La tranquilidad del Hospital Universitario de El Cairo se ve abruptamente interrumpida cuando la tierra comienza a temblar. Los pasillos, antes llenos del bullicio constante de médicos y enfermeras atendiendo a los heridos, ahora retumban con el sonido de las alarmas y los gritos de alarma. Las luces parpadean mientras el edificio se sacude, un sismo que parece reflejar el caos que se avecina tanto en el mundo natural como en el sobrenatural.En la unidad de cuidados intensivos, Alejandro yace aún en coma, pero el movimiento brusco del temblor parece sacarlo de su inmovilidad. Sus ojos parpadean levemente bajo los párpados cerrados, una señal de que, incluso en las profundidades de su inconsciencia, el tumulto externo lo alcanza. A su lado, Amira, cuyas heridas han comenzado a sanar, se aferra a la barandilla de su cama, su rostro contraído por la preocupación. Layla, a pesar de estar en recuperación, se levanta c
En el recóndito escondite de Heinz, bajo la tenue luz de antorchas antiguas y la fría luminiscencia de modernas lámparas, se preparaba el escenario para un ritual de consecuencias inimaginables. Heinz y Amara, junto a las figuras inertes de dos momias y la presencia ominosa de estatuillas antiguas, se disponían a desafiar los límites del tiempo y la vida.Amara yacía recostada en una cama, flanqueada por su amado sacerdote a un lado y el sacerdote traidor al otro. A los pies de cada momia, objetos simbólicos; la estatuilla de la tumba de Amara, un amuleto de oro encontrado junto al amado sacerdote, y un oscuro cetro de poder proveniente de la tumba del sacerdote traidor. Estos objetos, resonantes con energías antiguas, formaban una línea recta que parecía canalizar y amplificar una fuerza invisible y temible.El aire vibraba con una tensión palpable mientras Heinz,
El hospital de El Cairo, un santuario de blanco y azul retumbaba con el eco de pasos y el zumbido de máquinas. En una de las habitaciones, Alejandro yacía en una cama de hospital, su recuperación asombrosamente rápida siendo casi un milagro. Amira, sentada a su lado, no podía apartar la vista de él. Su amor por Alejandro había florecido aún más en estos días de crisis, y la partida de Amara con su amado sacerdote había eliminado cualquier sombra de duda en su corazón.La semana tras los desastrosos eventos había sido extrañamente tranquila. Los sismos y lluvias de meteoritos habían cesado tan abruptamente como habían comenzado, dejando una sensación de calma que, lejos de ser reconfortante, cargaba un aire de presagio.—Parece que todo se ha calmado, —comentó Layla, acercándose a la ventana, observa
Dentro del refugio reforzado de Heinz, el silencio que siguió al temblor de tierra era casi tan palpable como el caos que lo había precedido. Las lámparas colgantes oscilaban aún, lanzando sombras erráticas sobre la escena ritualista que Heinz había preparado meticulosamente. Amara yacía en una de las camas dispuestas en línea, flanqueada por el sacerdote traidor y su amado, cada uno atado a su propio destino.Heinz, con una mezcla de ansiedad y esperanza, repasaba en voz baja el documento antiguo, su dedo siguiendo cada línea del texto escrito en un dialecto olvidado. Había cometido un error en la pronunciación durante su primer intento, un desliz que había desencadenado un pequeño terremoto. Esa sacudida fue un crudo recordatorio de que estaban jugando con fuerzas que no comprendían del todo."Esto tiene que funcionar," murmuraba Heinz, ajusta
En la sombra oculta de una pirámide escondida en las profundidades del desierto egipcio, algo antiguo y temible comenzaba a emerger. Apep, la serpiente del caos, conocida por los antiguos egipcios como el destructor del orden cósmico, estaba tomando forma humana, adaptándose a un mundo que no había conocido en milenios. Su última presencia en la tierra había sido alrededor del 1070 a.C., y ahora, en una era completamente transformada, sus poderes antiguos se reavivaban con un propósito oscuro y nuevo.Con su capacidad para despertar a los muertos y reclutar guardias de las sombras, Apep comenzó a reunir a sus seguidores. Las arenas del desierto vibraban con cada paso de sus nuevos servidores, muertos revividos que respondían a su llamado. Su influencia, un eco de su eterna batalla contra Ra, el dios del sol comenzaba a extenderse, amenazando con sumir al mundo en una oscuridad eterna.Este renacer de Apep no solo desafiaba las leyes de la naturaleza, sino que también ponía a prueba lo
Elena había quedado atrás, oculta entre las sombras y el caos del desierto. La confusión del enfrentamiento entre los hombres de Heinz y los soldados de Ana María le había permitido encontrar un escondite en el momento justo. Las detonaciones de las armas y los gritos de los combatientes resonaban en la vasta extensión del desierto, una sinfonía de caos que la aisló por completo.Cuando el polvo se asentó y el eco de los disparos se desvaneció, Elena se dio cuenta de que estaba sola. La caravana de Heinz había desaparecido en la distancia, perseguida por los soldados, dejándola en un silencio abrumador. Su primera reacción fue de pánico, pero pronto la lógica tomó el control. Necesitaba buscar refugio y recursos si quería sobrevivir.Al inspeccionar los alrededores, encontró una
El Dr. Sánchez colgó el teléfono, su rostro marcado por la preocupación. La sala de la sede de la UNESCO en El Cairo estaba en silencio expectante. Alejandro, Layla, Amira y Ana María lo observaban, ansiosos por conocer la noticia.—Es Elena —dijo el Dr. Sánchez, rompiendo el silencio. —Está en Bawiti. Nos ha informado que Heinz ha logrado despertar a Apep. Tenemos que ir por ella de inmediato.Alejandro se levantó abruptamente, sorprendido y lleno de remordimiento. —¿Cómo pudimos olvidarla? —exclamó. —Con todo el caos que se desató aquel día, no me di cuenta de que no estaba con nosotros. Pero Elena y los Guardianes son clave para detener esto.Ana María asintió, compartiendo la preocupación. —No podemos subestimarlos. Elena y los Guardianes tienen conocimientos que po
Con su ejército de muertos, Apep se dirigía hacia el corazón de Egipto. Su objetivo era claro: reclamar su dominio y desatar el caos primordial sobre el mundo. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo, y con cada conjuro, su poder crecía.En su camino, Apep encontró templos y reliquias antiguas, símbolos de los dioses que lo habían derrotado. Con cada destrucción, su risa resonaba en el aire, un sonido que helaba la sangre de los vivos y motivaba a los muertos a seguirlo con más fervor.La batalla entre el orden y el caos había comenzado, y el destino de la humanidad colgaba de un hilo. Solo aquellos que comprendían la magnitud de su poder tenían alguna esperanza de detenerlo. El mundo observaba con temor, consciente de que el equilibrio de la vida y la muerte estaba en juego.Apep avanzaba con una determinación inqu