertes crisis anímicas y de personalidad que la tuvieron en varias oportunidades al borde de la depresión y recibiendo ayuda psicológica.

Desesperados mis adorados padres visitaron toda clase de especialistas, curanderos e incluso hasta brujos con la esperanza de que alguien les pudiera brindar la panacea que mitigara su angustia, hasta que por fin llegaron donde una experimentada ginecóloga en el tema de las fertilizaciones invitro, y con la ayuda de este método artificial el anhelo tan largamente acariciado por mis progenitores por fin se hacía realidad, al fin mi vida empezaba a configurarse en los planes de nuestro Señor.

Sin embargo debido a las experiencias anteriores  de mi madre con el tema del embarazo, los  médicos siguieron el proceso con rigurosa cercanía, controlándola semanalmente e incluso hubo periodos que en que debía realizarse estudios dos y hasta tres veces por semana; fue durante esos chequeos que ya para mis padres se habían vuelto parte cotidiana dentro de su rutina, y teniendo yo cinco meses de gestación, que los médicos se dieron cuenta de que algo andaba mal; ellos no se explicaban por que los latidos del feto no se apreciaban en la resonancia magnética, aquello encendió las alarmas tanto en los doctores como así también en mis padres, los que de inmediato evocaron en sus memorias el fantasma de los fracasos anteriores, finalmente después de realizar un sinfín de exhaustivos e interminables nuevos estudios los especialistas tenían un lapidario veredicto, el que significaría la devastación para mis padres. Con voz firme pero a la vez llena de congoja el doctor Manuel Villagrán, jefe del equipo médico que atendía a mamá, con los resultados de los exámenes en mano les dijo:

Lo siento muchopero el feto padece una malformación coronaria- técnicamente mis padres no comprendían a que se refería este diagnostico por lo que en medio de la desesperación y la ansiedad preguntaron al doctor.

-¿Qué quiere decir eso doctor, nuestro bebé morirá?-

-No se sabe con exactitud, pero si sobrevive su corazón no funcionará de buena manera puesto que hay unas válvulas que no se han desarrollado correctamente en su sistema coronario y lo más probable es que su expectativa  de vida sea muy corta, lo que yo   les recomendaría sería que interrumpiéramos el embarazo ahora para no correr más riesgos, pero si ustedes deciden lo contrario mi misión como médico y ante todo como persona, es apoyarlos y orientarlos en todo lo que sea necesario para salvar la vida de ese niño. En ese minuto la incertidumbre se apoderó  de aquella sala, mi madre solo atinó a romper en lagrimas, en un acto que era mezcla de angustia y culpa. El doctor solo dijo:

-Si me disculpan voy a dejarlos solos para que puedan hablar con más tranquilidad, con permiso y abandonó aquel espacio alejándose con pasos presurosos.

Por su parte una vez que mis padres se quedaron solos se produjo un silencio que se hacía hondo      e interminable, hasta que mi padre con una voz quebrada se atrevió a interrumpirlo diciendo.

-Mi querida Isadora por favor te pido que trates de calmarte, esto te afecta aún más, yo entiendo lo  que estas pasando y comprendo además que es  muy doloroso porque yo también estoy sufriendo, pero creo que lo más sensato sería terminar ahora con esta agonía antes que sea demasiado tarde- y sin poder ahogar sus lagrimas agachó la cabeza y se puso a llorar como un niño de brazos. Sin embargo cuando mi madre escuchó sus palabras, un dolor incontrolable se apoderó de ella, y llena de rabia se atrevió a contestarle.

-Tú eres, en parte, culpable de esta situación, estoy segura de que tus genes son los que están dañados y aparte de eso quieres matar a mi bebé; pues bien si tú no lo quieres te informo que yo sí y saldré adelante sola con él así que en este instante te pido que te vayas quiero estar sola, las palabras de mi madre calaron hondo en el corazón de mi pobre y acongojado padre, causándole una dolorosa herida, pero más grande era su nobleza y su amor hacia ella y aunque él sabia que sus palabras estaban cargadas de rabia y de dolor podía entender  que  también eran  el producto de su frustración y su desesperación; pero antes de que pudiera defenderse mi madre nuevamente arremetió preguntando.

-¿Por qué piensas que debo deshacerme de lo que más amo en este mundo?-   él no atinaba a decir nada, tan solo le dio vuelta la espalda para evitar esa fulminante mirada enjuiciadora -¿Qué te pasa ……porqué no me contestas?

-Isadora ¡amor mío! Yo te amo más que a nada en este mundo y no soportaría que producto de esta

´´locura´´ pudiera llegar a perderte, además si seguimos con esto tarde o temprano se convertirá en una larga agonía que será insoportable para los dos cuando ese niño nazca y nos digan que nunca podremos llevarlo a casa con nosotros o que no tendrá posibilidad alguna de sobrevivir, mi cielo créeme que quiero evitarte todo ese sufrimiento-y entre lagrimas fue a su encuentro tratando de rodearla con sus brazos, mas ella con un rápido movimiento logró esquivarlo escabulléndose de su abrazo, acción que lo dejó petrificado y sin expresión en el rostro.

-Si eso es en verdad lo que piensas es que en realidad ya no me amas, es más creo que probablemente nunca me has amado, tú y yo ya no tenemos nada más que hacer juntos porque ahora hay alguien más que se interpone entre nosotros y si tú eres tan egoísta como para no poder aceptarlo sea como sea, no importa yo lo haré por los dos y lucharé por él para sacarlo adelante sola, no te preocupes por mí, has tu vida yo estaré bien, no debes sacrificar tu vida por mí ni por un hijo que no vas a poder amar, yo no te retendré a mi lado porque no puedo decirte que eres lo que más amo en el mundo ya que este hijo que llevo dentro es lo que más adoro en esta vida, y ya es la razón de toda mi existencia y mis sacrificios, y por él no me importaría renunciar a cualquier cosa y si es por defender su vida y garantizar su felicidad, entonces con gusto renuncio a ti- en ese instante las lagrimas empezaron a a inundar nuevamente los tristes rostros de los dos; luego de un momento de silencioso llanto, por fin mi madre logró articular una oración

-Quiero que esta misma noche saques todas tus miserables cosas y te larges de esta casa- y mi padre mirándola fijamente a los ojos y con la voz quebrada solo exclamó.

-Si es eso es eso en realidad lo que quieres, eso será lo que haré, tienes razón esto ya no tiene ningún sentido y ya no hay nada más que hacer- dicho esto salió con la cabeza baja y sin mirar atrás, dejando a mi madre sola y triste en medio de aquella sala fría y blanca como un témpano de hielo, rompiendo a llorar sin consuelo, sintiéndose sola como un barco a la deriva en medio de la más grande de las tempestades por el hecho de no tener el apoyo y el consuelo del amor de su vida y quedarse sin él, y al mismo tiempo a punto de perder aquello por lo que tanto había luchado y aunque no podía verlo ya amaba con todo su corazón, nada menos que a mi, su hija. Aquella noche mi madre regresó sola conduciendo su auto hasta casa, cuando llegó no había nadie en el lugar por lo que al entrar de inmediato encendió la luz y pudo percatarse que sobre la mesa del teléfono se encontraba una tarjeta con una nota, la tomó y reconoció de inmediato la letra tan familiar de mi padre, recorrió con sus ojos aquellas palabras que decían:

Mi bien amada Isadora te dejo estas líneas ya que no me atrevo a mirarte a la cara para despedirme de ti, me doy cuenta de que tu instinto maternal es más grande que nuestro amor y te ciega ante mi posición; me gustaría que supieras que yo ya amo a nuestro hijo y no es que lo rechace pero la sola idea de verlo morir o de perderte a ti, de tan solo pensarlo me dan escalofríos, me voy amándote y quiero que sepas que pase lo que pase siempre estaré a tu lado para todo lo que necesites y cuando lo desees, me despido con el corazón en la mano. Tuyo para siempre Adolfo” Aquellas palabras impresas en el papel fueron como un puñal que se clavaba en lo más profundo de su alma, tomó aquella tarjeta e invadida por una mezcla de sentimientos la rompió en mil pedazos y la arrojó al tacho de la b****a.

Transcurrieron las semanas y algunos meses después de aquel lamentable episodio, y mi madre siguió adelante sola con su embarazo , llena de tristeza y melancolía por el hecho de haber alejado a mi padre de su vida, pero por otra parte se encontraba muy feliz e ilusionada porque yo seguía creciendo en su vientre; si bien los médicos no le daban muchas esperanzas

sobre mis probabilidades de vida, ella seguía aferrándose a la idea de que yo sobreviviría y además de eso que podría llevar una vida completamente normal. Poco a poco transcurrió el tiempo  hasta que finalmente llegó aquel día tan esperado, aquel día que los médicos y Dios programaron para que yo viniera e hiciera mi entrada triunfal en este mundo; producto de una cesárea programada, mi madre sin más compañía que la de mis abuelos paternos se internó en el hospital aquella hermosa y soleada mañana de un 15  de Noviembre, en su expresión  se reflejaba el nerviosismo y a la vez la ilusión por ya tener a su bebé entre sus brazos, sin embargo en las personas que la acompañaban más que ilusión y alegría, existía un profundo pesar y sobre todo mucha preocupación por el hecho de mi inminente riesgo de muerte o de secuelas graves en mi salud.

Mientras estaban en la habitación del hospital a la espera de que prepararan a mi madre para llevarla al quirófano, mi abuela se acercó a ella y con una voz llena de amor y de incondicional comprensión le preguntó.

--Querida hija tú sabes que para tu padre y para mí tú y tus hermanas son lo más importante, por eso  no puedo dejar de preguntarte ¿Has vuelto a ver a Adolfo?- a lo que mi madre muy serena pero con una tristeza que se evidenciaba en sus ojos contestó.

-No madre, ni una sola llamada he recibido de él desde aquel día en que se fue, tan solo esa nota que cobardemente me escribió. Yo nunca le he importado y mucho menos nuestro hijo-

-Isadora querida te lo pregunto porque ese pobre hombre lleva varias semanas yendo a nuestra casa a preguntarme por ti, dice que no se atreve a ir a buscarte por el miedo que tiene de que te alteres o te angusties y eso te afecte o perjudique al niño, la verdad es que se ve muy mal, está destrozado, él te ama por favor dale una oportunidad- en los ojos de mi madre se encendió un brillo especial, una especie de esperanza por la que ella había clamado durante mucho tiempo, mas hizo un gran esfuerzo por ocultar su emoción ante las palabras de mi abuela-

-Eso es una patraña, yo no le creo nada si nos quisiera tanto por lo menos se habría preocupado de llamar para saber siquiera cuando es el parto; además no voy a transar a mi hijo por estar con él-

-Hija querida nadie te está pidiendo que elijas entre Adolfo y el bebé eso sería una locura, tan solo te pido que lo pienses mejor y te des una nueva oportunidad con tu marido-

-No madre ya no hay nada que hacer, no echaré pie atrás, apenas mi hijo nazca y se encuentre fuera de peligro me pondré en contacto con nuestro abogado para que inicie los trámites de divorcio- mi abuela se sorprendió mucho al escuchar las palabras de mi madre, y en un intento desesperado por hacerla cambiar de parecer le rebatió.

-Hija ¿Pero te has vuelto loca? tú no puedes divorciarte de tu marido, él es muy buen hombre, que te adora y además tiene una muy buena posición económica; no quiero ni pensar que sería de ti estando separada, con un hijo recién nacido y aparte enfermo, y por si fuera poco desempleada ¡dime como pretendes salir adelante en esas condiciones!- mi madre le clavó a mi abuela una mirada fulminante en el rostro y con una dura interrogante le replicó.

-¿Qué Crees, que por el hecho de ser mujer no voy a ser capaz de salir adelante? Pues bien, te informo que no soy una de esas mujeres que depende de un hombre para mantenerse, y ahora que alguien más dependerá de mí tendré más fuerzas y valor para luchar por mi hijo y para que nada le falte- mi abuela agachó la cabeza y no supo más que decir. En ese instante tocaron la puerta de la habitación y tras ella apareció una enfermera que traía en su mano derecha un hermoso ramo de rosas rojas, se acercó a mi madre y le preguntó.

-Disculpe ¿Es usted la señora Isadora Robles De Garcés?- mi madre en medio del desconcierto y la sorpresa contestó.

-Si soy yo señorita-

-Lo que pasa es que un señor dejó este ramo de flores para usted en la recepción- mi madre miró  las flores con desdén e indiferencia, y luego dijo a la enfermera.

-Muchas gracias déjalas por ahí- de inmediato mi abuela se levantó del sillón que estaba frente a la cama de mi madre, y tomando las flores entre sus manos le preguntó a la muchacha.

-¿Sabes el nombre del señor que las trajo?-

-No señora, tan solo las dejaron en la recepción y a mí me pidieron que se las entregara a la señora, pero me imagino que dirá algo en la tarjeta- mi abuela buscó minuciosamente la tarjeta hasta que por fin la encontró, sin embargo mayúscula sería su sorpresa al ver que esta se encontraba en blanco, sin siquiera con una letra que pudiera dar un indicio de quien se trataba.

El rostro de mi abuela palideció, dejó el ramo en una mesita y sin mediar palabra regresó a su lugar; por su parte mi madre ocultó la mirada y en medio de una inminente desilusión suspiró y cerró los ojos.

A las ocho de la noche por fin mi madre hizo ingreso al quirófano para someterse a una complicada cesárea, en el equipo médico los nervios y la preocupación eran latentes, al igual que en la señora Isadora, quien valientemente se vería enfrentada a esa gran y difícil prueba, sin más compañía que la de mis abuelos y mis tías que eran sus hermanas. Cuando ya era trasladada a la sala de operaciones, mi madre tomó la mano de mi abuelo y con un tono angustiado en la voz le dijo.

-Papito tengo mucho miedo, no quiero perder a mi bebé, no quiero que muera- y de sus ojos brotaron las lágrimas como dos torrentes emanados de un riachuelo de tristeza que sigue su curso sin que nada pudiera impedirlo.

-Hija querida debes tener fe en Dios, él te ayudará a pasar este trago amargo y le dará a mi nieto la fortaleza necesaria para superar cualquier obstáculo- no cabía duda que las palabras de Don Rafael , mi abuelo, eran significativamente alentadoras y llenas de esperanza, sin embargo eran parte de un intento desesperado por ocultar la angustia y la preocupación que se apoderaba de la atmósfera oprimía los corazones de todas las personas que esa noche acompañaban a mi madre en el hospital.

Tras una hora y media dentro del quirófano por fin salió el médico que había encabezado todo el proceso, era el mismo doctor Villagrán, al verlo todos se aproximaron de manera rauda hacia el profesional, sin embargo antes de que alguien pudiera decir media palabra se escucharon acercándose por el pasillo unos pasos firmes y presurosos, a lo lejos aparecía la figura de un hombre alto, moreno, muy delgado, formalmente vestido, pero con una expresión de angustia en el rostro, era mi padre quien al llegar junto a los demás y después de saludar con una mezcla de miedo y desesperación, por fin preguntó aquello que todos los presentes tenían la intención de preguntar.

-Doctor por favor dígame la verdad ¿Cómo están mi esposa y mi hijo?- el médico lo miró directamente a los ojos y con una expresión que llenaba su rostro de compasión les dijo a él y a los demás.

-Las noticias no son para nada alentadoras, si bien es cierto el parto salió bien y la señora Isadora ya  se encuentra en la sala de recuperación, el bebé, que es una niña, se encuentra muy grave porque   las válvulas de su corazón, tal y como lo temíamos, no se desarrollaron correctamente- el silencio en aquel pasillo fue escalofriante y profundo, mi padre denotaba en su rostro una expresión de profundo pesar y aflicción, sin poder contener las lagrimas que venían a inundar su mirada preguntó.

-¿Existe alguna posibilidad de que sobreviva?- el médico suspiró muy hondamente y luego contestó.

-Sinceramente señor Adolfo, las probabilidades de sobrevivencia de un niño en estas condiciones son prácticamente nulas, sin embargo existe la posibilidad de que si su evolución es favorable dentro de las próximas setenta y dos horas tal vez realicemos una complicada intervención que corregiría el problema en parte y elevaría sus probabilidades de sobrevivir- mi padre con una luz de esperanza en sus ojos dijo.

-Doctor por favor haga todo lo que tenga que hacer

pero salve a mi niña, se lo suplico por lo que más quiera-

-No le puedo asegurar nada señor, pero le garantizo que estamos haciendo nuestros mejores esfuerzos para salvarle la vida- mi padre miró al médico con actitud agradecida, y antes de que este se retirara le preguntó.

-¿Puedo ver a mi esposa y a la bebé?-

-A su esposa claro que sí, pero tendrá que esperar unos in instantes mientras sale de la sala de recuperación y la instalan en su habitación, en lo que respecta a la niña por el momento hemos decidido con el resto del equipo médico que no reciba ningún tipo de visitas hasta que veamos su evolución dentro de las próximas setenta y dos  horas,  por  supuesto  que les estaremos entregando reportes acerca del estado de la niña. Ahora si me disculpan me retiro, debo seguir con mis obligaciones, con permiso-

-Adelante doctor- dijeron todos al unísono.

Mi padre se derrumbó sobre un sofá que se encontraba en la sala de espera, se llevó las manos al rostro y susurró.

-¡Dios mío! Dame fuerzas para resistir esta prueba que has puesto en mi camino- mi abuela, al verlo tan acongojado se sentó a su lado y tomándolo por el hombro con un tono lleno de afecto y comprensión le dijo.

-Hijo ten fe, esto es horrible, pero debes aferrarte a Dios, él es el único que te puede dar las fuerzas necesarias para superar esta pena y salir adelante junto a Isadora y la niña- él la miró sin poder esconder las lagrimas que asomaban a sus ojos y después de un momento de silencio por fin contestó.

-La verdad no puedo mirar a la cara a su hija después de todo lo que le hice, ella nunca podrá perdonarme y si la niña no logra sobrevivir seré yo el único culpable por ser un cobarde y no haber estado con mi mujer cuando ella más me necesitaba-

-No te tortures así, aún estás a tiempo de remediar el mal que causaste y prueba de ello es que hoy estás aquí-

-Me muero de ganas de ver a mi hija y a Isadora pero si ella se niega a hablar conmigo y me echa una vea más de su lado, lo entenderé y no reclamaré, sin embargo siempre estaré ahí para apoyarla cuando ella y la bebé me necesiten-  yo tengo la esperanza de que tarde o temprano las cosas ente ustedes se van a arreglar, solo debes tener un poco de paciencia, es más, cuentas con todo nuestro apoyo para que todos juntos logremos que mi hija entre en razón-

Una hora despues tarde mi padre estaba parado frente a la habitación de mi madre, con las piernas temblando y el corazón a punto de salirse de su pecho, con un torbellino de sensaciones que lo dividían entre el deseo de verla, y el terror que este mismo anhelo le producía; finalmente después de un largo titubeo se decidió por abrir aquella puerta, tras ella se encontraba mi madre recostada durmiendo plácidamente, él con el corazón en la mano se acercó a su rostro y rosó suavemente su mejilla con sus labios, ella al notar el gesto se movió un poco y él le susurró suavemente al oído.

-Tranquila, soy yo, tu Adolfo- ella al reconocer su voz hizo un esfuerzo y sentándose en la cama, aún aturdida por el sueño, replicó.

-¿Tú qué haces aquí, quien te dijo que estaba en el hospital?-

-Yo fui el que te envió las flores esta mañana y aunque no lo creas he estado todo este tiempo al pendiente de ti y de mi hija-

-¿Entonces es una niña?, yo quiero verla, por favor llévame a -- mi padre ocultó su mirada y con una voz melancólica y triste contestó.

-Lo siento pero por ahora no será posible- mi madre al instante saltó de la cama y como quien tiene una extraña premunición agregó -la niña nació con problemas

¿Qué fue lo que le pasó a mi niña?- él la tomó de los brazos para tranquilizarla y conmovido por su desesperación no pudo retener las lagrimas de sus ojos al responder.

-Tal como el médico lo anunció la niña tiene complicaciones al corazón y será muy difícil que sobreviva, además dijo que por lo complicado de  su estado de salud no podrá recibir visitas hasta su evolución dentro de las próximas setenta y

dos horas- aquella noticia fue para mi madre como un balde de agua fría, sufrió una crisis nerviosa       y las enfermeras tuvieron que inyectarle unos tranquilizantes para que pudiera lograr calmarse.

Mi vida pendía de un hilo en aquellas mis primeras horas que paradójicamente eran las más difíciles     y muy probablemente podrían ser las últimas, me encontraba en la unidad de cuidados intensivos del hospital, conectada a un tanque de oxigeno, a una botella de suero y a un monitor que registraba los débiles e inestables latidos de mi corazón, resulta muy patético  ahora  que  lo  pienso, empecé mi vida exactamente de la misma forma que terminé mis últimos días; agonizando lentamente en la cama de un hospital, luchando para mantenerme con vida a cada minuto, llena  de  aparatos  que  cumplían  las funciones que mi organismo no podía cumplir, en fin, sufriendo y junto con ello arrastrando en la marea de mi dolor a todas aquellas personas que me amaban y que en innumerables oportunidades postergaron sus vidas por consagrarse por completo a llenar de plenitud la mía. En lo respectivo a aquellas eternas y decisivas setenta y dos horas mi evolución fue levemente favorable pero lo suficiente como para ser sometida a una intervención quirúrgica de la que habían hablado mi padre y el doctor. Durante las horas de incertidumbre con respecto al futuro de mi existencia, mis padres no se separaron de mi lado y una vez que mi madre pudo desplazarse por si misma, fue junto a mi padre varias veces durante el día a visitarme a la UCI en donde trataban de estimularme para que mi reacción fuera lo más favorable posible, aquello propició que ellos estuvieran más unidos que nunca y por consiguiente prontamente se reconciliaron y volvieron a estar juntos. Llegado el momento de mi operación la incertidumbre se apoderó de todas las personas que me estaban acompañando, y después de 9 exhaustivas horas de intervención, al fin los médicos pudieron informar a mi familia que la operación había resultado todo un éxito y que mi vida se encontraba fuera de riesgo vital.

A partir de aquel instante la vida de mis padres   así como también la mía se transformaron en una rutina diaria de exámenes médicos, tratamientos con medicamentos, terapias de rehabilitación, e incluso largos periodos de hospitalización, todo aquello con el único propósito de mejorar mi calidad de vida y hacer más llevadera la terrible enfermedad que me aquejaba y sería una ingrata compañera por el resto de mis días.

Ante el inminente riesgo que corría mi vida en aquellas setenta y dos horas, fue que mis padres tomaron la decisión de buscar a un sacerdote para que me entregara el sagrado bautismo dentro del mismo hospital, y el nombre que mis progenitores habían escogido para mí fue Esperanza, en honor   a todas las expectativas que tenían puestas en mi recuperación.

  

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